Cuando el nikkei no es índice bursátil sino comida. |
A un padre se le puede matar literalmente, como a
cualquier otro ser, o se le puede matar figuradamente cuando el hijo rompe el
lazo de admiración y devoción profesados hasta la adolescencia y necesitado de
seguir su evolución como persona con criterio propio se lanza a buscar sus
aciertos y cometer sus propios errores.
Venancio Ven Cabreira
recién llegado a Madrid después de una estancia en China está en eso de matar
al padre y evolucionar. Nunca es tarde para ello y a pesar de que pierde
ocasionalmente el sentido del sabor y del aroma, no pierde, a su pesar, el
regusto a amargura que le provocan sus tareas como investigador privado a
sueldo; fisgar en vidas ajenas le anima a conocerse a sí mismo y mejorar
como persona en un momento de su vida en que siente el aliento del fracaso
existencial en su nuca.
Lucy Belda, periodista gastronómica amiga de Ven, está
cubriendo un congreso de cocina en Lima cuando desaparece Pedro Marino, un
ponente, propietario de una cadena de restaurantes y defensor de las
plantaciones de quinoa a la antigua usanza, cuyas palabras incitan al cambio
social a partir de la cocina y que parece postularse incluso como presidente de
la nación.
La quinoa cultivada por el pobre campesinado del
altiplano está favoreciendo a ricos empresarios y distribuidores de medio mundo
y no es cosa de dejarse pisar con huevadas que aluden a conciencia social e
incitan a la lucha de clases. De ahí que a Pedro Marino haya más de uno que se
la tenga jurada.
El argumento se desarrolla en dos tramas paralelas. La
una recorriendo Perú y la otra recorriendo Madrid, que acaban confluyendo
aunque, como la unión del Negro y el Amazonas, sigan manteniendo su idiosincrasia.
Yanet Acosta en quien se juntan la gastronomía real y la ficción criminal |
Yanet Acosta nos acerca una novela negra reflexiva, tanto
a nivel personal como social, que nos permite disfrutar de su más que evidente madurez
literaria manteniendo la gastronomía como medio para explicar estados
emocionales y para contar tramas criminales. Las letras empleadas como materia
prima a tratar y los recursos gramaticales como instrumentos para cocinarlas.
Mantiene su habitual punto transgresor al género al emplear
los recursos más acordes a cada escena, a cada capítulo, aunque para ello deba
mezclar cualquier sabor con cualquier otro de los cinco y de nuevo critica el
postureo culinario, los nombres pomposos de técnicas y platos y el
encarecimiento de productos básicos por culpa de modas insustanciales.
Y es que la buena cocina solo necesita producto de
primera calidad poco manipulado y tratado en su justa medida como en la cocina nikkei omnipresente a lo largo de la
novela.
La presencia japonesa en Perú, masivas inmigraciones en
la encrucijada de los siglos XIX y XX, tenía que notarse por fuerza en la
gastronomía. Los japoneses, al no disponer de sus productos autóctonos,
procuraron buscar sustitutos entre los productos criollos aunque dándoles su
toque culinario y ahí nace esa fusión surgida de la necesidad.
A ese mestizaje de la cocina peruana y japonesa dio en
llamarse nikkei (que no tiene nada
que ver con el índice bursátil nipón, aunque hoy algunos chefs le saquen alta
rentabilidad y si con el hecho de que fuera el modo como se conoce a los hijos
de los inmigrantes japoneses) y ha saltado del ámbito doméstico a restaurantes
especificos.
Matar al padre es un rico, por sabroso y por valioso, aporte a la novela negra actual y la gastronomía es como el surf: depende que ola cojas estás arriba mirando al cielo o abajo tragando agua.
De Yanet Acosta se han publicado las reseñas:
- El Chef ha muerto (primera novela con Ven Cabreira como protagonista)
- No hay trabajo bueno novela negra a ritmo de western y con fuerte denuncia
social.
Y les recomiendo leer A los hombres no les gusta mancharse las manos un relato
corto protagonizado por Ven Cabreira, con mucha mala leche. Y esta no es de
tigre.