Proyecto Silverview es
una gran novela de espionaje, y también de espías. De espionaje entendido en su
realidad: burocracia y politiqueo, y no en la idealizada imagen que le diera
James Bond. De espías, entendido como personas humanas con oficio, ejemplos del
disimulo, del anonimato y del recogimiento y no mostrados como superhéroes.
En Proyecto Silverview, sus
personajes son personas, aparentemente, normales y corrientes. De vidas
comedidas y casi anodinas. Personas hogareñas, familiares y vecinales. Y es que no hay que olvidar que las y los espías también son personas.
Proyecto Silverview es un intimista canto de cisne al servicio secreto que fue y que tiempo ha dejó de serlo. Una
glosa a un modo de patriotismo donde había sentimiento de orgullo nacional y no
solo intenciones estratégicamente geoeconómicas.
Narrando, aparentemente, unas
relaciones intrascendentes en una trama, aparentemente, sin resalto alguno, el
autor define ese mundo en el que la organización en la que trabajó está siempre
con el oído parado y atento a cualquier disonancia. Por eso cuando se percibe
un chirrido se articula rápidamente un procedimiento de comprobación y Proctor
es el encargado de llevarlo a cabo.
Julian Lawndsley, un joven y
exitoso gestor económico en la City, cansado del estrés se ha retirado a una
localidad costera para llevar una librería. Poca clientela, mucha tranquilidad
y Edward Avon, quien le propone ubicar en su sótano La República de las Letras:
una cuidada selección de lecturas indispensables. Un proyecto humano e
intelectual al que Julián no se puede resistir.
Los agentes de esta novela
arrastran su desesperanza, su desánimo y su desconcierto por vivir en una
sociedad a la que ya no reconocen como propia. La ilusión por ayudar a mejorar
el mundo se ha disuelto en la rutina de las normas y las ordenanzas, en
gestiones de despacho, en redacción de informes y memorándums bajo el dictado
de los políticos que no de la política. El derrotismo se ha instalado en sus
vidas y la decadencia en los valores sociales.
John Le Carré nos deja su último texto, corregido por su hijo, y con él nos regala su experto dominio del lenguaje críptico, propio de un agente, que tantas veces hemos disfrutado en sus obras y que ahora, más si cabe, se despliega en una clase magistral de redacción. Contando sin contar, diciendo sin decir, pasa cuentas con quien le empleó y a quien ayudó.
Es una novela de agentes
secretos, o espías como prefieran llamarlos, en la que habita la nostalgia. Es
la lectura perfecta para el adiós a un grande. Hay quien siente placer tomando
un café doble, o un whisky doble; leer este Le Carré es placer doble.
Del mismo autor y reseñada en este blog Una verdad delicada su última novela publicada en vida.
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