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domingo, 2 de junio de 2019

The Private Eye de Brian K. Vaughan y Marcos Martin

The Private Eye es el cómic noir que te falta por leer.

El fin del mundo llegará pero no será tal como nos han anunciado; llegará y no será con un cataclismo de proporciones bíblicas pero igual de devastador: en 2076 el mundo se ha quedado sin internet y también sin datos y sin registros, la nube, probablemente sobrecargada no ha aguantado más y ha cedido al peso de tanta información desgajándose en miles de millones de pedazos del tamaño de una micra. Es el fín no deseado, no sospechado, de un mundo tal y como ahora lo conocemos.

Hasta el más escondido secreto de cada usuario, cada gobierno y cada institución pública y privada quedan expuestos, carnaza para quienes la sepan aprovechar y al no poder garantizar una solución de futuro se decide la abolición de la red.

Se lo ha tragado la tierra.
Del digital al analógico. El mundo al revés, quién lo iba a decir. Es como volver del teléfono, no ya el móvil, sino del multifrecuencia al decádico. Vamos, lo que sería discar otra vez en un círculo agujereado para señalar los números que conforman la llamada a un lugar. No a un usuario, sino a un lugar.

Un mundo en el que tener un abuelo puede significar sobrevivir. Y es que contar batallitas de cuando la informática balbuceaba puede equivaler a una navaja suiza en manos de McGyver.

The Private Eye es una espectacular muestra de como el cómic noir y la ciencia ficción son una pareja de bailes excelente; la acción se desarrolla en un futuro cercano pero terriblemente lejano por lo que pueda suponer en expectativas. En algunos aspectos parece ir al mañana pero en general se queda en el ayer y es que lo retro es siempre fashion.

Nos han caducado los abonos.
En un mundo en el que La Prensa, el cuarto poder, sustituye a la policía, los paparazzi son escoria que hay que eliminar. Patrick Immelman es un detective privado no autorizado que consigue información y antecedentes de aquellos a los que sus clientes quieren investigar.

Algo más que prohibido en la sociedad del momento, donde la gente se cubre con máscaras y disfraces para no ser reconocidos en lugares públicos; si buscan preservar su identidad para nada querrán que se hurgue en su intimidad o su pasado.

Por esa razón aún resulta más inverosímil cuando Patrick recibe el encargo de una chica para que investigue sobre su propio pasado. Necesitado de dinero, y quien no, acaba aceptando sin imaginar que todo lo que aparenta ser fácil no lo es en absoluto y cuando se produce el asesinato y él se convierte en también objetivo no hay cinismo de detective noir que pueda parar las balas. Ni Philip Marlowe podría.

¿Qué hace un puto helicóptero en mi jardín?
Un guión de Brian K. Vaughan (quien no conozca su obra ya está tardando) que no cae en la facilidad de repetir tópicos (quien lo conoce ya lo sabe) del género policiaco, noir y cifi y que es capaz de recrear manidos argumentos y hacerlos novedosos cuando no inventar otros aparentemente imposibles y dotar a los personajes de unos perfiles que se sostienen más que la mayoría de personas de carne y hueso. Y con un final que emociona y acerca a reflexionar sobre la sobrevaloración de los medios de información y el escaso control que se les practica y sobretodo la inconsciencia de los usuarios de las redes.

El dibujo de Marcos Martín es impecable, limpio, de trazo fino y estilizado, con viñetas grandes, con primerísimos planos y fondos detallados lo justo para dar consistencia pero sin agobiar y muchos vacíos que llenan más con su buscada vacuidad que si rebosaran de ruido; con unos movimientos de cámara que dinamizan más que la línea clara europea pero sin el mareo Marvel. Un resultado elegante y muy agradable a la vista.

Fotografiando semáforos.
Algo a lo que contribuye, sin duda alguna y no menos importante, la colorista Muntsa Vicente que realiza un trabajo brillante, y no solo por el tono empleado que también sino por que se mueve con soltura dentro de una amplísima paleta de colores y gamas muy potentes que emplea para iluminar y resaltar la trama y el ritmo narrativo. Una combinación de tonos y matices que potencian al dibujo y refuerza al guión: algo obvio para quien tiene la difícil tarea de colorear pero que a menudo se olvida.

Hay ecos de Blade Runner, y como no de Moëbius y El Incal y, claro, de John Difool, pero también de Chandler y de Asimov, todo diluido en una explosión de imaginación y creatividad gráfica, de original diseño y color. Un cómic luminoso, nunca el futuro se presentó tan lleno de luz y color, tan bien delineado y tan bien explicado.

No se le dispara a un médico.
Un cómic pensado para visionar en digital, formato 16:9, y aprovechar todo el tamaño de la pantalla; el formato de página, pantalla, sino el de las viñetas, las líneas de visionado, los puntos calientes, todo está calculado a la perfección para gozar de una experiencia visual espectacular. Pónganse música adecuada y disfrutaran de una lectura inolvidable.

Pero se disfruta la mar de bien en cómic de papel de toda la vida, 280 páginas con la aventura y casi 80 más con reflexiones de los autores, bocetos y extras; con un formato apaisado y una calidad de impresión esmerada, resulta de indispensable lectura. Indispensable en la estantería, para revisitarlo una y mil veces. Indispensable en su colección de comics noir.

Obra premiada con un Premio Eisner (no es necesario como argumento refrendatorio pero tampoco lo tiene cualquiera).

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