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viernes, 1 de febrero de 2013

El dulce veneno del jazz de Charlotte Carter

No estamos ante una novela; bueno si, pero no. Estamos ante un generoso y sentido, pero pueril, homenaje hacia ese genio del piano llamado Thelonious Monk. Puro jazz. Poca broma.

 

Y ya está. Poco más que explicar.

Nanette, 28 años, 1,78 de altura, negra, pelo corto, malvive, en Gramercy Parle, primera avenida entre las calles 17 y 18, de traducciones de francés (eso dice aunque durante la novela no hace ninguna) y de lo que saca de mal tocar el saxo en la calle. Y de las facturas se encarga un medio novio con el que pasa más tiempo peleada que encamada.

Un día, al finalizar su momento musical lista para la recogida conoce a otro músico callejero, Sig, con el que empatiza y al que deja acompañarla a su apartamento. Es el inicio de un encadenamiento de sucesos y asesinatos en donde van apareciendo personajes y en donde muy pocos son lo que parecen.

El dulce veneno del jazz como novela se queda corta y como homenaje también ya que se reduce a titular cada uno de los capítulos con nombres de piezas del gran Monk y a citar entre textos otros títulos y otros grandes músicos, Parker, Webster, Rollins, Miles, Coltrane, sobradamente conocidos por lo que tampoco descubre los menos mediáticos, ni entresijos del mundillo ni aporta información que no esté al alcance de cualquiera sin que tenga que ser ni tan siquiera simple aficionado.


 
Para los más avezados, he ahí los títulos de los capítulos y por ende nombres de míticas piezas con Thelonious Monk como avalista:

I mean you, In walked bug, Nutty, Rhythm-a-ning, Little Rootie Tootie, Misterious, Trinkle tingle, Criss-Cross, Blue Monk, Epistropby, Straight no Chaser, Monk’s dream, Friday the 13rh, Round Mignigth, Reflections y These foolish things.

Excelente música. Pero ¿no era esto una novela?

Charlotte Carter, la autora, intenta, tal vez, decir mucho pero no se le acaba de entender, presenta un argumento que suena descompensado, ofrece demasiada cancha a las reflexiones de la protagonista, que mejor encajarían en una novela para adolescentes, que desvían la atención y rebajan la tensión, pocos diálogos que resultan flojos para el avance de la trama y ni lo que cuenta ni el modo en como lo hace consigue atrapar la atención más que en unos pocos pasajes de vez en cuando.

Eso si, sirve para darse un garbeo virtual por Manhattan y para que apetezca oír jazz que es uno de los mejores sonidos que se puede disfrutar. Pero déjense aconsejar por alguien que entienda: el jazz es un mar de aguas profundas y muchas corrientes, tan pronto en calma como encrespado, tan pronto azul como negro.


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