Todos
nosotros es un thriller policiaco de crítica social. En paralelo a los
hechos que dibujan la evolución política y social del país, narra la evolución
de un siniestro caso de desaparición de chicas jóvenes que se destapa por un
atropello fortuito y que se investiga gracias a la tenacidad de uno de esos
bisoños policías, Diego Álamo, el Pincel,
de la nueva hornada democrática, en una época en la que seguir pistas equivalía
a picar mucha piedra: la tecnología estaba aún por llegar.
Todos
nosotros se vale de una trama clásica y convencional para desarrollar
un thriller social que parece no tener claro en donde se siente más cómodo. Si
en las páginas dedicadas a explicar la transición democrática en una policía,
vieja escuela, cuyos representantes persisten en utilizar sus métodos y mantener
sus privilegios y sus tapaderas o en desarrollar una trama que por momentos es
lúcida e interesante como los capítulos que explican la investigación. Los
otros, van alternando, los que narran las vicisitudes de Patricia primero y las
percepciones psicopáticas del agresor luego, por recurrentes resultan menos
logrados.
Una novela ambientada en Madrid en dos épocas; la primera trancurre
en ese 1981 con una Movida Madrileña que
suscita envidia sana y replicas por todo el país y a un paso de que la mayoría
socialista de un vuelco inusitado desde la nueva democracia y se inicie un barrido
con más ruido que efecto. Y la segunda en el más cercano 2001 con una
inteligente, meritorio trabajo del autor, evolución y substitución de
personajes y ambiente que permite un nuevo renacer en el argumento aunque
sostiene como eje de la abscisa el caso principal que sostiene todo el
edificio.
Un recorrido interanual salpicado de referencias, algunas desconciertan
por su erudición, para que el contexto quede perfectamente delimitado: desde
objetos propios de una época y reliquias en la siguiente a locales de diversión
y alterne, o a canciones e intérpretes que conforman ese retrato social que
harán revivir emociones a quienes peinan o peinaban canas y que ilustraran
fehacientemente a quienes aún gateaban o ya parvuleaban.
A Javier Menéndez Flores le sale el oficio por las orejas, emplea con soltura los recursos habituales para secuestrar a lectores sin pudor alguno desde la primera página, con un inicio generador de amplias expectativas y se vale de trampas de ilusionista, que a modo de making of se explican en el final, para dar satisfactoria explicación al caso.
Crea unos personajes absolutamente veraces que es lo que da
peso al argumento; en el lado bueno predomina el lado humano con sus
conflictos, sensibilidades y pasiones, que se contraponen con la maldad
inacotable del lado oscuro, totalmente animal, que busca dar satisfacción a sus
instintos primarios.
Prosa ligera, directa, fruto de trabajo de escribir y pulir,
en la que prefiere los diálogos y las reflexiones introspectivas a las
descripciones, con lo que aligera el contenido y consigue mantener en vilo la
curiosidad por el desenlace a lo largo de más de 500 páginas. Novela, pues, pasa
páginas, que se lee de un tirón y pensada para colmar a aquellos que suelen
nadar solo en superficie.
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