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lunes, 27 de mayo de 2019

El porqué del color rojo de Francisco Bescós

Vino tinto, como la sangre.

Si llamamos coloquialmente vinazo a un vino cuyas características organolépticas están por encima de lo esperado, debemos llamar novelaza a El porqué del color rojo.

Y no solo por su relación con el vino, que la tiene y mucha, sino por que como aquel es capaz de satisfacer los sentidos sobre los que incide, máxime si la lectura se acompaña de una copa de tinto, preferiblemente, a sugerencia del autor, de la zona de Aldeanueva de Ebro.

La teniente Lucía Utrera, la Grande, tiene que tratar de nuevo, como ya ocurriera en El baile de los penitentes la anterior entrega de esta serie, con un asesinato.

El asesinato de un joven kosovar que, como tantos otros migrantes, está por la vendimia. Algunos con papeles, otros sin ellos. Algunos por voluntad, otros por imposición. Hombres maltratados, mujeres violentadas. Calor, polvo y cuando no barro. Cartones por paredes y electricidad clandestina. 

Y por si un asesinato no fuera suficiente, hay cierta agitación entre la congregación musulmana de Calahorra promovida por elementos radicales cuyos destinos se rigen a miles a de kilómetros.

Y es que nada pasa porque sí y cuando juegas contra el destino tienes las de perder ya que este no suele jugar según las reglas. Y como que no hay dos sin tres al asesinato y a la radicalización, un episodio, desagradable y ominoso del pasado la teniente viene a sumarse a la fiesta. Más bien al funeral.

Francisco Paco Bescós
Francisco, Paco, Bescós en esta segunda novela se ha sumergido en los cánones de la temática policial a fondo, ha elegido temas de primera división como la explotación ilegal de migrantes, el yijadismo y también el terrorismo etarra para confeccionar un coupage con el que le ha salido un vinazo, perdón, una novelaza.

Sin comparar con la anterior, El baile de los penitentes, donde el componente psicológico primaba sobre el conjunto y donde el thriller apartaba a codazos a la novela negra, en esta, El porqué del color rojo, el autor se supera y cambia de registro con una trama que sujeta como racimos de uva, para que no se desparrame y obtiene un final redondo.

Y es que en una novela negra no basta con un buen argumento, hay que saber tratarlo sin olvidar ninguna de las etapas y esperar el momento adecuado para liberarlo y es que el vino sabe mejor en copa que en vaso, y siempre en compañía.

La acción, que transcurre en ese entorno rural que Paco conoce tan bien, entre campos y viñedos con estrechos trazados sin asfaltar donde la circulación precisa de pericia, denuncia la parte de la vendimia que no se quiere hacer pública así como la ceguera mental de quienes la gestionan. Y, una vez más, consigue unos personajes con tanta personalidad y cuerpo como ese vino del que tanto se alardea en la zona. Ninguno tiene desperdicio, hasta la última gota.

Lo dicho, una novelaza.

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