Pero Una Kelly, que es ese alguien, lo consigue y con ello da un vuelco a su vida tan inesperado como impensable hace pocos días, pero es que en ello le va, literalmente, salvar su vida.
Pero en el hospital no
solo tendrá que lidiar con unos estudios exigentes sino con unas instructoras y
unos doctores que no toleran ningún atisbo de creatividad ni en los quehaceres
ni en las conversaciones; aspectos difíciles de encajar para alguien que ha
vivido en la calle y ha sustentado su supervivencia en la improvisación y la
independencia.
Y, por si fuera poco, la
posibilidad de que un asesino en serie callejero haya podido actuar dentro del
Bellevue va a complicar aún más las cosas.
La enfermera del Bellevue es un poliédrico retrato de la diversidad social de la
ajetreada vida neoyorkina de finales del siglo XIX que incluye una trama
policiaca con un asesino en serie.
Amanda Skenandore relata fotográficamente esas calles llenas de inmundicia, esa falta de higiene y esas prácticas hospitalarias con medios precarios, donde verdaderas vocaciones se sobreponen al desánimo.
Lo hace con gran angular, casi ojo de pez, para que la imagen panorámica permita apreciar el todo, el ambiente y el bullicio y luego emplea macroobjetivo para acercarnos los detalles, lo que no deja de ser una visión espeluznante.
La autora ficciona una parte de la historia real para que sepamos que aunque la enfermería siempre se ha asociado con enfermeras, no fue fácil para la mujer acceder a esa profesión.
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