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lunes, 6 de noviembre de 2017

El castillo de Saint-Chartier de Ivo Fornesa

El hedonismo se instala en
la novela policiaca.
Es una de esas novelas pensadas para entretener, con una trama intrigante y bien estructurada y un enfoque bucólico y pastoril sobre lo bien que se vive en un pueblo, claro que solo cuando se tiene dinero para hacerlo, bien como privilegiado rentista bien comiéndote unos ahorros pensados para tal fin y no como pueblerino nacido y criado en el villorrio y teniendo que criar animales o cuidar huertos para vender producto y sobrevivir. Haga frío o calor las granjas y los campos no cuelgan nunca el cartel de festivo ni de vacaciones.

La idiosincrasia de los habitantes de la comarca, de sus tiendas y cafés y casas de comidas resulta tan placentero y agradable, aunque con sus peculiares rencillas, que más que en Francia se diría que la trama se desarrolla en la Inglaterra de primeros de siglo XX bajo la mirada atenta de Agatha Christie.

El castillo de Saint-Chartier data del siglo VII y está siendo restaurado, sin reparar en gastos, por su flamante propietario Carlos Shennan, un millonario argentino con un desarrollado gusto por la historia y el arte.

El día fijado para que el castillo abra sus puertas y muestre su rostro remozado con una gran fiesta y muchos invitados se comete un asesinato que trunca los actos previstos e instala un sentimiento de pesar y de sospecha del que Laurent de Rodergues, el forastero que acaba de instalarse en el pueblo, se hace anfitrión; lo que le exige investigar el crimen para demostrar su inocencia en un papel de detective aficionado que no se le da nada mal.

Ivo Fornesa, el autor de El castillo de Saint-Chartier
Ivo Fornesa elige un modelo de desarrollo argumental que recuerda afectuosamente al empleado en la edad de oro de la novela policiaca británica sin olvidar la lista de dramatis personae al principio y dedicar un capítulo a cada sospechoso.

El lenguaje es educado y respetuoso y se diría que hay mucho de él, de lo que piensa, de lo que sabe y de lo que ha vivido, en esta novela; no en vano es el actual propietario del castillo de Saint-Chartier donde transcurre la acción y también tiene familia asiática, personal de servicio y atesora eclécticas colecciones de objetos diversos en sus dependencias igual como lo descrito en la novela, aparte de tener una biografía de aventura que ya quisieran para sí muchos personajes imaginarios de cualificados thrillers.

Leer la novela deja el sabor y el aroma del pan recién horneado en piedra con leña mientras se corta queso para que se vaya derritiendo sobre las rebanadas y se degusta el vino decantado previsoramente un rato antes. Hedonismo para que te quiero!

Una novela pues para ser degustada sin prisas. Sin otra pretensión que pasar un rato satisfactorio y vaya si lo consigue: Vive la France!

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