Las relaciones personales presentan una gran variedad de comportamientos, pero si hay uno que se mantiene inamovible es el que se establece entre una madre y su hijo.
Una madre siempre será una
leona ante cualquier amenaza para su cachorro, aunque este sea ya adulto. El vínculo que se ha
confeccionado durante el embarazo va más allá de consideraciones anatómicas o
mentales que puedan explicarse. Y el cordón umbilical solo es la representación
física de algo tan etéreo como rotundo. Y su corte en el nacimiento, no
responde a una ruptura, sino que supone la creación de una nueva conexión invisible
pero inalterable.
Nina Fraser parece haber
desaparecido. Ha ido a pasar un fin de semana con su novio a una casa de campo
familiar y solo ha regresado Simon Jordan, su pareja, que explica que han roto
y ella ha pedido estar sola.
Leanne, la madre de Nina,
Andy, su padrastro y Grace su hermanastra, saben que ese no es el
comportamiento que se puede esperar de Nina y temen que haya algo turbio en
todo el asunto.
A la denuncia por
desaparición y el inicio de la investigación se añaden las comunicaciones por
redes sociales.
Unas redes sociales en las
que hay comentarios de trols intencionados en provocar el caos, sembrar dudas y
descalificar actuaciones a base de noticias falsas y mentiras descaradas.
Pero esa siembra tiene más
recepción de lo que debería ser normal y las sospechas en el pueblo, ilógicamente hacia la familia de Nina, se expanden con
rapidez y virulencia como un fuego en un pajar.
La supuesta víctima y su familia deberían recibir comprensión y apoyo y sin embargo es al revés; se les ve como unos arribistas fracasados que pretenden ensuciar el buen nombre de una familia respetada.
Matthew Wright, el
inspector al cargo de la investigación, tiene sospechas pero no pruebas y ni la
actuación de la familia de Nina dispuesta a todo por aclarar el misterio y la
de la familia de Simon, parapetada tras los mejores abogados que el dinero
pueda comprar, facilitan las cosas.
¿Qué pasó con Nina? Es un thriller atonal, tenso y áspero. No hay tregua en el relato ya que al presentar capítulos alternos, en primera persona, de los comportamientos y pensamientos de los distintos personajes, consigue que el lector varie constantemente su punto de vista y se interrogue sobre cual actuación merece mayor comprensión y empatía.
A Dervla McTiernan, la autora, no le preocupa mantener secretos y así la lectura va anticipando antes de que se explique y las sospechas se van confirmando antes de que se demuestren.
Lo que parece importarle es mostrar el comportamiento humano colectivo, esa turba que llegaba a linchar hasta la muerte solo por prejuicios, y que ahora se escuda en el anonimato en redes para hacer lo mismo.
Y también demostrar como ante una tragedia individual, las familias toman partido por la herencia de la sangre y
no por la justicia.
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