domingo, 21 de febrero de 2021

La Sombra de Yolanda Almeida

La Sombra es una breve obra de teatro de intriga en un solo acto, protagonizada por dos personajes en las pocas horas que van de la madrugada hasta el amanecer.

Miguel, con la chaqueta manchada de sangre, explica a Ariana que cree haber cometido un crimen. No sabe discernir si homicidio o asesinato, ya que tiene una recuerdo desordenado de su estado de ánimo y sus intenciones en el momento del ataque.

Tampoco recuerda en qué estado quedó el cuerpo ni si quedó fulminado o aún quedaba soplo de vida y posibilidad de ayuda.

La confesión de Miguel abre la puerta que libera un torrente de emociones a medida que cuenta cómo se han desarrollado los hechos y se atisban las razones subyacentes que han inducido a ellos.

Un dialogo entre un hombre desesperado, Miguel, con sentimientos fuera de lugar y que le incomodan y su terapeuta, Ariana, desconcertada por el delito y más interesada en una resolución políticamente correcta que en ayudar a su paciente.

La obra trata el difícil encaje social de quienes teniendo aptitudes, estudios e incluso másteres, y actitudes, predisposición y ganas de ganarse su sitio, no consiguen encajar en la vida y ven cómo sus miedos, sus dudas y sus inseguridades toman el control y se personifican mostrando las distintas caras del prisma que conforma la personalidad.

Pero ir o no de triunfador no es una opción elegible; lo es para quienes son hijos de y con ello tienen el camino allanado; para el resto, la gran mayoría, la precariedad laboral es una pistola que apunta cualquier atisbo de sueño.

No poder tomar las riendas del propio destino, no poder amar y no poder sentirse amado, sentirse injustamente tratado social y profesionalmente, sume al individuo en una incertidumbre vivencial que absorbe toda energía y le convierte en un pelele. De los dioses o de las circunstancias, pero con idénticas consecuencias.

Y Miguel se encuentra bajo ese influjo, de ahí que haya reaccionado como lo haya hecho. Su acción ha sido un grito mudo, en busca de ayuda, largo tiempo atenazado en la garganta.

Yolanda Almeida vuelve con una obra breve, como ya hiciera hace poco con la magnífica novela negra y corta La Cuarentona, aunque esta vez sea un libreto teatral, a mostrar ese aspecto más frágil de la condición humana que es su lado oscuro y desconocido que despierta sin aviso y de forma inoportuna.

En las partidas con la historia, ésta siempre juega con cartas marcadas y cada nueva generación siente que pierde de forma injusta. Y es cierto. Pero la constatación no es ningún consuelo aunque sí debería ser acicate para romper la baraja o cambiar de juego.

La juventud es el motor de los cambios sociales y la resignación solo conduce a la frustración. Yolanda explica esa confusión que suscita ese ¿Y por qué a mí?

¿Qué tal si leen La Sombra, mientras aguardan para verla representada en el teatro?

 

miércoles, 17 de febrero de 2021

Rescate gris de Cristian Perfumo

Cuando Raúl Ibáñez se despierta por la mañana se encuentra rodeado de un áspero polvo gris que tiñe la luz para que los colores se vean en blanco y negro. Dentro y fuera de su casa es igual. Aún no sabe que las corrientes de aire están trayendo las cenizas de un lejano volcán en erupción. Y tampoco sabe que su mujer, Graciela, ha sido secuestrada en la madrugada. Pero de ambas noticias toma pronto conocimiento y si la segunda va a trastornar una vida anodina y rutinaria la primera no va a facilitarle las cosas. Y todo por ser honesto, o quizás ingenuo, o seguramente tonto.

Bajo una lluvia de ceniza, una visibilidad limitada a pocos metros y un plazo excesivamente breve y exigente de los secuestradores, Raúl se mueve por el pueblo en el intento desesperado de cumplir las peticiones para salvar a su mujer.

El estado caótico en que el pueblo, Puerto Deseado, está sumido perjudica y paradójicamente también beneficia las distintas acciones que debe emprender Raúl.

La novela se desarrolla en dos tiempos, en agosto de 1991, momento en que el volcán Hudson y el secuestro se convierten en los protagonistas y en diciembre de 2018 cuando se rememoran los hechos y se entierran los recuerdos.

Cristian Perfumo tiene, con esta, escritas varias novelas ambientadas en Patagonia, que conoce muy bien, y, en su especialidad de thriller noir con componente psicológico, se desenvuelve con mucha comodidad.

Se evidencia en la facilidad para retratar los personajes, con pocas pero precisas pinceladas; en el ritmo narrativo, procurando centrarse en evitar cualquier aspecto que pudiera interferir; en la dosificación de la intriga, explicando lo que conviene saber a cada momento; y en la gestión del suspense, que supone que el lector vaya un paso por delante sabiendo lo que pasará segundos antes de que lo sepa el mismo protagonista.

Rescate gris es el relato de una desesperación; la que siente una mujer secuestrada y un marido que se siente culpable, las decisiones siempre tienen consecuencias, de la situación.

El narcotráfico y la corrupción arropan la trama como la ceniza cubre árboles, flores, calles, coches y gentes y el autor alude, con este símil, lo difícil que es limpiar todo resquicio de ambos, aunque tampoco ahonde en su crítica, se asume como pasan los días en un calendario.

Rescate gris es un thriller noir de lectura fácil y escasa compejidad, que se lee muy rápido por el interés que suscita la trama y a la que ayuda su lenguaje sencillo impreso en letra grande, sus dobles interlineados y sus cortos capítulos. Van a acabarla deseando que hubiera durado más, que hubieran sucedido más cosas, que hubiera habido giros capaces de provocar salidas de las roderas con evolución incierta.

viernes, 12 de febrero de 2021

Seis-Cuatro, 64, de Hideo Yokoyama

Al avezado lector occidental, la lectura de Seis-Cuatro, 64, le desenterrará recuerdos de una literatura existencialista con preocupaciones que hoy no ocupan pensamientos.

Imposible no evocar a Sartre, Camus y especialmente a Kafka. Hideo Yokoyama presenta una organización policial extremadamente jerarquizada, burocratizada y laberíntica que actúa como un ser vivo autónomo, en una escala supraindividual, y carga contra ella.

Denuncia como el individuo se ve superado como sujeto y la experiencia de su existencia viene determinada por su control emocional, su asunción de responsabilidad colectiva y su supeditación subordinada.

Es el eterno conflicto que enfrenta la individualidad al sentimiento de rebaño, un hecho cultural en Japón autoimpuesto por el estado como regla de relación social y empresarial y que cuesta de entender en occidente.

Y aunque Beckett sea la antítesis al realismo de Yokoyama, ambos tienen en común el tratar en primer plano los componentes esenciales de la condición humana. Y en la espera a Godot del primero se ve el reflejo, en 64, en la prevista visita del Comisionado General, el más alto cargo de la Agencia Nacional de Policía, como desencadenante de unas reflexiones que van más allá de impedir cuestionar el orden establecido.

Hideo Yokoyama proyecta esas abrumadoras disquisiciones en sus personajes y las vivimos sobretodo en la persona del comisario Yoshinobu Mikami, el otrora talentoso inspector de Investigaciones Criminales y hoy, defenestrado, Jefe de Prensa del departamento de Relaciones con los Medios. De la calle y la realidad a asuntos administrativos. De policía de verdad a burócrata de oficina.

Su función, tratar a diario con el Club de la Prensa, formado por periodistas de 13 medios, informando sobre sucesos y hechos delictivos para que la información no llegue distorsionada, por exceso de imaginación o creatividad, a la población.

Un cargo donde la tensión es el pan de cada día. Los medios de información exigen total transparencia en los hechos y en datos de filiación de las personas implicadas. Algo que el supra individuo que es la Jefatura Policial se reserva en determinadas circunstancias.

Lo que supone un tira y afloja constante y leit motiv de la novela: las luchas de poder entre un poder factico y un órgano del aparato formal del Estado.

Ya que el caso policial no resuelto, un secuestro que acabó con la víctima, Shoko, una niña de primero de primaria, muerta y el secuestrador y el dinero en paradero desconocido desde hace 14 años y que, con la visita del Comisionado General, se pretende activar; y la desaparición ahora, presuntamente voluntaria, de Ayumi la única hija del comisario Mikami, se concatenarán con un nuevo caso criminal, para formar una trinidad McGuffin sobre la que orbita esa crítica en favor de la libertad de prensa y como responde la ética individual y corporativa al envite.

La lectura de Seis-Cuatro, 64, más de 650 páginas, avanza con los circunloquios propios de la cortesía nipona lo que supone estar releyendo el mismo concepto durante varias páginas expresado de distinta manera pero con idéntica intención y significado y solo hasta el final no se despierta el caso criminal. Terminar la novela exige voluntad, tiempo y esfuerzo y no hay garantías de que al finalizar haya merecido la pena.

Si nos centráramos en su aspecto de investigación criminal, con menos de la mitad de páginas se obtendría un resultado acorde y francamente interesante, ya que en ese aspecto, como otras novelas de género negro japonesas, resulta sorprendentemente brillante en su planteamiento y resolución.

Pero el autor lo utiliza solo para bucear en la denuncia social de un asunto, que responde a un funcionamiento tan particular de la sociedad nipona, que para el lector occidental puede resultar tan curioso pero tan poco atractivo como comer carpa fermentada (Funazushi), larvas (Zaza Mushi) o peces vivos (Shirouo no Odorigui), si fuese el caso, habiendo ingredientes de la cocina japonesa más adecuados al paladar occidental.

Otorgarle el rango de novela negra a Seis-Cuatro, 64, de Hideo Yokoyama, supone que también se le conceda a El Proceso de Franz Kafka. Lo cual no desmerece la obra pero la archiva en el cajón correspondiente.

Si no conocen la novela negra o policial japonesa y quieren acercarse a ella hay opciones más asequibles y agradecidas. Empezar por esta podría suponer armarse de unos prejuicios totalmente injustificados, aunque comprensibles, que les impediría conocer verdaderas joyas.

En este blog se ha dedicado espacio a la novela negra y policiaca japonesa y aquí se encuentran enlaces a reseñas de novelas muy interesantes 

domingo, 7 de febrero de 2021

Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun

Los asesinatos son los delitos por excelencia en toda novela negra, pero en muchas el modo y método, y criminal y víctima e investigación copan las páginas y a quien se encarga de las pesquisas se suele dedicarle justa atención.

Pero hay unas pocas, como es Bajo la piel, en las que es precisamente quien investiga quien copa el grueso de las páginas. Una novela negra dibujada en la piel de una mujer policía.

Y es que Marcela Pieldelobo, inspectora del Cuerpo Nacional de Policía de Pamplona, es un personaje difícil de contentar con pocas páginas y difícil de contener dentro de las mismas.

Trasciende, desborda y absorbe el protagonismo del caso hasta convertirlo en un satélite que gira alrededor de su persona, de sus actos, desmesurados y autodestructivos a veces, ilusionantes y comedidos en otras.

No es una persona trastornada; es una persona dolida. No actúa con amargura pero si con reticencia. Es vengativa y rencorosa, aunque siendo policía intenta contener sus emociones, muy humanas por lo demás, aunque no consiga hacer lo mismo con su lengua. Tozuda y obcecada no se corta en decir lo que piensa lo que, sumado a su salto de las normas, le supone asumir consecuencias administrativas. Entiende las órdenes como sugerencias y actúa desde la premisa de que el resultado justifica los medios, obsesiva del control como es.

A lo largo de una investigación que se inicia con lo que parece ser un accidente de tráfico con una persona desaparecida y el encuentro de un bebé abandonado, vamos a ir viendo cómo se desenvuelve Marcela en todas las facetas de su vida. La veremos irritada, contestona, dulce, cariñosa, sensible, dura e inflexible. Porque en la vida hay momentos para todo.

La novela es una suerte de biografía de una inspectora, que casi deja de lado la temática criminal, que sirve como carta de presentación de esa mujer que busca su lugar en la vida, después de dolorosas decepciones que tatúan su piel con dibujos en su superficie que no dejan de ser profundas cicatrices bajo la misma. Acaba de perder a su madre, le pesa una infancia truncada por un padre maltratador y un divorcio que rompió en pedazos LA felicidad a la que tenía tanto derecho y parece que la vida se empeña en arrebatarle.

El motor que la hace vivir es su profesión, ser policía fue una elección consecuente y no es lo siente como un trabajo sino como una misión autoimpuesta que persigue ayudar a quien aún sea posible y vengar a quien ya no tiene voz. Su determinación es innegociable.

Y es esa perseverancia la que la lleva a resolver el presente caso criminal, sordido y despiadado, que va cogiendo cuerpo a medida que sus suposiciones, con ayuda de complejas investigaciones y de poner su vida en peligro, van viéndose corroboradas. Y es que para desafiar al poder económico amparado bajo el paraguas del Opus Dei hay que ser o muy valiente o muy inconsciente. O ambos.

Susana Rodríguez Lezaun ha arropado a su protagonista, que pedía a gritos ser creada, con unos secundarios, de ambos bandos, con mucha presencia que cubren diversos registros y que no dejan que los focos solo sigan a Marcela, sino que reclaman el derecho a tener voz propia. Y entre ellos hay que destacar a Antón, con poca presencia pero contrapunto preciso para que una de las facetas de la inspectora Pieldelobo sea la de piel de cordero.

En Bajo la piel describe alternativamente a una mujer, a una persona y a una inspectora de policía y deja que sea ella quien actúe en todo momento como corresponda. Y lo hace escribiendo como sabe, tan lisa y llanamente que consigue que la lectura no solo no se encalle en ningún momento sino que fluya con tanta facilidad que se hace corta.

Es de esas lecturas que al acabar no dicen adiós sino hasta luego. Hasta pronto Marcela.

miércoles, 3 de febrero de 2021

La hora de las gaviotas de Ibon Martín

En Hondarribia, como en otras poblaciones costeras, hay gaviotas. Pero ahí, y a pesar que todas tienen dos patas, unas vuelan y otras no, y aunque a estas últimas se les suponga personas, no dejan de ser depredadoras tan omnívoras y peligrosas como las gaviotas.

En Hondarribia, cada 8 de septiembre se celebra el Alarde, simulado desfile militar que evoca un hecho que ensalza el espíritu y los orígenes. Alardear es hacer ostentación de algo. Generalmente de hombría. Y es que las celebraciones populares que vienen de tiempos pretéritos exigen, en nombre de la tradición, perpetuar los actos y festejos a imagen y semejanza de cómo se iniciaron. Y si hoy en día a la mujer aun le cuesta pintar algo es obvio que por aquel entonces nada de nada.

De ahí que la mayoría de anacrónicos eventos, que la historia se empecina en mantener, no tengan presencia femenina, salvo si es servil. En Hondarribia, en los últimos años, se ha abierto un resquicio a la testarudez y permiten un desfile de mujeres, separadas de los hombres y como teloneras.

Que la mujer quiera hacer cosas de hombres, desfilar o ser patrona de pesca por ejemplo, suscita el rechazo de las gentes de la localidad. Y no solo por contaminados adultos sino también jóvenes en los que ya ha germinado un machismo extremo e incluso muchas mujeres jóvenes y no tanto.

Las vecinas y vecinos oscurecen el recorrido con plásticos negros para no ver y ensordecen con pitidos para no oír. Lo que no se ve ni se oye, no existe. Brutal desprecio con el que obsequian a sus amigas, compañeras de clase, de trabajo, vecinas, por querer un derecho que no se les reconoce.

Por eso cuando se produce un asesinato en pleno desfile no sorprende a nadie: algún día tenía que pasar.

Ane Cestero y su equipo se hace cargo de la investigación. Los conocimos en otro caso policial, en la localidad de Urdaibai, bajo el título de La danza de los tulipanes y ya vimos su fuerza de carácter y su inquebrantable solidaridad para con víctimas, sean de violencia física o de violencia social, y en esta ocasión van a encontrarse con extremos inimaginables.

En un pueblo, el culpable siempre está a la vista. Pero no basta con mirar, hay que saber ver. El machismo, deleznable lacra de profundo arraigo, no siempre tiene toda la culpa ni la culpa de todo.

En su deambular por el pueblo, entrevistando y recogiendo migajas de información, se van a encontrar con ese coctel explosivo que supone mezclar odios, envidias, intolerancias y venganzas, que van a sustraer su atención, y la de las personas lectoras, y van a confundir sus premisas con aspectos que abren interesantes, y apasionantes, subtramas y que el autor se encarga de cerrar convenientemente y a satisfacción en el momento preciso.

Ibon Martín escribe con determinación, presenta un argumento tejido con muchos hilos y lo relata con prosa viva y ágil. La hora de las gaviotas es un thriller noir de potente denuncia en el que la emoción y el suspense están garantizados hasta el mismo final.

Y mejora, si cabe, su anterior entrega con Ane Cestero a quien en esta ocasión le hará vivir un episodio desgarrador y la enfrentará a una tremenda tesitura en la que nadie puede salir indemne, sea cual sea la decisión que se tome.

La hora de las gaviotas desgarra, como pico ganchudo del ave del título, las tripas de una sociedad que esconde horrendos crímenes entre idílicos paisajes.

Aúna lo mejor del thriller noir, de la novela negra y de la policiaca para poner la piel de gallina con un relato estremecedor desde el inicio y que no decae en ningún momento. Lectura obligada. Recorrerán ese rincón de la fría costa cántabra y experimentaran las emociones, que son muchas y variadas, que les va a ofrecer.

Y si oyen risas de gaviota, no se confundan no es amabilidad, es burla.