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martes, 3 de marzo de 2020

La virgen de los huesos de Guillermo Galván

Una novela negra con la que sufrir.

La historia social y política de España está más llena de testosterona que de razones y con más actos castrenses, ordeno y mando, y litúrgicos, Dios está con los vencedores, que diálogo. Y luego están los silencios, esos que llenan montones de páginas en blanco porque no tienen ni tendrán quien les escriba.
Leer novelas cuya acción se desarrolle durante o inmediatamente después del cruento golpe de estado franquista tiene siempre un peaje anímico: el que conlleva convivir durante toda la lectura con el horror, con todo el sufrimiento y desamparo que eso supone.
Pero no es un horror extraído de neuronas creativas, no. Lo que se cuenta suele ser verdad y si no a datos exactos lo es por aproximación. Y lo estremecedor es que siempre se suele cumplir el axioma de que la realidad fue peor, mucho peor, de lo que relata la ficción.
El ex-inspector Carlos Lombardi, aun purgando su desafección al nuevo régimen, recibe un encargo de su anterior jefe, Balbino Ulloa, que le ha de permitir sino blanquear su expediente si al menos rebajar a gris lo que se escribió en negro.
Debe localizar a un joven novicio que desde que saliera un sábado por la mañana del monasterio para pasar el fin de semana con la familia no se le ha vuelto a ver y se sospecha la tragedia. Hijo de un pez gordo y ahijado de otro aún más, ambos fieles y leales servidores de la patria y del caudillo, hay mucho interés por esclarecer los hechos y encontrar culpables: en la España de Franco no hay delitos ni desapariciones ni crímenes que no se puedan explicar.
Ejecución sumarísima. En el cementerio, con la fosa en los pies,
con los niños mirando, con una hilera esperando.
La novela transcurre en tierras burgalesas y con Aranda como epicentro, en verano de 1942. La contienda, la guerra, la cruzada, hace poco que acabó y aún hay miedo entre las clases populares. Trabajadores y gente del campo se saben inseguros y nada hacen que pueda suponerles el más mínimo problema con la autoridad vigente. Ni hablar, si pueden. Y las mujeres callan doble porque no está bien visto que se las oiga ni casi que se las vea.
Una autoridad con muchas cabezas, ya que hay que cuidar de no ofender a los representantes del movimiento, casi con tanto poder como el alcalde, a las fuerzas policiales, una benemérita que aún está buscando su encaje en este nuevo orden social, a los nuevos ricos terratenientes y sin olvidar al clero, el brazo religioso que enarbolando la cruz son más temibles que si empuñaran una espada.
Y Lombardi va a tener que lidiar con todo eso y más, revolviéndosele el estómago cada dos por tres, tragando más bilis que vino ácido de la tierra, en una investigación que le descubre aspectos de la contienda en la retaguardia de aquellos que nadie quisiera conocer. Que guía sus pasos por tierras que nadie quiere pisar y por caminos que haría bien en evitar.
La virgen de los huesos es una novela negra, de lectura imprescindible, que dará que hablar.
Guillermo Galván
No conocía ni a este autor, Guillermo Galván, ni a este ex-inspector, Carlos Lombardi, pero desde ya son dos tipos que caen bien y quiero leer la novela presentación de la serie: Tiempos de siega. Su forma pausada de narrar, de elegir cuidadosamente las palabras, su facilidad por crear ambientes y personajes y por describir el entorno sea urbano o paisajístico es meritorio y permite una lectura tranquila. Necesaria para, de vez en cuando, marcar pausas i permitir evocar esa época, sin poder evitar un atisbo de miedo, y recordar que no hace tanto.
Mucha documentación, que no se nota, y mucho sentimiento hay en esta novela en la que Lombardi es un perdedor, pero no por haber perdido sino por no estar en el bando vencedor, y eso, se mire como se mire, es un honor.

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