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jueves, 14 de junio de 2018

El silencio del pantano de Juanjo Braulio

Un ejercicio de metaescritura de
novela negra.

En la política la omnisciencia y corrupción son hábil pareja de baile y quien más quien menos se apresta a formar parte de la fiesta para salir en la foto de los que esperan, desean, ansían, sacar tajada de las envilecedoras acciones de prosperidad social y urbanística. Y todos prefieren guardar silencio como lo hace el pantano donde se asientan.

En un ejercicio de metaescritura, Juanjo Braulio, arma un relato con distintos niveles donde desarrolla dos tramas de novela negra paralelas siendo una ficción dentro de la ficción al corresponderse la primera con el texto de una novela que se va escribiendo.

¿Confuso? es lo que pretende el autor habida cuenta de que hay momentos en que hay que detener la lectura para identificar si se está leyendo la novela o la realidad, dentro del plano ficción claro está. Y lo pretende para que esa ambigüedad sea referente de que todo puede ser verdad y a la vez ficción.

Todo empieza al descubrirse un cadáver a la vera del río Turia, en Valencia. El cadáver no está solo, aparece acompañado de otros cuerpos en lo que se diría una especie de macabro ritual. Al pobre lo han dado por el saco.

Q es un escritor de novela negra, antes fue periodista, de una serie protagonizada por el brigada de la Guardia Civil David Grau, mimado por el éxito y de la que está escribiendo su tercera entrega.

Esta tercera novela es la que tenemos ocasión de leer a la vez que seguir las evoluciones del propio Q no exentas de riesgo al mezclarse con gente de poco fiar y mucho desconfiar. Ambas historias narradas en tercera persona. Dos tramas con Q como nexo; personajes de ficción y de metaficción.

Juanjo Braulio
Unos personajes que aguantan la novela y que hablan y critican socialmente sin tapujos, ¿hablan los personajes o habla el autor? ya que son distintas voces pero parecen tener el mismo timbre.

En El silencio del pantano el estilo es cuidado y rico en expresiones que dicen mucho con muy poco y sobre las que hay que volver para sacarles todo el jugo; por suerte, o no, el ritmo es pausado, se puede leer sin cinturón de seguridad, y eso permite recrearse con las imágenes que constantemente acuden a la mente.

Escribir dos novelas a la vez, muy bien documentadas y cohesionarlas es tarea difícil que Juanjo Braulio resuelve satisfactoriamente. Lástima que la soltura que demuestra con esa metaestructura no se acabe trasladando con la misma brillantez al final.


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