Cuando se lanza una piedra no se puede estar seguro de
que daño puede causar. Mejor dejar la mano quieta y la piedra en el suelo. Ya se sabe que toda acción conlleva una reacción.
David Valenzuela desconocía este aforismo o si lo sabía no
lo tuvo presente en aquel momento o hizo caso omiso de la sabiduría popular y
la mano fue más rápida que el pensamiento. Y el resultado un desastre del que
David no conseguirá redimirse, al menos en esta vida.
La consecuencia el exilio y con éste el descubrimiento de
una aptitud innata para el béisbol y con ella el viaje de su vida: de su Mexico
natal a Los Ángeles en los mismísimos Estados Unidos de Ámerica. Y con el viaje
el encuentro con Janis Joplin: una posibilidad entre un trillón.
Y a partir de ese momento ya nada vuelve a ser igual.
Aunque el pasado no debe olvidarse para no encontrárselo en el presente. Y
sobre todo. si se aparece, que no te encuentre estando solo, desarmado y de noche.
El amante de Janis Joplin es una novela road
movie a la mexicana que en lugar de transitar por amplias carreteras
transcurre por estadios de la evolución personal del protagonista.
El narcotráfico y la guerrilla como entes enemigos capaces
de destruir una vida y como entes aliados como medios para hacer realidad los
sueños; en el caso de David, además, son el pan de un bocadillo en el que él es
el fiambre, o lo será si no cuida por donde anda y con quien.
De la legalidad al lado oscuro; del don nadie al Don
Algo; del sexo fortuito al amor romántico; del puñetazo policial al derechazo
knock out; de tontear con el trapicheo a ensamblar un cártel, de la amplitud y
soledad del agua azul a la claustrofobia y hacinamiento de la prisión.
Y así es la vida de David, y así también la de muchos
otros david que se ven indefensos ante la crisis entre el discurso oficial y la
aplicación que jueces y policía hacen en base a su interpretación para nada
sujeta a rendir cuentas y por tanto desmandada.
Elmer Mendoza es capaz de estructurar una novela que
transcurre en multitud de espacios distintos, casi caótica en su desarrollo,
pero con profundas raíces muy autóctonas mexicanas y lo hace al ritmo del pop
rock americano e inglés que utiliza como símbolo de una anhelada proyección
humana, cultural y liberadora hacia ese norte más allá del Rió Grande.
Escribe sobre la vida, la pobreza y la riqueza, mezcla
ficción e historia verdadera casi sin saber cual es cual y utiliza un modo de
lenguaje hablado para conseguir que lectura se oiga.
Y lo aprovecha junto al
peculiar uso de la puntuación y del ritmo narrativo para marcar los tempos de
la novela, apresurada al principio: hay que huir, hay que huir; más ralentizada
a medida que avanza: hay que asimilar lo que se va conociendo, lo que se va
descubriendo; definitiva y deliberadamente lenta a medida que se acerca el
final: los sueños solo existen mientras se duerme y la muerte no es la gran
dormida.
Lo importante no son los hechos que se narran sino su
significado intrínseco y las interpretaciones que hace cada personaje o el
propio lector de lo que va aconteciendo.
La novela encierra mucho contenido subyacente, mucha
crítica, mucha rabia y mucha mala leche. Muchos toques de fina ironía para
driblar las burlas del destino. Remueve las tripas por la injusticia. Es una
muy, muy, buena lectura.
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