Su cuerpo ha sido hallado en la zona ajardinada del Museo
del Prado en un estado lamentable. Si todo lo que muestra fue realizado
pre-mortem, el sufrimiento debió ser atroz. Una creación artística del
tenebrismo para el Museo oportuno.
Diego Jiménez, el inspector encargado del caso, no ve con
entusiasmo la participación de alguien de fuera, pero debe acatar órdenes
aunque no pueda evitar mostrar a cada momento su disconformidad.
Sin dar tiempo a respiro, sin casi organizar las pesquisas, la aparición de un segundo cadáver sume a los investigadores en el desconcierto y marca el inicio de una carrera contrarreloj por si hubiere otros.
El resultado es un thriller noir que bebe de obras de arte
y elementos históricos, para forjar una conspiración criminal con sectas y
órdenes religiosas en una trama en la que intercala elementos sobrenaturales
que desconciertan a protagonistas y a lectores
Como toda obra primeriza de género, los diálogos suenan como una obra de teatro poco ensayada; y la investigación emboca sospechosamente a la primera lo que reduce desafortunadamente la complejidad de la trama, que agradecería giros inesperados y más tensión.
Nada que no se pueda conseguir y a Pilar González Álvarez,
que ha osado salir de su zona de confort para adentrarse en el relato criminal,
aún alejado de la esencia de la novela negra o policiaca y más cercano al de
misterio, se le agradece su aportación al género.
La novela ha sido finalista del Premio Ateneo de Sevilla
2019
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