domingo, 21 de julio de 2019

Hierro, serie tv

Hierro es una serie de televisión
que no hay que perderse.
Hierro es de esas series que puedan tener poco eco eclipsadas por las de alto presupuesto, con actuaciones mediáticas e intereses comerciales de toda índole.

Sucede como con la isla, El Hierro, donde transcurre la acción. Una isla pequeña del archipiélago canario eclipsada por las de alta oferta turística, intereses hoteleros y comerciales de toda índole.

El Hierro es una preciosa y extraterrestre isla descolgada del mapa del archipielago. La casa al final de la calle, alejada del resto, en una esquina. No está de paso a ninguna parte. Se va a ella queriendo ir a ella.

Este parcial anonimato puede ser bueno para la isla frente a sus hermanas más solicitadas, populares y populosas: Las Palmas, Tenerife, Lanzarote, Fuerteventura… preserva su identidad. Malo para la serie, cuando menos reconocimiento menos capital para nuevas realizaciones.

En la mañana en que se anuncia una boda, el novio no aparece; el padre de la novia, por sus manifiestas desavenencias con su futuro yerno, es señalado como el responsable del retraso y todos sospechan que el novio se lo ha pensado dos veces por su carácter juerguista. Ceremonia prevista en medio de los preparativos de la bajada, un acto religioso, simbólico y devoto para todos los isleños que se realiza cada cuatro años y, por si fuera poco todo se combina para suceder cuando acaba de tomar posesión de su cargo una nueva juez proveniente de la península.

Una isla es una prisión sin celdas ni muros. Sus habitantes viven encerrados en espacio abierto, una condena de libertad con poca o ninguna salida para los jóvenes.

En una isla, cuanto más pequeña más, no hay secretos y aunque se actúe a voluntad siempre hay alguien que ve, alguien que oye. Los secretos son a voces, pero la lealtad los esconde; en una isla la hermandad es lo más y la defensa ante el forastero es cerrada y orgullosa. El isleño tiende a enrocarse; a retorcerse sobre sus convicciones y sus sentimientos.

Isla El Hierro
Parece extraño que un espacio con un paisaje tan espectacular, mágico y tan abierto contenga una atmósfera tan opresiva y unas relaciones tan subordinadas como si se estuviera en el interior de una mansión victoriana.

Candela (magnífica Candela Peña), la jueza recién llegada a la isla, no entiende el universo de Hierro y poco hace para conectar; su rigidez, su ética y su carácter, cincelado como las piedras volcánicas de la isla, son el obstáculo principal, su coraza para no dejar entrever su fragilidad solo liberada con la sonrisa de su hijo Nico.

Un personaje memorable, como también lo son Díaz (Darío Grandinetti) principal sospechoso del asesinato acusado por pruebas circunstanciales y capaz de empatizar perfectamente con la audiencia y el sargento Morata (Juan Carlos Vellido), de esos guardia civiles que todo el mundo quisiera tener cerca, incluso los gitanos.

Y el resto de secundarios. Todos sin excepción, algunos con la sobriedad que confiere la veteranía otros con el desparpajo del inicio. No hay disonancia, todos suenan con el mismo tono, todos actúan de forma verosímil y todos tienen su punto atractivo e interesante. Les han dado voz para que se oiga, no para hacer ruido (una voz con acento isleño por cierto, donde las palabras flotan por su suavidad fonética). Los responsables son su director Pepe Coira y sus guionistas, el propio Pepe, Alfonso Blanco, Coral Cruz y Araceli Gonda.

Una serie comedida, nada de efectos especiales; honesta, nada de engaños al espectador para generar audiencia; humana, basada en los caracteres y no supeditándolos al argumento; respetuosa, aprovecha el entorno para enaltecer sus virtudes sin caer en vulgarismos turísticos y sobre todo incidiendo con rigurosidad en el enfoque criminal, el procedimiento policial y el posicionamiento judicial.

Hierro es una miniserie de 8 episodios que no deben dejar escapar.

jueves, 18 de julio de 2019

Muerte contrarreloj de Jorge Zepeda

El color amarillo es el que luce en
el maillot del corredor que va líder.
Julio. Calor excesivo. Cualquier movimiento supone un esfuerzo doble. Cualquier gesto supone una gesta. Y sin embargo es el mes elegido para disputar cada año el Tour de Francia.

Esa dantesca aventura que supone recorrer en bicicleta durante tres semanas, con etapas diarias que promedian 5 horas, cerca de 3.500 km con notables desniveles y compitiendo al más alto nivel.

Una exigencia brutal de cuerpo y mente equivalente a correr, en el mismo periodo, más de una decena de maratones o subir tres veces al Everest.

Este evento deportivo precisa que cada corredor tenga los cuidados alimentarios, fisiológicos y psicológicos adecuados para no solo acabar la carrera sino incluso para aspirar a ganarla.

Y si a toda esa presión se le añade la coincidencia de supuestos accidentes con funestas consecuencias para corredores es evidente que el temor a morir supone un componente desestabilizador difícil de gestionar.

El miedo se ha instalado en los equipos y se respira a cada momento, en cada etapa, entre los componentes del pelotón: ciclistas y equipo técnico y directivo. La presencia policial con sus interrogatorios y registros lejos de tranquilizar agudizan la sensación de inseguridad. Los corredores se saben en peligro.

Muerte contrarreloj es una novela negra ambientada en el mundo del deporte de alta competición. En ese Tour de Francia que desde tiempo impretérito asoma a la pantalla del televisor cada verano y otorga grandes alegrías a los amantes del ciclismo, del deporte y del sentimiento patrio.

Una novela negra que habla de amistad y del espíritu del ganador que no entiende de razones que le impidan su objetivo. Habla de sacrificio, de amor, de envidias y de traiciones. Habla de la belleza de una ruta por donde se transita sin verla. De unas inclemencias del tiempo que no respetan a nadie. Y habla de asesinatos.

Jorge Zepeda
Jorge Zepeda demuestra amplio conocimiento del mundo deportivo y del Tour pero no dosifica adecuadamente las fuerzas, no hay que olvidar que son tres semanas, y el desgaste le pasa factura. Ajustar correctamente plato con piñón es la clave para obtener un buen ritmo.

Y no se puede atacar en la subida a todos los puertos, profundizar en la trama criminal, y también en las etapas llanas, profundizar en la trama personal; ya que lla lectura se acaba resintiendo y con el final elegido, no gana la carrera.

domingo, 14 de julio de 2019

El Caso del Castillo de Comper de Jean-Luc Bannalec

Una novela policiaca con la estructura
ortodoxa de un whodonit clásico.

El rey Arturo, los caballeros de la mesa redonda, Ginebra, Morgana, Merlín... leyendas o verdades, historia o historias, sueños o realidades, en cualquier caso han sido, son y serán vitaminas para la imaginación de pequeños y mayores.

De todo cuanto acontece en ese particular universo se encarga un grupo de investigadores que se reúne de vez en cuando para poner en común nuevos hallazgos y debatir sobre su veracidad. Su objeto de estudio es a su vez el trampolín que les permita alcanzar la fama y la gloria en el mundo académico y, a nivel más prosaico, alcanzar una catedra que simboliza el advenimiento de Arturo.

Su lugar de encuentro, el bosque bretón de Broncéliande, resulta ser también el lugar elegido para una sesión de team-building por el equipo de comisario Dupin aprovechando que tiene que entrevistarse con uno de los académicos por un caso a petición de la policía de París.

Todo se trastoca nada más llegar y descubrir que su anfitrión ha sido asesinado. Georges Dupin va a tener que hacerse cargo de la investigación y sin la ayuda ni de brillante armadura ni de afilada Excalibur resolver a contrareloj un caso que tiene mucho de trascendente para el sentimiento bretón.

Jean-Luc Bannalec ha escrito, en esta ocasión, tal vez el whodonit más ortodoxo para lucimiento de su comisario. Una novela policiaca tradicional con un misterio en campo abierto pero en círculo cerrado; un elenco de sospechosos recelosos y desconfiados; un equipo, el suyo, formado por la impecable Nolwenn, el entusiasta Le Ber y el decidido Labat que se lucen como en ninguna otra entrega; y un caso que no solo descubre un asesino sino también algo tan significativo para un bretón, y para cualquier estudioso de humanidades, como que el ensueño, por muy improbable que parezca no es imposible.

Bosque de Broceliande, donde se forjó la leyenda
del Rey Arturo y el mago Merlín.
Séptima entrega de una serie que mantiene su interés a nivel policiaco combinado con su habitual tono jocoso y su evidente intención dinamizadora del turismo de la zona.

Leer a Bannalec y acompañar a Dupin en sus pesquisas y sus comidas, siempre suscita un irrefrenable deseo de ir a la Bretaña y conocer y disfrutar de sus cualidades.

Otros casos anteriores reseñados en este blog:








domingo, 7 de julio de 2019

Asiento 7A de Sebastian Fitzek

Nunca, bajo ningún concepto,
elijan el asiento 7A de un avión.
Asiento 7A es un thriller que transcurre simultáneamente en dos escenarios separados por kilómetros de distancia y kilómetros de altura. El uno transcurre en Berlín a ras de suelo, el otro en un avión que, habiendo despegado de Buenos Aires, sobrevuela el Atlántico con destino al mismo Berlín.

En el suelo Nele, la hija del psicoterapeuta Matt Krüger, ha sido secuestrada cuando iba a dar a luz. En el aire el propio Matt Krüger vuela para ver nacer a su nieta cuando recibe una llamada advirtiéndole del suceso y dándole una sola orden para terminar con el secuestro y hacer que su hija y nieta sobrevivan: debe estrellar el avión.

600 vidas a cambio de dos ¿salen las cuentas?

Matt es un psicoterapeuta de los que deberían tratarse a sí mismos, tantas son sus fobias y complejos. Resulta muy entretenido, incluso divertido pese a lo trágico del momento, ir conociéndole y es admirable lo que una persona, con tanto por superar, es capaz de llegar a hacer por amor.

Un thriller psicológico de manual. Un pasa páginas sin tregua. Tan insustancial que no pasará a la historia de la literatura (¿acaso a alguien le importa?) pero tan adictivo que dura dos telediarios.

Mucho diálogo, mucho monólogo en voz baja, mucha acción y todo escrito en un estilo directo, conciso y sencillo: directo a la vena. Una trama que aparenta una cosa y va adquiriendo complejidad, e interés, y por ello va mejorando la impresión inicial que suscita de producto pensado por y para agradar.

Sorpresas, coincidencias, giros e incluso sugerencias tramposas: todo vale para no soltar al lector una vez pillado.

Sebastian Fitzek
No en vano Sebastian Fitzek es un gran autor best-seller de este subgénero, con varias novelas top ventas muy bien valoradas por el público, conoce perfectamente los resortes que hay que tocar para secuestrar la atención del lector; sabe que teclas hay que tocar para motivar; sabe que ritmo establecer para no fatigar pero tampoco aburrir.

Asiento 7A es un producto artesano realizado con métodos industriales. Un producto de consumo rápido de pastelería pero ¿a quién le amarga un dulce? Juega con la reacción de cada cual ante el miedo y la inseguridad y con los caminos que siguen los procesos mentales, incluso los más retorcidos.

Novela adecuada para leer en vuelo transoceánico: nunca olvidará el vuelo ni el argumento. También funciona si se lee en piscina o en la playa, pero ¡ojo! no olviden ponerse crema solar: el suspense en la lectura les va a absorber de tal manera que no recordaran ni dónde están.

Y si son de las personas que se muerden las uñas, protéjanselas antes de abrir la novela. Ah y recuerden que nunca, bajo ningún concepto deben elegir el asiento 7A de un avión.

jueves, 4 de julio de 2019

Cenizas para un blues de Fernando de Cea


Y si en la vida nada transcurre de
forma secuencial, en esta novela
tampoco.
Sam ha dejado de ser policía de manera formal, ha renunciado oficialmente con entrega de arma y placa, pero en su interior, la policía que fue lo sigue siendo. Y es que si se lleva dentro...

Y es que cuando el oficio es como la propia la vida ya no es oficio ni tiene beneficio, solo dedicación, entrega y servilismo. Y renuncia. Por un ideal, por un sentimiento, se entrega todo, incluso lo que no se tiene.

Sam, Casandra en realidad, es ahora una detective privado y desde fuera del cuerpo quiere investigar, con total independencia y libertad de movimientos, que pasó con su padre, también policía y que murió con deshonor, veinte años atrás, cuando nadie mejor que él lo había defendido.

Cenizas para un blues es la continuación lógica de Puentes y sombras y aunque se puede leer perfectamente sin conocer la anterior, la experiencia mejora con los antecedentes. La trama subyacente en la primera entrega se desarrolla de forma plena en la segunda.

En su nuevo papel, sin someterse a reglamentos, Sam actúa sin líneas rojas que la coarten y emplea el método más adecuado en cada momento para obtener información que le permita cerrar el caso que la lleva de cabeza desde hace tiempo; pero como detective privado también tiene un caso: el secuestro de un chiquillo, y sabe que estas situaciones son de difícil resolución y más si se dejan pasar demasiadas horas desde la desaparición.

Y si en la vida nada transcurre de forma secuencial en esta novela tampoco, así mientras las dos investigaciones prosiguen su avance atropellándose en el tiempo hay otros protagonistas y otras situaciones que atrapan la atención, simultaneando, y que muestran, como un poliedro, las distintas caras que enseña la vida a quien la mira, viéndola.

Fernando de Cea muestra una evidente capacidad para entrelazar historias que evolucionan con ritmo y tempo propios y una destacable habilidad para crear suspense. Y con esos recursos narrativos construye thrillers noir muy convincentes y de gran fuerza visual.

Fernando de Cea.
Su conocimiento de Sevilla, siempre se escribe sobre lo que se conoce, ciudad donde transcurre la trama, le permite describir cada escenario de forma totalmente identificable no solo a nivel descriptivo sino a nivel ambiental, aunque no se haya estado nunca como es mi caso, y faculta para desarrollar ese noir urbano que no precisa de la oscuridad ni la niebla para generar la misma incertidumbre, duda y sospecha.

Y para ello el autor no duda en emplear hasta tres niveles de narración distintos con lo que consigue que una novela ya de por si coral amplifique esa percepción al añadirle más voces y diversos puntos de vista.

Sonido envolvente y pantalla panorámica para lucimiento de Sam, Merche, Roberto, Miss Nolan, Hidalgo, O’Malley, Cisco, el Ogro Bueno y sin olvidar a Wato, un gato cuyas rayas parecen señalar con una W el lugar de su tercer ojo. Pueden acabar siendo buenos compañeros en estos días perezosos.

Y, no se vayan que aún hay más: algún que otro cabo ha quedado suelto y pueden ser motivo para una nueva entrega, aunque transcurra allende.