Hay algo de simbolismo macabro en matar una paloma. Hay un mensaje que tal vez no sea inteligible a primera vista, pero que está claro para quien se ha cuidado de que la puesta en escena sea vistosa y espeluznante a la vez.
Y es que es de esas que quedan
grabadas en retina y cerebro para siempre jamás. El cuerpo de la joven Diana
Buffet yace sobre el suelo en posición miserere, si la retórica tuviese representación
física. Ha sido mutilado con intenciones que se esconden y le han cosido unas
alas blancas a la espalda.
Se diría que su belleza y su inocencia evocan la pureza del espíritu santo, el que se representa como una paloma. Matar a una paloma, especialmente a esa paloma, tiene mucho de enfermizo y no puede deberse ni a la casualidad ni a la espontaneidad. Detrás de ese aborrecible crimen hay mucho escondido que aún está por aflorar.
O eso sospecha, o peor, teme,
la sargento Patria Santiago encargada de la investigación junto a su compañero
Sacha Santos. Patria es de Rota de toda la vida. Su pasado, el suyo y el de su
familia, la precede y estigmatiza. En un pueblo, quien fuiste y de quien eres
es pan de cada día.
Por eso su vida no es placida
y la mide de instante en instante, sin futuro que alcanzar; solo presente que
sobrellevar y emplea el dolor de la autolesión como terapia para exorcizar
aquel otro dolor que la retrotrae a la época en que la apodaban Escaleras.
En Rota transcurre el relato.
Los lugareños conviven con la basa naval americana que se instalara en la bahía
de Cádiz en 1953 fruto de un acuerdo aún vigente (que la mantendrá mínimo hasta
2024) con el que el dictador Franco, persona
non grata en Europa, pretendía obtener la gracia y el soporte económico y
militar de un poderoso e influyente aliado.
Mientras la vida en España era
gris, pobre, hambrienta, temerosa, religiosa y acogotada, los vecinos de Rota,
vivían otra realidad. Una Sodoma que no se veía porque se miraba hacia otro
lado. Y en la base militar, pedazo de EEUU expatriado, regían otras directrices
y por eso algunos actos se escapaban al conocimiento y jurisdicción de las
autoridades españolas.
Diana Buffet, periodista sin
sueldo, investigaba sobre aquella época y sobre hechos sucedidos que sus
convecinos desconocen o dicen desconocer. Diana quería saber y eso pudo
llevarla a convertirla en paloma muerta.
Men Marías ha
escrito una novela negra muy exigente para el lector; recurre a muchos saltos
temporales, atrás y adelante y a tres voces narrativas por lo que hay que estar
por la lectura si no se quiere perder algún hilo, pues de todos hay que tirar
para componer el tejido de esta historia.
Ha escogido una época con poca
transparencia. Documenta episodios oscuros y reporta lo que no se dio nunca a
conocer oficialmente por el régimen pero que era vox populi. Y lo hace
recorriendo escenarios reales y reconocibles para dar testimonio fehaciente y mezclando candilejas de luces multicolores con bombillas de 25V.
Todos los personajes son verosímiles,
complejos y atormentados. Los de antes y los actuales, los americanos y los locales.
Por poderosas razones o insignificantes motivos nadie escapa a su dolor aunque
esconde sus miedos. Y, marcadamente perfilados, cubren los papeles necesarios
para dar cuerpo a una trama que toca muchos palos y denuncia muchas
injusticias. Y es que Rota sigue siendo un pueblo, con lo que eso supone para
la convivencia, con chascarrillos constantes que esconden groseros reproches.
Compone un trabajoso melting pot literario, única manera de
explicar el melting pot que supuso la
coexistencia del way of life
americano y la vida rural española con un siglo de retraso sobre la anterior, y
logra interesar por el costumbrismo histórico y atrapar por su truculento
argumento noir. Hay que leerla.
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