Laponia es un estrecho y largo territorio en el círculo polar ártico. Una franja que ocupa la parte norte de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, cuyas fronteras cuartearon administrativamente pero que mantiene su idiosincrasia más allá de divisiones sobre papel.
Clima frío y o mucho sol u
oscuridad completa; la tundra como paisaje, el pastoreo de renos como principal
ocupación y motor económico de sus habitantes, los samis, y el cielo nocturno pintado
de auroras boreales condiciona su forma de vida y su cultura.
Un pueblo, el sami, menospreciado por los países donde habitan por considerar a sus gentes primitivas e incultas y tan aferrados a sus tradiciones como para ser incapaces de entender el progreso como algo beneficioso. No entienden su prolijo respeto por la tierra y la naturaleza ni que se dediquen a cuidar renos cuando sus tierras esconden una enorme riqueza en minerales de todo tipo, incluidos oro y uranio.
Si bien la perdiz nival es
el ave que representa Laponia, por cierto, un nombre, Laponia, que los samis
consideran peyorativo y denigrante, son el alce y especialmente el reno sus más
conocidos representantes.
Y es que de los renos vive
el pueblo sami. Animales cuya carne proporciona alimento, su grasa combustible,
sus pieles ropas de vestir, de cama y de confección de viviendas tipo tienda y
sus astas, cuidadosamente talladas, piezas de artesanía que agradan a los
visitantes que acceden al Gran Norte.
Tan determinante es la
ganadería de renos que existe una sección policial dedicada a resolver
altercados y delitos en los que estos animales se ven envueltos. Ya sean por
comerse jardines, por invadir tierras ajenas o por su robo o su muerte.
Y así, la pareja formada
por Klemet Nango, un policía sami veterano, y Nina Nansen, una joven entusiasta
recién salida de la academia de Oslo, deben investigar el asesinato de un
ganadero, un pastor de renos, cuyo cadáver presenta una peculiaridad solo
normalizada para los renos y es que ha sido marcado.
Y el hecho coincide con la desaparición de un tambor de chamán sami que iba a inaugurar una gran exposición de objetos autóctonos para dar la bienvenida a representantes de la ONU, cuya llegada está prevista en breve.
Hay, pues mucho
nerviosismo en la zona y entre los dirigentes políticos y mucha urgencia para solucionar
los casos y dar una imagen pública de paz y concordia.
Olivier Truc ha escrito una novela negra étnica.
De esas que a la trama criminal se suma la divulgación de una cultura tradicional. De esas que informan a la vez que entretienen. De esas que desarrollan tramas que convergen de manera magistral y satisfacen por su coherencia y libre albedrio a la hora de aplicar justicia.
El último lapón es una obra escrita con tanto cariño y mimo como se
talla una asta de reno, que por su delgadez y estrechez debe ser cincelada con
mucho cuidado y esmero para no romperla. Si se hace bien el resultado es
espectacular, y Olivier Truc la ha tallado excepcionalmente.
Si les va este subgénero
de la novela negra, están a punto de deleitarse con algo distinto a lo que
resulta convencional y redundante.
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