En la zona de Irún aparece un cadáver con parte del cuerpo
desollado. Al muerto le han arrancado la piel y eso suena a venganza personal,
fanatismo religioso o ritual satánico. Habrá que investigarlo. Y a eso se van a
dedicar la agente de la Ertzaintza Eider Chassereau y el suboficial Jon Ander
Macua.
Ambos conocen la película que mostraba un psicópata
dispuesto a confeccionarse un vestido de piel humana, y que resultaba atrapado
con la ayuda de otro psicópata que prefería el hígado encebollado, pero no
suponen que estén ante un caso parecido. Y afrontan el caso desde la
racionalidad que supone investigar un crimen: con método y perseverancia.
Pero ambas características requieren tiempo y sacarlo de la
vida familiar no parece buena idea. Cuando el trabajo relega la vida particular
a un segundo plano el precio a pagar puede exceder lo humanamente aceptable.
Y esa vida personal y esa actitud profesional favorecen que sea una novela de personajes primando sobre la trama. Supone una tendencia a humanizar a quienes investigan alejándose de los tópicos de la novela negra que prefieren a solitarios que lo han perdido todo menos el cinismo.
La apuesta por
personajes de carne y hueso dificulta el equilibrio entre costumbrismo y
policial, pero aporta el toque humano que contextualiza con el hecho de que
criminales e investigadores son personas y por tanto vecinos de alguien.
El procedimiento policial aparece bien presentado pero si en la realidad se dedica tanto tiempo a investigar poco creíbles no es de extrañar la baja cuota de éxitos.
De hecho la solución elegida para rematar el caso
resulta poco verosímil por precipitada ante un final que puede anticiparse con
demasiada facilidad.
Noelia Lorenzo Pino escribe con lenguaje sencillo y asequible,
pero con una redacción que precisa de mayor atención y cuidado, así el
resultado confunde aspectos de lectura por omisión o reiteración aunque el
entretenimiento no se vea perjudicado.
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