Hay pocas novelas así, cada
vez se dan con menos frecuencia y no tienen patrón fijo que permita entender su
errática floración, pero cuando se tiene la suerte de topar con una vale la
pena tomárselo con calma y saborearla como si fuera la primera y última vez que
se tiene esa suerte.
1793 es un fresco histórico de
una época con una calidad de vida lamentable, una higiene prácticamente
inexistente y una salubridad aún por descubrir lo que invita a morir comúnmente
por pudrición de la sangre, el término sepsis aún no se había inventado,
gangrena, tifus, tisis o por cercenamiento del cuello a golpes de hacha, manejada por un verdugo generalmente borracho y con poco tino lo que supone un sufrimiento
añadido al de la condición de víctima.
Pero no solo la podredumbre es
física, también lo es moral. En París madame
la guillotine ha hecho horas extras y en Estocolmo hay quien desearía que
hiciera lo mismo, entre la que no se encuentra la corte ni sus polillas,
evidentemente.
Sueñan los mendigos, legión,
en las noches en las que consiguen dormir, con llegar con vida al día siguiente
y no ser pasto de la dominación, que bajo distintas formas, practican los
poderosos sintiéndose omnipotentes y amparados por su posición, fortuna o
blasón.
Los cargos administrativos
penden de frágiles hilos, la honradez no existe, la corrupción es predominante,
la villanía es ley y la violación es de grado o por fuerza.
1793 es una novela policiaca
que transcurre antes de que se acuñara el género literario por lo que bien
podría ser una investigación avant la
lettre de haberse escrito entonces. Y es que tal y como está escrita bien parece
un extraño manuscrito rescatado de un baúl putrefacto, entre otros documentos, roídos por las ratas y mohosos por absorción de efluvios infectos de
procedencia sospechable pero evitable para mantener la salud mental.
1793 es la narración de una
investigación criminal que empieza por el descubrimiento de un cuerpo quirúrgicamente
cercenado y orgánicamente mutilado. Una investigación que llevan a cabo, unidos
por el infortunio, un abogado tísico, Cecil Winge, que empeora a cada paso que
da y un guardia retirado, Mickel Cardell, en un remedo más que satisfactorio de
Holmes y Watson.
Sitúense por un momento en 1793.
Imagínense llevar a cabo una investigación policial en esa época. Por unas
calles en las que sortear alternativamente los deshechos humanos lanzados desde
las ventanas, no hay alcantarillado, y los muertos que las ocupan, en una
suerte de slalom donde el premio es no caer sobre ninguno de los distintos
restos humanos.
Niklas Natt och Dag coloca ficción en la historia real de una época y un país sin que chirríe. Mueve sus personajes con delicadeza, si es que en la época es eso posible, y despliega un gran caso criminal, con gran persistencia por parte de los investigadores que se diría impropia en tiempos de tan terribles penurias y donde una vida tiene de valor lo que de sus ropas se pueda aprovechar.
El relato se sostiene en
principios de razonamiento filosófico que dan esa profundidad imprescindible
para que éste cale durante y después de la lectura.
Afortunadamente la vida de
1793 no es la que nos toca vivir, las
ciencias adelantan que es una barbaridad, pero lo que impulsa al ser humano
a ser violento con sus congéneres se mantiene inalterable de principio a fin de
los tiempos.
No dejen de leer esta magna obra.
Magna por su contenido y su continente: 426 páginas; pero mejor háganlo con el
estómago vacío a fin de minimizar los peligros que supone adentrarse en un
mundo tan maloliente que su hedor se percibe nada más
pasar la primera página. Luego empeora.
Una lectura perfectamente
acorde para despedir este año pandémico donde se ha reclamado higiene y
distancia social para seguir con vida. Igualito que en la época en la que
transcurre la novela. Lean, lean y no olviden la mascarilla.
Y lo mejor es que es la
primera parte de una trilogía y que la segunda, 1794, se anuncia traducida para el primer
trimestre de 2021.
¡Feliz año nuevo! Y sigan leyendo (me) el año que viene ;-)