Ante todo precisar que con
El enigma de la calle Arcos nos
encontramos ante la que está considerada primera gran novela de género policial
en Argentina; lo segundo que no está clara su paternidad ya que el nombre de su
autor parece ser claramente un seudónimo y lo tercero es saber
que se publicó seriada por el diario Crítica a finales de 1932 y como volumen
en 1933.
Es curioso como la novela
ha acaparado más páginas de opinión y discusión centradas
en su paternidad (entre las distintas posibilidades la que tiene más encendido debate
es si fue escrita o no por Jorge Luis Borges) que no por su estructura
narrativa y su argumento que en eso hay mayor coincidencia entre lectores y
crítica en considerarla, incomprensiblemente, mediocre.
Y ni tanto ni tan calvo.
En contexto la novela presenta los mismos tics para lo bueno que para lo malo
que muchas otras obras europeas de su mismo estilo folletinesco de aquella
época y no se debe juzgar con exigencia docta lo que solo es un entretenimiento.
Y en eso cumple a la perfección.
El enigma de la calle
Arcos lo constituye el
descubrimiento del cuerpo muerto de Elsa Avilés, esposa de Juan Carlos Galván,
en su habitación cerrada por dentro con un cerrojo y el autor no solo no
esconde su pasión por la novela El misterio del cuarto amarillo de
Gaston Leroux sino que emulándola (en ambas el protagonismo se lo lleva un
periodista) pretende superarla y de ahí que el título conlleve directamente la
palabra enigma como la otra llevaba misterio para que nadie se llame a
engaño de lo que contiene en su interior.
Remite también, buscando
paralelismos cercanos a su contemporaneidad a El doble asesinato de la Rue
Morgue de Edgar Allan Poe con Auguste Dupin y a La cinta moteada de
Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes.
El joven periodista
Horacio Suárez Lerna del diario Ahora ejerce de investigador apasionado
buscando colmar la necesidad de saber de todo periodista que se precie y sosteniendo
que no ha sido suicidio sino asesinato se lanzará a una carrera detectivesca
paralela a la del inspector César Bramajo a quien se le ha asignado el caso.
Una intriga que mantiene
en suspense hasta el final y que entremezcla amores, amantes, juego clandestino,
fidelidad perruna, rivalidad periodística y lucimiento policial. Que interesa
tanto como novela de costumbres sociales y de comportamiento de los medios de
comunicación como por el detalle de su investigación policial.
No estamos pues ante una
obra que pretenda reconocimiento literario (el hecho de haber sido escrita con
seudónimo no parece un intento de aumentar el interés sino que da una idea más encaminada, aunque cueste entender, de querer pasar desapercibida) sino ante un
acertijo estructurado en forma de novela.
Sauli Lostal, sea quien sea, ha escrito la novela en ese formato popular de
quien tiene una charla coloquial en un café y se refiere a una historia que le
sucedió a alguien y que así se la contaron y lo combina con el redactado propio
de una entusiasta crónica periodística.
Tan popular es el tono
empleado que requiere que cada tanto se vuelva a llenar el vaso mientras el
rapsoda va avanzando en el esclarecimiento de los hechos ante una concurrencia
con la boca abierta.
¿Dónde estaría hoy la
novela policiaca y la novela negra sin estos magníficos y atrevidos folletines?
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