Burbuja inmobiliaria, burbuja económica, PIB, crédito, impagados, bancos, embargos, realidad social, mercado monetario, financiación, endeudamiento generacional, bancarrota... ¿les suenan estas palabras y su terrible significado: crisis?
En la década de los 80 la ciudadanía japonesa descubrió el pago a crédito gracias a, o por culpa de, la influencia americana. Y como niño ante una piscina se lanzó a un consumismo desenfrenado sin considerar que el agua podía estar helada y sufrir un corte de digestión. Dios o Buda o alguien proveerá, pensaron o ni eso y no hubo nadie que dirigiera aquel tráfico que, como no podía ser de otra manera, terminó con embotellamientos, los más afortunados, y estrepitosos choques, los más desgraciados.
Dinero de plástico sustituyendo papel moneda. El pago a crédito atrapa cual pegajosa tela de araña en donde el moverse en la dirección equivocada solo consigue enredar cada vez más. Es una enfermedad pandémica cuya afectación ataca irregularmente según la resistencia del consumidor infectado y como suele suceder con este tipo de males, acaba cebándose en los más débiles. En los que alargaron más el brazo que la manga.
Miles de personas contagiadas por este virus vieron como sus propiedades eran embargadas, sus bienes recuperados por los vendedores, su honor se arrastraba por los suelos y sus familias, amigos y compañeros de trabajo los empezaban a tratar como poco más que apestados. Dinero de plástico para sueños de papel. Una crisis personal que arrastra a toda una nación hacia una crisis financiera, que aún hoy están pagando. ¿Les suena el paralelismo?
El gobierno puso dique a esta riada antes no se viera con el agua al cuello y legisló para regular el futuro y legisló para cerrar el pasado: el ciudadano vería cancelada su deuda declarándose en bancarrota personal y a cambio su nombre registrado no le permitiría disponer nunca más de financiación. Los que habían vendido sin pedir garantías pagaban su ambición no cobrando lo que alegremente habían vendido; con el impago no reclamable.
La década de los 90 empezó a poner las cosas en su sitio. La lección fue aprendida. Lástima que no exportaran sus vivencias como hacen con su tecnología. Algunos países lo habríamos agradecido.
En La Sombra del Kasha, Miyuki Miyabe nos entretiene con una nueva novela negra japonesa, y ya saben que esto es como decir novela negra diferente. Utiliza como escenario esta gran crisis social, generacional y personal que ha sufrido Japón y escoge unos personajes para nada ajenos a esa situación para explicar sensaciones en clave de negro.
Shunsuke Honma es un inspector de policia de Tokio en excedencia convaleciente de un disparo en la rodilla, perdió a su mujer Chizuko hace tres años en un accidente de tránsito y vive con su hijo Makoto de diez y recibe ayuda doméstica de su vecino Tsuneo Isaka.
Jun Kurisaka, un familiar de grado inespecífico, acude en su ayuda para localizar a su amada Shoko Sekine que ha desaparecido en los días previos a la planificación de su boda.
Y Shunsuke medio obligado por el vínculo, medio obligado por su vocación y con tiempo para llenar accede a buscarla. Se inicia así un incansable ejercicio de seguimiento policial que lo lleva a descubrir que la joven no es quien dice ser y que su pasado esconde muchos secretos y se dará cuenta que lo aparentemente sencillo puede llegar a ser tremendamente complicado. Que las personas pueden llegar a ser tan difícilmente rastreables como las operaciones de crédito varias veces subrogadas. Y que la vida se puede explicar en clave económica.
La autora transita por un Japón que ha visto como la ambición ha roto el saco, pasea al protagonista por diversas ciudades para explicar como todos los lugares por pequeños que sean, y no solo las grandes ciudades, se han visto devastadas por ese tsunami de los mercados financieros y utiliza el argumento como fábula de dolorosa moraleja.
Es el anuncio de la inminente aparición del kasha, ese espíritu maligno que se manifiesta en los velatorios con la intención de apropiarse de las almas de los cadáveres; solo los sonidos fuertes pueden conseguir alejarlo de ahí que esos actos sean sumamente ruidosos.
De ahí que en otras culturas, los ruidos se indignen en la calle, para que quienes gobiernan vean que nadie quiere que el kasha se quede con su alma, que a poco que nos descuidemos, será lo único que sea verdaderamente nuestro.
De Miyuki Miyabe se posteó El susurro del diablo (recuérdenlo aquí).
Post scriptum: pinchen para leer la reseña de otra de sus personalísimas novelas R.P.G Juego de rol
Post scriptum: pinchen para leer la reseña de otra de sus personalísimas novelas R.P.G Juego de rol