De vida, cuando incitan a
la reflexión sobre lo que siempre se asume como verdad y tal vez no lo sea; cuando sugiere revisar si los principios sobre los que se adecuan los actos son
tan sólidos como para explicarlos y no solo justificarlos, cuando ofrece perspectiva sobre la visión de la historia.
De muerte, cuando la
soberbia impide entender que toda acción tiene una reacción y cuando hay
enfrentamiento minusvalorando la capacidad de proyectar violencia que tiene el oponente.
A la novela negra se le
exige que la crítica política y social no solo esté presente, sino que, además,
si aquella es histórica, se sustente en datos contrastables.
El primer caso de Unamuno cumple con todo lo anterior, no solo es una novela negra
que aúna crítica política y social sobre un hecho histórico contrastable, sino
que además es una lección de vida y de muerte.
Cuando Miguel de Unamuno
lee un artículo en un periódico que castiga, denuncia y denigra a los
habitantes de Boada, un villorrio salmantino, por manifestar públicamente su
intención de emigrar en bloque a Argentina al no tener medios para vivir y,
literalmente, lugar propio donde caerse muertos, monta en cólera y se informa
in situ para responder, con su verbo afilado, con otro artículo que, como
sucede a veces cuando no se mide la fuerza del impulso, tiene el defecto de
coincidir con un asesinato que lo convierte indirectamente en instigador y para
muchos, de ser mano ejecutora.
Miguel de Unamuno se
emplea a fondo, para su regocijo, en resolver el crimen no sea que acabe
injustamente en la picota y con la ayuda de un Watson coyuntural, en la figura
del abogado defensor Manuel Rivera, y de la misteriosa colaboración de Teresa
Maragall, una anarquista catalana, descubre que una cosa es la palestra
literaria y otra una investigación criminal y que la gran diferencia es que en
la segunda puedes morir.
La España Vaciada no tiene
otro origen que el desahucio de los habitantes de pueblos que ven como las
tierras que han labrado y cosechado y que han servido de pasto a sus animales durante
generaciones son subastadas públicamente, con amaños e intereses y comisiones,
para devenir dehesas privadas o cotos de caza para deleite de señoritos.
La privatización de la
tierra supone hambruna y es el motor de una migración por necesidad que no por
voluntad propia.
Luis García Jambrina, doctor en Filología Hispánica y profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Salamanca pone voz a Miguel de Unamuno, a veces sacada de textos originales y otras de suposiciones, pero ajustadas a la realidad de un personaje que ha trascendido a la persona y que, por desgracia, resulta poco conocido para la mayoría de quienes presumen de letrados de este país.
La novela es espectacular.
Su léxico, cuidado, rico, prolífico y ajustado a su tiempo; los personajes
trabajados hasta el mínimo detalle en su aspecto físico y psicológico y los
escenarios cuidados como para ser reconocibles incluso con el paso de los
tiempos.
Y esa Teresa Maragall, esa
Teresa efímera de los poemas y esa Teresa física y sensual con la fuerza y
convicción de quien antepone sus ideales a la propia vida. Esa Irene Adler
capaz de sacudir la esencia más primaria de Unamuno y voltear sus convicciones. Esa Teresa se merece no
una novela sino una serie de novelas para ella sola.
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