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viernes, 23 de noviembre de 2012

enCrudo 4 y San Martín

enCrudo es el fanzine en papel cuando el mundo orbita en digital.

Es una ventana abierta del revés al mundo de la astronomía gástrica, también conocido como gastronomía, que abrieron Yanet Acosta y Jacobo Jaco Gavira  hace ya algún anuario y que no cierran para que podamos seguir disfrutando de digestiones a medida.

El enCrudo número 4 está ya servido en mesa. En su menú hay como siempre un poco de todo, siempre bueno o mejor y con ese especial toque canalla que lo distingue de otros menús de tres al cuarto.

En este número, Interrobang incluye una receta presentada en forma de relato corto.

Espero que se diviertan preparándola y aún más comiéndosela (no olviden el toque del vino durante el proceso de elaboración para coger el punto).

Y por si no les llega el enCrudo en mano, hela aquí:


SAN MARTÍN

Hoy es 11 de noviembre y es mi santo y he decidido regalarme una cena especial.

Recién duchado, vestido con chinos y un polo y con una agradable sensación de limpio y de estrenar piel, empiezo a pelar y cortar la cebolla en juliana. Al acabar dedico unos segundos a limpiar el cuchillo bajo el chorro del grifo y a secarme las lágrimas, será que las cebollas me vuelven nostálgico. Sensible que es uno.

Luego, mientras el aceite va calentándose, levanto la copa y observo a contraluz el perfecto color dorado brillante y luminoso del sauternes. Y lo saboreo. No estoy solo, Chet Baker me acompaña pero el no bebe, está bastante ocupado soplando con Funny Valentine.

Cuando la sartén me reclama la cebolla, la dejo caer en cascada desde la tabla; translucida a la luz halógena se funde en un abrazo crepitoso con el aceite. Se aman, pienso. Hay amores que matan, constato.

Bajo la intensidad del fuego, persigo un sofrito y no un refrito, y le doy un par de meneos con la cuchara y un par de sacudidas a la sartén.

Otro largo beso al vino y ataco al puerro.

Primero la cabellera, luego la cola y por último un corte longitudinal que me ha de permitir despreciar un par de capas y retirar cualquier rastro de tierra que pudiera contener. Limpio y dispuesto al sacrificio lo voy cercenando en delgados círculos concéntricos que amontono en un plato.

Otra sartén, esta con una cucharada de mantequilla, recibe los aros de puerro y los remuevo con suficiente delicadeza como para que se separen unos de otros sin romperse. Los necesito enteros. Anillos de blando compromiso.

Servidos ya los dos dedos de rigor en la vacía copa, me entretengo haciendo malabares con tres manzanas de verde refulgente que hubiera envidiado la mismísima malvada reina del cuento, aunque las prefiriera rojas.

Son ecológicas y de confianza por lo que solo tengo que lavarlas y poder así mantener la belleza cromática i la riqueza organoléptica de su piel.

Elijo entre las herramientas la más adecuada y les arranco el corazón a las tres. Una detrás de otra. Y deposito bálsamo reparador de heridas en forma de unas gotas de zumo de limón para evitar el oscurecimiento prematuro que pudiera dejar la incisión.

Termino el vino de la copa, no fuera a calentarse, y afilo el cuchillo contra la piedra. Y lo dejo al lado de la tabla de cortar, listo para enfrentarse al ritual sacrificador al que ya está acostumbrado. De hecho un cuchillo tiene claro cual es su destino: estar  siempre inhiesto y mojar muy poco, no como su prima la promiscua cuchara.

Añado un pellizco de sal al puerro. Otro a la cebolla y algo más de azúcar moreno, endulzándole caritativamente los últimos estertores, luego un chorrito de PX y controlo la última fase de la cocción para no pasarme bajando la potencia de los dos fuegos.

En un cazo caliento tibiamente agua y azúcar y pasó una a una y por las dos caras las rodajas de manzana que acabo de cortar, hasta que salen pejagosas.
 
Un toque de canela para la base de cebolla y un toque de jengibre para la base del puerro. Toques personales. De conocedor.

Y ahora a emplatar: rodaja de manzana de abajo, capa de cebolla y rodaja de foie con cristales de sal gris; nueva rodaja de manzana, ahora con base de puerro y de nuevo foie, y así hasta terminar la manzana como si estuviera intacta. Y hasta terminar las tres. Quedan de muerte.

Si los grandes cocineros presumen de deconstrucción yo me siento el rey al terminar mi reconstrucción.

Y para acabar abro el arcón congelador y extraigo una pelota sintiendo el escalofrío del gélido vapor que huye ingrávido e intangible. Dejo el paquete sobre el mármol y lo desenvuelvo con cuidado. No siento azoramiento alguno por la vista que se ofrece a mis ojos en aquel strip tease de capas de film cual velos de danzarina oriental.

Encajo cuidadosamente la manzana en su oquedad natural como con los cerdos servidos en la edad media y me felicito por la artística presentación del plato que llevo presto a la mesa pues mi mujer está a punto de llegar y quiero que vea su comida preferida: manzana con cebolla caramelizada y foie, sabiendo que le provocará un shock emocional.

Me apoyo en un ángulo del comedor brindando al aire con el sauternes y sosteniendo la compacta cámara digital para inmortalizar su expresión.

Oigo el tintinear de las llaves y el grito que sigue al abrir la puerta. No hay duda de que está apreciando la nueva decoración del recibidor, otro grito, este en sordina, ahogado con la mano. Un tercer grito entrecortado con mi nombre: “Martín ¿estás ahí?”

Con tal que no resbale con la sangre me conformo. El taconeo tambaleante se va acercando y de repente aparece.

Y junto a la cesta del pan, los relucientes cubiertos y las centelleantes copas a la intimidad de las velas, ve la cabeza de su amante, sobre el plato de fina porcelana, mirándola con ciegos ojos bien abiertos y con la deliciosa manzana con foie que constituye una de sus comidas preferidas, en la boca.

El flash inmortaliza el momento en que cae desmayada sobre el parquet. Cuando le advertí que celebraría mi santo con invitados me guardé mucho de darle ninguna pista.

Quería que su sorpresa fuera total. Y es que a todo cerdo le llega su San Martín.

Interrobang

domingo, 18 de noviembre de 2012

Imborrable (Unforgettable)

Rachel yace muerta sobre un escuálido riachuelo de apenas siete centímetros de profundidad.

El cielo es azul con nubes blancas deshilachadas que filtran los rayos del sol creando sombras oscuras, los árboles de alrededor están en silencio; las ramas se están quedando peladas y las hojas, que caen lánguidas, empiezan a cubrir el cuerpecito a modo de mortaja.

Carrie, su hermana, de pie, a su lado, en estado de shock no puede entender que hace solo unos instantes corretearan juntas jugando y riendo y levanta la vista para encontrarse una figura de la que no distingue apenas nada por estar a contraluz y que le inspira temor y desconcierto a la vez.

Ya en la habitación desnuda de enseres y recuerdos de Rachel, Carrie entiende que no quiere olvidarla y que mientras la tenga presente permanecerán juntas. Quiere recordar para siempre a su hermana para no perderla más allá del inevitable plano físico por lo que convierte su memoria en un archivo imborrable.

Imborrable es lo que no se puede borrar, lo que permanece indeleble... cuando esta cualidad no se aplica a los objetos sino que se aplica a un proceso cognitivo recibe el nombre científico de hiperamnesia.

Hiperamnesia es lo que padece, sufre o disfruta Carrie Wells. En realidad es una hipermemoria que almacena todo lo que se ha visto, sin olvidar el más nimio detalle, aunque no haya sido exactamente mirado de forma fija, basta solo con que la vista lo haya barrido en su trayectoria para que quede grabado como si se hubiera utilizado una cámara de video de altísima definición con opciones de auto focus, zoom, y equalización de sonido y con el añadido de clasificar y ubicar perfectamente este recuerdo con las variables lugar, fecha y tiempo.

Así no solo recuerda si el tercer botón de la blusa rosa palo de Alice, por decir alguien, estaba o no abrochado sino que eso lo vio al pasar por su lado en un cruce de la sexta con la 44 el viernes 27 de octubre de 2007 a las 17:38 en el momento en que una nube que amenazaba lluvia cubrió el sol bajando de golpe la temperatura en 2 grados según el termómetro de calle adosado a un fanal de iluminado público en la fachada del Delicatesen’s de la esquina del que se abría la puerta por donde salían dos jóvenes vestidos con...

Juzguen si esta enfermedad o capacidad o habilidad o don es un privilegio o un castigo.

A Carrie Wells no se le olvida nada y menos, por supuesto, el asesinato de su hermana. Este innecesario crimen sin justificación y sin culpable conocido la lleva a ingresar de mayor en la policía de Siracusa y su habilidad la honora como la más joven y brillante detective de la unidad de homicidios donde se enamora de su compañero Al Burns, con quien llega casi a las puertas del matrimonio.

Pero la imposibilidad de aplicar su don en resolver el asesinato de su hermana la lleva a una depresión que le impele a dimitir e iniciar una vida de desconexión de ese mundo lleno de violencia y muerte cuyos detalles lleva grabados en su cerebro y en su corazón, suponiendo una carga insostenible. Este desarraigo conlleva también la ruptura de su relación amorosa.

Años más tarde, en Nueva York, y ante la muerte violenta de una vecina reanuda el contacto con su ex-novio, ahora el prometido de una psicóloga asesora de la policía, y a instancias de este se involucra en la resolución del caso e ingresa de nuevo en el cuerpo. Al principio es un bicho raro por su peculiar forma de actuar pero progresivamente muta a genio.


El equipo lo forma Al Burns, como jefe, Carrie Wells como ayudante aventajada, Mike Costello, el más veterano, Roe Saunders, el más joven y Nina Inara, detective de brillante inteligencia. Al pasar de los capítulos se añade Tanya Sitkowsky como experta en tecnología y comunicaciones (en una imagen que nos recuerda una pobre imitación de la sin par Abby de NAVY) y Jane Webster, impagable forense de vuelta de todo que aporta madurez a los argumentos y realza la calificación de la serie al darle mayor rigor a la investigación.

Jane, Al y Tanya en el laboratorio
Esta serie policíaca, que debe su nacimiento al relato breve de J. Robert Lennon titulado The Rememberer, trata sobre los casos de homicidio a los que se enfrenta el Departamento de Policía de Queens. El tratamiento es de corte dramático y tiene más enfoque social que las series con las que rivaliza en la parrilla.

Como todas las series con protagonista especial a veces peca de poco procedimiento policial apoyándose en demasía en la brillante capacidad para avanzar en la resolución pero en general el sentimiento corporativo del equipo es quien lleva adelante el trabajo de campo necesario para la detención del culpable.

Es todo un acierto como el realizador soluciona visualmente el momento en que Carrie revisa su archivo memorístico: repitiendo la secuencia original con el añadido en plano de la Carrie que recuerda, desdoblada de la Carrie original diseccionando todo lo que esta vio u oyó en unos travellings de deslizamiento suave y circular para que como espectadores podamos seguir perfectamente el momento del descubrimiento del hecho relevante.

El formato de la serie es de capítulos auto conclusivos manteniendo la subtrama transversal y progresivamente lineal del asesinato de Rachel del que Carrie sigue investigando y avanzando poco a poco con giros sorprendentes para deleite de la audiencia.

Audiencia atrapada por esa astucia que consiste en mantener una constante que fidelize a los espectadores y que ya es común en la mayoría de series. Por ejemplo y entre las ya posteadas en este blog y que pueden volver a revisar: Monk (el asesinato de su mujer Trudy), El mentalista (el asesinato de la mujer e hija de Patrick por John el Rojo), Castle (el asesinato de la madre de Beckett resuelto en su quinta temporada).

La segunda temporada de Imborrable (Unforgettable) la anuncian de 13 capítulos y su estreno está previsto para el 2013, si no se tuerce.

Tienen pues tiempo de revisar los 22 capítulos de la primera temporada y ponerse al día. No se olviden, Carrie no lo haría.

Post Scriptum: la segunda temporada ya está reseñada aquí, en el blog. 
Y ya pueden leer también la reseña de la tercera temporada aquí

martes, 13 de noviembre de 2012

Tacones de muerte de Sheryl Anderson

‘Tres son las cosas que nunca voy a tener: envidia, conformismo y suficiente champán’ Dorothy Parker.

Tacones de muerte es la primera de las novelas protagonizada por Molly Forrester en la serie que se ha venido a llamar Los misterios de Molly Forrester y que ya tiene 4 títulos:

·  Killer Heels (Tacones de muerte)
·  Killer Cocktail (Cóctel de muerte)
·  Killer Deal (Pacto de muerte)
·  Killer Riff (creo que aún no traducida)

Molly Forrester es una consejera, puesto que escribe la columna de consejos, ya saben una Señora Francis o una Montserrat Fortuny de ahora, de la revista Zeitgeist en Lexington Av. pleno Manhattan, y que aspira a ser periodista. Es una single que aspira a una familia y una casa en Connecticut (¿y que chica en New York no?) y cuando tiene que tomar decisiones comprometidas se imagina auto escribiéndose una carta y se auto aconseja.

De todas formas no le va tan mal ya que su espacio es el más leído y el primero en ser buscado al abrir la revista. De ahí que la publicidad en su página sea más cara y por tanto está muy considerada en la revista.

Aunque su sueldo no da para mucho se las arregla para estar siempre arregladita. Y sale con sus amigas a lugares chic sin que aparentemente su economía se resienta.

La vemos con los trasiegos y vicisitudes por lo que debe pasar una joven, guapa, esbelta y soltera neoyorquina que vive en Manhattan y tiene dos amigas, Tricia, con su propia empresa para organización de eventos, y Cassady, abogada, que sufren los mismos males y que pasan sus penas como pueden, comprando y vistiendo Balenciaga, Prada, D&G, Gianfranco Ferré y tomando Gimlet, Glenfiddich, Grey Goose, champán, aunque sean las tres de la tarde.

Una noche que está cenando en Django con su amiga Cassady, deciden ir a la oficina de la revista para reírse de una horrorosa escultura y se encuentran con el cadáver de Teddy (un compañero de trabajo) de hecho es el pie de Molly calzado con unos sofisticadísimos Jimmy Choos modelo Cat 85 mm de hermosa tela azul a rayas, quien lo encuentra. De hecho los zapatos contactan con la sangre del cuerpo empapándose de tal modo que quedan echados a perder. ¡Con lo monos que eran! ¡y más caros de lo que seáis capaces de imaginar! ¿Que diría Emily Post acerca de como comportarse ahora?

Este descubrimiento (el del cádaver) que un primer instante las deja sin habla rápidamente se convierte en la oportunidad de destacar en el competitivo mundo de los negocios neoyorquino, donde sin contactos no eres nadie, escribiendo un magnífico artículo en primera persona, algo así como: ‘Yo encontré el cadáver’ y Molly se lanza a hacer de detective para descubrir al culpable y acumular el máximo de información para conseguir un artículo con garra. Las cosas no serán tan fáciles y alguien más puede morir en el intento.

Sheryl Anderson, la autora (con muchos guiones televisivos a sus espaldas) explica que buscaba un retorno al género policíaco de crucigrama, protagonizado por snobs que entre cócteles y fiestas sibaritas fuesen capaces de descifrar el enigma. Una suerte de revival del ambiente donde se mueven Nick y Nora Charles.

Tacones de muerte está escrita en primera persona y alterna de forma divertida, desenfadada incluso irreverente, pensamientos y hechos y mantiene su punto de intriga, que no decae en ningún momento (y tiene su mérito), y sorprende con giros policiales, nada del otro mundo no vayan a pensar, que no se le esperarían por su frívola condición a la hora de ignorar la realidad social más allá de las cuatro manzanas donde se mueven las singles protagonistas.

Es un mix de Sexo en Nueva York con toques de Friends y guiños al Diario de Bridget Jones. Una novela calificable como policial light, romántica e inevitablemente chick lit.

Por si queda alguna duda: ‘... y (él) cargó los bolsillos con su cartera, llaves, monedas y todas esas porquerías que suelen llevar los hombres’.

No, no contestaré hablando de los bolsos de las chicas ni de su contenido.

En mi caso ha sido ideal en mi convalecencia de un fuerte resfriado en el que las neuronas no están para exigencias pero el gusanillo de la lectura necesita continuar siendo alimentado.

Me he divertido, he reído, he desconectado y me he imaginado el trasiego arriba y abajo por esa New York adorable siempre que se vaya de turista o se vea por la tele mientras escuchaba Rhapsody in Blue, totalmente conjuntado con la lectura.
Hablando de tele, en un momento de angustia depresiva, Molly se entretiene pasando canales y suspira por uno que emitiera las 24 horas del día solo escenas lacrimógenas de películas como medida terapéutica. Ahí queda la idea.

jueves, 8 de noviembre de 2012

El complot mongol de Rafael Bernal

El complot mongol es una magnífica novela negra mexicana escrita por Rafael Bernal (1915-1972) publicada en 1969. Es una novela que empieza en colores y acaba en blanco y negro.

De esas novelas que tiene la rara habilidad de convertir al lector en un paseante dentro del argumento, otorgándole el  privilegio de sentir y vivir como propio todo lo que allí sucede. Para deambular como alma sin pena, entre perdido y asustado cosido a la propia sombra de García.

Etiquetada como la novela inaugural del género policíaco en México, es sin embargo un policial más negro que el alquitrán al que utiliza como tinta indeleble para pintar en las paredes de la sociedad las reivindicaciones de un sentir popular desengañado. Es novela negra porque va más allá de lo policial y reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre la culpa y la inocencia, sobre la corrupción y la ética, la soledad y el miedo.

El protagonista, Filiberto García, no es ni policía ni detective, es un matón a sueldo, que se autodefine como un fabricante de muertos por la forma como suele resolver los encargos. Trabaja para la policía que lo tiene en nómina para resolver asuntos delicados en los que la legalidad tiene dificultad para acceder.

Es de ese tipo de asalariados que ningún gobierno quiere pero que todo gobierno utiliza. Es el que limpia y saca la basura consciente de que alguien tiene que hacerlo, no fueran los demás a ensuciarse sus manos.

García es un rescoldo de la revolución que ya está de vuelta de todo, sus asesinatos no son más que fríos encargos que hay que cumplir y las mujeres, viudas por su culpa inclusive, cuerpos de los que disfrutar, hasta que su manifiesta misoginia encuentra la horma de su zapato en una joven oriental, Martita, que le voltea del revés su machismo radical al despertarle un incipiente y dubitativo romanticismo amparado por sentimientos de humanidad.

La china de Mao y posibles agentes de Mongolia Exterior podrían estar detrás de la planificación y financiación de un complot para acabar, en tierras mexicanas, con el presidente de los EEUU y de paso con el de México y como García se mueve bien entre chinos ya que conoce sus tiendas y su fumaderos de opio y frecuenta con asiduidad sus partidas de póquer en la Calle Dolores, el pequeño y miserable barrio chino de Ciudad de México, resulta la persona ideal para encargarle el desbaratamiento de la conspiración y la detención o exterminación de los implicados.

Pala amenizal la peliglosa conspilación oliental a García lo acompañan Graves un agente del FBI, al fin y al cabo es su presidente quien está en el punto de mira, y Laski un agente de la KGB que son quienes han levantado la liebre del atentado. Un magnífico encaje humorístico con las tres potencias mundiales que se disputan el mundo.

Parece un chiste malo: había una vez un chino, un gringo, un ruso y un mexicano.

Curioso grupo de personajes, inolvidables, dibujado en sus más mínimos hábitos a la perfección para que los identifiquemos fácilmente con las ideologías que representan. Curioso grupo para bailar un corrido balacero.

La acción transcurre en un México que todavía está somatizando el síndrome post revolucionario y poco después del asesinato de Kennedy en Dallas por lo que la paranoia conspiradora de nuevos atentados presidenciales remueve nerviosamente todos los estamentos gubernamentales y la novela aprovecha la coyuntura para criticar duramente la realidad social que vive el país.

La amargura por el inmovilismo desespera a una pobre población mientras los idealistas de la revolución ya han encontrado acomodo en las poltronas del poder y la corrupción vuelve a convertirse en la amante de la que nadie quiere prescindir.

Surge la vanidad del que nos quiere hacer creer que buscando su propio beneficio se está sacrificando por la patria.

Y García herido en lo más profundo de su ser por perder lo que todavía no ha tenido se lanza a destripar la conspiración resolviéndola al modo que le dicta su conciencia, ya que al parecer es lo único que le queda y es el único que parece tenerla.

Rafael Bernal ha escrito una novela que presenta una estructura narrativa novedosa y meritoria para la época y que consiste en ser contada a dos voces, la principal en tercera persona y en primera persona la subjetiva a través de los pensamientos de García no expresados en voz alta, monólogos interiores de un Pepito Grillo dual que recrea una amplia gama de tonalidades metafísicas en los que se cuestiona lo que hace y lo que no hace, comparando con lo que le gustaría hacer. Y no es una disgresión: es una disquisición.

Sobre todo cuando está con El licenciado, un abogado que pasa más tiempo ebrio que sobrio y que filosofa más que habla y cuando está con Martita, que es cuando entra en juego su desperación y desconcierto al toparse con algo tan extraño como son los sentimientos.

El lenguaje de la novela es mexicano y no castellano, lleno de giros coloquiales y expresiones de la calle pero no hay problema alguno en entenderla, al contrario, adaptarla sería un crimen. La trama resulta muy entretenida, dinámica y llena de humor negro con destellos al más puro estilo hard boiled con color local. Al acabarla no se puede por menos que gritar:

¡Pinche complot! ¡Pinches chinos! ¡Pinche García! ¡Pinche novela!
¡Pinches todos los que no la lean!

Para saber más y mejor sobre Bernal http://www.jornada.unam.mx/2011/06/26/sem-xabier.html

Post scriptum: una entrada posterior de este mismo autor en este mismo blog, aquí 'Tres novelas policiacas'.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Los ríos de color púrpura de Jean-Christophe Grangé

Hubo un tiempo, en la antigua Olimpia, en la que los atletas eran también músicos, poetas, artistas y filósofos. Cultivaban simultáneamente cuerpo y mente; eran hombres espirituales y deportistas lejos de los que hoy, si son intelectuales no levantan pesos y si son deportistas solo prueban la cultura, como los niños la verdura, a regañadientes y sin saborearla.
Pierre Niémans, rostro anguloso, gafas de montura metálica, fobia a los perros y pelo cortado a cepillo es teniente de policia de París y hombre de acción. Su comisario le envía a Guernon, un pueblecito cercano a Grenoble con una notable universidad, para hacerse cargo de una investigación de asesinato. Salta de la frenética macro urbe con violencia explosiva de corta mecha que él mismo a veces también experimenta y que le cuesta controlar, a un valle pacifico rodeado de altas montañas nevadas y cantarinas aguas donde la violencia se presenta en forma filosófica y poética pero no por ello menos letal.
Karim Abdouf es un alto policía magrebí, licenciado en derecho, con rastas, experto en boxeo tailandés, buen tirador y aspecto intimidatorio que se ha criado entre inmundicia humana con violencia barrio bajera y visceral y la entiende como un acto resolutivo de vive o muere. Rechazado por su gentilicio, su aspecto y su condición intelectual muy por encima de la media de sus compañeros vive destinado, muy a su pesar, en provincias donde recibe el encargo de investigar un desconcertante asalto en un colegio sin robo aparente en la pequeña localidad de Sarzac.
Tranquilas y pequeñas localidades distantes unos 250 kilómetros entre si, capaces de albergar en su intimidad un silencioso mundo de conspiraciones insospechadas. Por eso no hay que desdeñar nada, en cualquier caso policial cada elemento desempeña su papel. No hay casualidades ni detalles inútiles. Todo merece ser considerado.
Ni Pierre ni Karim tienen la más ligera idea de que sus casos, dos tramas que transcurren paralelas, acabaran conectados ni de como el horror es capaz de encontrar siempre un camino por donde manifestarse: “la especie humana es la única cruel consigo misma, la única que encuentra placer en hacer el mal”.
Los ríos de color púrpura, publicada en 1998 y ambientada en 1996, es una novela rica en matices, con un argumento sólido y profundo, donde cada capa es un sedimento de la historia. Todos los personajes presentan un interesante perfil psicológico y una fuerte personalidad, que transmiten a la novela dotándola de una energía y un ritmo narrativo que no da respiro alguno, por lo que resulta muy interesante y entretenida, y para nada simple.
Las localizaciones, los exteriores, las situaciones y las acciones son descritas con tanto realismo que el efecto que producen a nivel de imagen mental es de alto voltaje.
Jean-Christophe Grangé ha trabajado un argumento que no deja resquicio a la incongruencia, todo está atado y bien atado, y las explicaciones son coherentes a las situaciones sin coger nada por los pelos. Además, el autor, conocedor de que todo lector de género se dedica a hacer de detective, se divierte jugando a dejar miguitas de pan sin que eso suponga evidenciar lo previsible, ya que con giros insospechados tiende a superar las expectativas y logra mantener un interés constante y una tensión creciente hasta el mismísimo final.
Muy recomendable en general y en particular para empezar a tratar con este autor francés que en su país goza de un merecido prestigio traducido en éxito de ventas y en adaptaciones cinematográficas con actores de renombre. Aporta al género un enfoque diferente del habitual muy en esa línea en la que nos está acostumbrando el nuevo polar francés alejado de estereotipos pero de gran calidad y que o gusta o repele prácticamente sin término medio.