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viernes, 1 de agosto de 2014

Los lectores de novela negra, policíaca, interrobang

Los/as lectores/as de novela negra, novela policíaca, novela enigma… o sea novela interrobang, somos semper fidelis para con el escritor/a hasta que el vuelo de una mosca nos distrae de nuestro firme compromiso.

Vale digámoslo de una vez: somos de lo más promiscuo que anda leyendo sobre la tierra. Saltamos de un autor a otro sin dudarlo ni un instante. Nos estamos abrazando a uno y ya le hemos echado el ojo al de al lado.

Promiscuos y precoces: desde pequeños ya estamos dándole. ‘Os vais a quedar ciegos de tanto hacerlo’, bueno ciegos no, pero más de un miope si que hay.

La pasión por la lectura entra en cuerpos púberes y hace de ellos su guarida. Y ya nunca los abandona. El demonio en el cuerpo. La enfermedad de la lectura no tiene cura: si no lees te mueres, antes, y cuanto más lees más necesitas seguir haciéndolo. Leer, me refiero.

Leer para poder seguir leyendo. ¿Acaso hay otra razón? (si, vale, pero esta también)

De ahí que no haya autor que por si solo pueda satisfacer tan tremendo furor. De ahí que necesitemos tener varios a mano para ver y tocar sus obras y sentir como sus emociones y las nuestras confluyen en el placer común.

Nos abrazamos a la nueva novela sea quien sea que la haya escrito sin ningún pudor, remordimiento ni sentimiento de culpa, aunque la religión se haya empeñado en inculcarnos lo contrario, aunque por sus actos los conoceréis.

Nos metemos en la cama con cualquiera sin distinción de raza ni nacionalidad; hoy dormimos abrazados a un nórdico/a y en cuanto acaba la fogosidad ya estamos metiéndole mano a un/a argentino/a o sobando un/a canario/a, de los/as que escriben no de los/as que pían.

San Fidel, como encarnación de la fidelidad, no es santo de nuestra devoción. No es la festividad de los lectores de género, más propensos a la cultura del culo (libro) veo, culo quiero.

Vamos a las librerías a pecho descubierto, es un decir no una realidad (para pena de algunos) buscamos y a veces acertamos y disfrutamos del deleite que supone el conocimiento de un nuevo cuerpo y otras renegamos de la elección que no nos ha producido ningún placer. Uno más de lo mismo. Puaj!

Pero olvidamos rápido el desengaño y de nuevo ya estamos buscando sobre la mesa o en el escaparate quien nos haga tilín. Y nada más agarrarlo y sentir su palpitación en la mano ya notamos las mariposas en el estomago que se manifiestan siempre al inicio de una nueva relación.

Y cuando lo abrimos ya vamos hasta el fondo. Sin preliminares, a pelo, donde nos coja, sin protección. Vivimos peligrosamente.

Es lo bueno que tiene el leer, que no precisa de hueco en la agenda ni de planificación que le reste espontaneidad.

Es un aquí te pillo aquí te mato: en un banco del parque, en la playa mecidos por la brisa marina, al lado de una piscina con una cerveza al lado, en la butaca de un avión, en el compartimiento de un tren de largo recorrido, en la cama de un hotel con servicio de habitaciones… en país propio o extranjero, tópico o exótico, viendo caer la lluvia o ante una puesta de sol…

Cualquier lugar. Cualquier momento. Leemos porque nos gusta. Y lo hacemos solos o en compañía, que resulta más gratificante. Leemos porque hay autores/as que escriben.

A todos/as ellos/as, a todos/as vosotros/as gracias por escribir y gracias por no pensar en dejar de hacerlo. Gracias por escribir por y para nosotros.

Sin vosotros las editoriales no existirían; ni las librerías ni los libreros; ni las bibliotecas ni las queridas bibliotecarias (alguno no podría subir más tweets al respecto).

Y nosotros, lectores y lectoras existiríamos pero agostados en un rincón.

Y aunque sea agosto nada de hacer vacaciones, prometeos encadenados sois y seréis, y a seguir escribiendo que nos habéis viciado y no podemos dejarlo. Sois nuestros camellos de cultura y necesitamos nuestra dosis (la cultura no es un lujo es una necesidad) y estamos ansiosos de obtenerla.



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