El tiempo es salvaje. La estepa es salvaje y las personas son salvajes. |
Cuatro puntos de partida distintos, sin saber si van a
cruzarse o converger o si van a ir cada uno por su lado. Cuatro situaciones
anómalas, sospechosas de delito, si no evidente, y complicadas en forma y en
fondo: nada sencillo se presenta envuelto en tantas capas.
Cuatro puntos cardinales. Difícil orientarse.
Un jinete muerto con su montura y una hembra de yak yacen
congelados en medio de la desierta estepa. Un probable escalador yace muerto
congelado en medio de una pared, a considerable altura, del macizo
del Otgontenger. Una joven prostituta, Colette, aparece asesinada en una
habitación de hotel donde se había citado con Yeruldelgger. Unos adolescentes
han desaparecido desde hace días y nadie parece tener noticia al respecto.
Cuatro mechas encendidas. Difícil conformarse.
Yeruldelgger, Tiempos Salvajes, es la segunda entrega de
una trilogía que se inició con Yeruldelgger, Muertos en la Estepa.
Es un
thriller que trasciende el noir local de la primera entrega para abarcar un
abanico de delitos que no se circunscriben a Mongolia, también afecta a sus países
vecinos y llega hasta la mismísima Francia, hasta su puerto de El Havre.
Hay asesinatos, corrupción y contrabando, siempre van de la
mano, trata de personas, mafiosos locales y ajenos, investigaciones policiales
y militares, autorizadas y clandestinas. Hay de todo menos piedad. Ningún
atisbo de ella; cada cual mira por lo suyo y por ello se hace lo que haya que
hacer.
Ian Manook trabaja, en esta obra, a ritmo de thriller
viajero y viajado y va hilvanando las diferentes historias para luego volverlas
a separar y dando pie a intrigas y un nivel de suspense más que sobresaliente
sin ninguna concesión a las sutilezas y sí dando mucho juego a las asperezas.
No solo en las relaciones personales sino también
intercalando momentos de meditada espiritualidad del séptimo monasterio con comida
de casquería en tabernas sucias y malolientes. Sándalo y vómito.
Yeruldelgger, Solongo, Oyun, Saraa y Gantulga y la sombra
alargada de Erdenbat, repiten protagonismo y se alternan en sus salidas a
escena de modo que al autor no le resulta difícil ir desgranando las distintas
historias. Para el resto está la incorporación de Zarzavadjian, un policía
francés de origen armenio, que tiene un papel más que determinante y
conveniente.
Ian Manook cierra esta segunda entrega con un clifhanger
tremendo y que obliga a la lectura de la tercera si o sí. Y aunque la venganza
se sirva fría no hay que esperar ya que, con el inclemente clima de Mongolia en
invierno, si esperamos más estará helada.
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