La mujer que no bajó del avión, La última llamada y Maldita verdad, conforman la llamada trilogía de la culpa. Tres novelas donde el noir propio del género de novela negra se muestra de color gris asfalto. Asfalto urbano, pisado, agrietado, apedazado y anónimo.
No son lecturas correlativas, no continúan, no hay
personajes comunes; son individuales y auto conclusivas pero hay un nexo y es
la desesperación por el sentimiento de culpa; de ahí que conformen trilogía:
todas absolutamente distintas pero todas hijas de ese sentimiento que carcome
por dentro y no deja vivir hacia fuera.
La vida es lo que transcurre entre decisión y decisión.
Somos lo que decidimos y si lo que sucede es satisfactorio nos alegramos por la
decisión tomada; si por el contrario es ingrato, nos lamentamos y nos
culpabilizamos tanto y por tanto tiempo según sea la magnitud y trascendencia
de las consecuencias.
El sentimiento de culpa, ancestral y ligado a la religión,
a la educación y a las normas sociales, es la respuesta a la creencia de que
merecemos ser castigados por algún acto, por acción u omisión, al asumir la
responsabilidad de los hechos desafortunados que se hayan derivado.
La culpa actúa minando la vida, suprimiendo los
sentimientos de alegría y felicidad por inmerecidos, acentuando la displicencia
hacia uno mismo, sembrando dudas perpetuas sobre nuevas acciones, medidas con
el miedo a volver a repetir aquellos errores que la instalaron en nuestra
mente. Hay quien la mal lleva como puede y hay quien renuncia a luchar.
La vida es una sucesión de ¿y si? Y si no hubiera ido ese
día, y si no hubiera dicho aquello y si hubiera hecho lo otro, y si, y si y si…
Creemos que el libre albedrio nos hace libres y en cambio estamos secuestrados
por él.
Empar
Fernández escribe sobre las personas y los hechos, sobre las
situaciones y los comportamientos que llevan a los personajes a ser
receptáculos pasivos de ese sentimiento de culpa y, en consecuencia, andar por
la vida buscando respuestas, aunque nos las haya, para entender lo que tal vez
sea incomprensible.
La escritora trasciende los procesos cognitivos de la
mente, aun interpretativos, para bucear en los ignotos del alma que carecen de
toda explicación racional y que por ese motivo son intratables. No hay médicos
del alma. No hay cura para esa enfermedad.
Empar
Fernández escribe desde la proximidad. Sus personajes son vecinos de
rellano, del barrio, y su cotidianidad sembrada de problemas e ilusiones son
los de otros muchos sino de todos. La empatía con los protagonistas se
establece de inmediato, sin condiciones, sin recelos.
Describe las situaciones y las relaciones desde el
interior; no se limita a ser relatora sino que consigue que el lector
experimente y viva lo que describe. Ya sea tomando nota de un pedido y sirviendo
mesas en un restaurante italiano, como participante de una concentración para
evitar un desahucio, como espectador en un programa de televisión o mojando
papel pintado para facilitar su extracción de la pared en la que lleva adherido
tanto tiempo que forma parte del armazón estructural.
Transmite tanta veracidad, desplaza la verosimilitud, que
la realidad no está ahí fuera sino que está dentro de las páginas de su
ficción.
Su proceso de documentación parece no limitarse al estudio
sino a algo más profundo, una suerte de interiorización que solo puede provenir
de la experiencia personal. El método Stanislavski entendido y aplicado a la
perfección.
Las tres novelas empiezan con una muerte consumada y a
quienes quedan les importa menos el cómo o acaso el quién, que el porqué. Y por
qué no vimos las señales? por qué no estuvimos atentos a los avisos, a la luz
roja?... De ahí la culpa: podríamos (deberíamos) haberlo evitado. La vida es lo
que transcurre entre decisión errónea y decisión errónea, y el pasado, pisado.
Las muertes por suicidio, si así se acaban confirmando, Sin causa aparente, son el
resultado de forzar un avance hasta que no hay suelo bajo los pies ni asidero
donde agarrarse.
Razones ocultas que para quien queda en vida entiende pero
no comprende y no puede o no quiere aceptar.
Empar
Fernández elige la culpa como redención de sus protagonistas; que lo
asumen aunque el precio sea renunciar a seguir vivos, a aceptar que van a ser
muertos en vida en lo que reste de ella.
En su obra existe la muerte, el delito, hay culpables e
investigación policial y resolución y cierre del caso, pero para nada guarda
parecido con esa novela negra convencional y tópica, ni de modas pasadas ni
presentes. Pero es novela negra que transcurre en vía paralela y busca dejar
huella incitando a la reflexión y no solo al entretenimiento. Otra acepción
igual de valida. Igual de negra, que no deben dejar pasar. Tienen que leerla
para entender.
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