miércoles, 30 de septiembre de 2020

Cierra los ojos y mira de Roberto Gallego

La novela negra y el thriller están evolucionando en su forma aunque mantengan su fondo que les identifica; intentan reinventarse alejándose de tópicos y clichés en argumentos y especialmente en su tratamiento.

Cierra los ojos y mira es un ejemplo de esta renovación o quizá revolución. Poco o nada que ver con lo que sigue siendo habitual en el género.

La historia tiene una evocación a documental, no en vano el protagonista es un joven periodista idealista; tiene hechuras de thriller evidenciadas en el ritmo narrativo y los tempos que marcan la evolución de la angustiosa trama y ahonda en el aspecto más social de la novela negra que es el de la denuncia y persecución de delitos que, por su magnitud de afectación de seres humanos y su expansión mundial, son considerados crímenes de lesa humanidad.

Escuchando el fragmentado relato de su vida con el que Ulises Sánchez entretiene a su hijo Oliver, para hacer más llevadera la espera de un desenlace del que no da pistas, se nos introduce en un mundo a caballo entre el espionaje por agentes y el espionaje amateur pero con la misma finalidad: obtener pruebas para poder juzgar y condenar o en su defecto denunciar y estigmatizar. La sociedad hará el resto.

Documentar lo que son evidencias parece de Perogrullo pero así está organizado el juego y cuando se juega hay que respetar las reglas.

Una escultura de gran valor artístico y económico ha sido sustraída del Museo de Arte Moderno (MoMa) de Nueva York y hay alguien que puede recuperarla. Ese alguien es Ulises Sánchez, el protagonista, el periodista, el padre, el espía. El robo abre la novela de forma intrigante y la cierra con la misma condición, entre medias unas investigaciones con alto contenido dramático.

Si el argumento ya se aleja del canon criminal, la redacción lo confirma todavía más. Roberto Gallego escribe una historia donde todo es reconocible: amor, ilusión, profesión, paternidad, confianza, amistad, tragedia por este orden aproximado; pero a la vez todo es desconocido y eso se debe a que emplea una narrativa a media voz, de confidencia, que suena bien. O sea mirar más que ver. O lo que es lo mismo mirar con los ojos cerrados.

¿Qué se ve con los ojos cerrados? ¿Qué ve un invidente?

Cierra los ojos y mira es una novela que, en círculos de lectores criminales ortodoxos, probablemente coseche indiferencia en la misma medida que obtendrá el reconocimiento de lectores heterodoxos.

Hay que celebrar que haya autores con obras que busquen nuevos enfoques, que abran trochas; además emplea un léxico variado donde la cacofonía no tiene cabida y demuestra un conocimiento de la semántica que hace de la redacción un placer para la lectura. Más de una firma famosa debería leerla y aprender.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Todos nosotros de Javier Menéndez Flores

En España, el paso de la dictadura a la democracia, ese periodo llamado transición, no fue un proceso pautado y plazos de entrega consensuados sino una guerra de guerrillas por una de las dos partes, a veces con armas de verdad, y que consiguió asentarse solo porqué los ojos del mundo estaban fijos en su evolución. En otro momento el paso hubiese sido de dictadura a dictadura y tiro, o disparo, porque me toca.

Todos nosotros es un thriller policiaco de crítica social. En paralelo a los hechos que dibujan la evolución política y social del país, narra la evolución de un siniestro caso de desaparición de chicas jóvenes que se destapa por un atropello fortuito y que se investiga gracias a la tenacidad de uno de esos bisoños policías, Diego Álamo, el Pincel, de la nueva hornada democrática, en una época en la que seguir pistas equivalía a picar mucha piedra: la tecnología estaba aún por llegar.

Todos nosotros se vale de una trama clásica y convencional para desarrollar un thriller social que parece no tener claro en donde se siente más cómodo. Si en las páginas dedicadas a explicar la transición democrática en una policía, vieja escuela, cuyos representantes persisten en utilizar sus métodos y mantener sus privilegios y sus tapaderas o en desarrollar una trama que por momentos es lúcida e interesante como los capítulos que explican la investigación. Los otros, van alternando, los que narran las vicisitudes de Patricia primero y las percepciones psicopáticas del agresor luego, por recurrentes resultan menos logrados.

Una novela ambientada en Madrid en dos épocas; la primera trancurre en ese 1981 con una Movida Madrileña que suscita envidia sana y replicas por todo el país y a un paso de que la mayoría socialista de un vuelco inusitado desde la nueva democracia y se inicie un barrido con más ruido que efecto. Y la segunda en el más cercano 2001 con una inteligente, meritorio trabajo del autor, evolución y substitución de personajes y ambiente que permite un nuevo renacer en el argumento aunque sostiene como eje de la abscisa el caso principal que sostiene todo el edificio.

Un recorrido interanual salpicado de referencias, algunas desconciertan por su erudición, para que el contexto quede perfectamente delimitado: desde objetos propios de una época y reliquias en la siguiente a locales de diversión y alterne, o a canciones e intérpretes que conforman ese retrato social que harán revivir emociones a quienes peinan o peinaban canas y que ilustraran fehacientemente a quienes aún gateaban o ya parvuleaban.


A Javier Menéndez Flores le sale el oficio por las orejas, emplea con soltura los recursos habituales para secuestrar a lectores sin pudor alguno desde la primera página, con un inicio generador de amplias expectativas y se vale de trampas de ilusionista, que a modo de making of se explican en el final, para dar satisfactoria explicación al caso.

Crea unos personajes absolutamente veraces que es lo que da peso al argumento; en el lado bueno predomina el lado humano con sus conflictos, sensibilidades y pasiones, que se contraponen con la maldad inacotable del lado oscuro, totalmente animal, que busca dar satisfacción a sus instintos primarios.

Prosa ligera, directa, fruto de trabajo de escribir y pulir, en la que prefiere los diálogos y las reflexiones introspectivas a las descripciones, con lo que aligera el contenido y consigue mantener en vilo la curiosidad por el desenlace a lo largo de más de 500 páginas. Novela, pues, pasa páginas, que se lee de un tirón y pensada para colmar a aquellos que suelen nadar solo en superficie.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Banquete fúnebre por Karlovy Vary de Miloš Urban

Si el romanticismo decadente y ostentoso buscase un lugar donde mostrarse, elegiría Karlovy Vary; si el tiempo quisiera detenerse durante unos instantes también elegiría esta imperial ciudad balneario para sanar sus heridas y recuperar fuerzas para devenir pasado e historia en su movimiento perpetuo. Karlovy Vary es un instante atrapado en un espejo.

Karlovy Vary es el lugar de nacimiento de Julián y a donde vuelve requerido por un antiguo compañero, ahora Jefe de Policía, que solicita su colaboración, por su condición de escritor de novelas de terror, para esclarecer una serie de dobles crímenes que desconciertan por su modus operandi y de los que carecen de pistas a pesar de disponer de imágenes donde se ve perfectamente su materialización.

Esta aparente incongruencia responde al hecho de que la asesina, después de atacar mortalmente a su víctima a dentelladas, procede a su suicidio. Un doble crimen al que le sigue un segundo con parecida factura y, obviamente, distintos implicados.

Unos hechos desconcertantes máxime por la forma en que la persona atacante parece estar bajo posesión demoníaca, lo que le confiere un plus sobrenatural, potenciado por no haberse hallado presencia de psicofármacos en las autopsias, que puede despertar pánico en la población si no se resuelven cuanto antes y especialmente antes de que haya más.

Julián Uřídil, escritor en horas bajas y persona en horas hundidas, se sumerge pronto en una investigación que a medida que avanza demuestra que el azar puede no ser azaroso y responder a una cuidada e insospechada planificación asesina.

Su presencia en esa decadente pero desvanecida Karlovy Vary le permite, en un torpe ejercicio de introspección, entender mejor su pasado desde su actual presente y resolver antiguos y pendientes trampantojos mentales que vistos con la perspectiva desde el tiempo actual ofrecen explicaciones plausibles.

Como un héroe enfrentado a su dimensión trágica, entiende que resolver su situación personal en la que lleva naufragando en alcohol sin avistar costa, desde que se separara de su pareja y perdiera la elección de ser padre, y con el tabaco como único aliado, solo se producirá si se resuelve también el caso de los asesinatos. Lo que antes era curiosidad profesional es ahora también redención personal.

El protagonista es una suerte de trasunto del propio autor, un rol recurrente en otras de sus obras anteriores aunque con distinto personaje, que emplea para expresar opiniones irónicas sobre su oficio y el modo como lo ve la sociedad y contar vivencias propias a partir de la ficción que es la manera que tiene de ajustar cuentas con la vida. Un escritor comprometido con su obra, en busca de un personaje y viceversa.

La inclinación por la novela negra de Miloš Urban es tan notoria como su necesidad de rehuir los arquetipos del género conformando un estilo propio que lleva perfeccionando desde su primera incursión en el género con Las siete iglesias allá por 1999, aunque tal vez hubiera preferido una publicación en 1666, por aquello de la numerología.

Banquete fúnebre por Karlovy Vary es una novela negra romantica y decadente como el lugar donde transcurre. Su prosa, elegante y pausada, le permite explayarse en un argumento tan filosófico como simbólico y a la vez resolverlo con un final de razonamiento prosaico que en otras manos parecería desafortunado y apresurado. Ni es novela negra al uso ni lectura de consumo, su autor jamás se lo permitiría.

jueves, 17 de septiembre de 2020

Lo que no dicen los muertos de José Manuel Fuentes Muñoz

Quien quiere matar elige el método y modo, quien se defiende no tiene elección, solo sabe que si no mata muere y en ese punto las personas dejan de serlo para convertirse en animales asustados capaces de lo que sea por su supervivencia.

En esta novela hay muertes, varias; y hay homicidas, varios; y asesinos, varios y todo responde a una búsqueda de la identidad perdida y a un reflejo de la angustia que se padece cuando se busca y no se encuentra.

Busca Libia, busca Gabriel, busca Arturo, cada cual se busca a sí mismo y a otros, investigar para encontrar no es lo mismo que investigar para encontrarse; buscan todos y cada uno de los personajes secundarios que pueblan esta novela con la ansiedad propia de zombis necesitados de alimento.

Lo que no dicen los muertos es una novela negra de realismo social de actualidad; no recurre a artificios improbables con inteligencias de rango superior ni asesinos hollywoodianos, solo necesita elegir un elenco de personas existentes y coger sus vidas para convertirlas en protagonistas de una obra que se adecúa a su perfil psicológico en su forma de ser, ajustada como un guante.

Es una novela donde abunda la brutalidad, no entendida como grosera y cruel, que también, sino en su acepción de excesivo desorden de afectos y pasiones.

Porque eso es lo que muestran los personajes: un desconcierto de emociones, algunas debido a enfermedad otras a carácter enfermizo. Los protagonistas principales, Libia y Gabriel, las exudan por los poros de sus pieles, enfermas y maltrechas, que de por sí ya indican el origen y la consecuencia de su desajuste emocional.

Al empezar la lectura se tiene la sensación de entrar en el cine con la película ya comenzada y al terminar la lectura, la sensación es de abandonar la sala antes de que haya finalizado. Espectadores de unos instantes, partícipes de unos momentos.

Y así es porque así lo quiere su autor, José Manuel Fuentes Muñoz: quiere que nos montemos en marcha para que participemos del vértigo del viaje, del desconcierto que impregna el ambiente y lo vivamos en propia carne, como uno más de los protagonistas y no seamos solo simples espectadores.

Una novela carente de paisajismo, ni interiores ni exteriores; carente de pausas ¿para qué?, carente de descripciones más allá de las imprescindibles para situar la acción en contexto; y por el contrario pletórica de diálogos sordos o gritados y movimientos asociados a desplazamientos, gestos y actos: un travelling permanente.

Léanla y experimenten su vértigo emocional, no se arrepentirán.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Anómala de Jordi Catalán

¿Qué hacer si en lugar de soñar con angelitos o con ovejitas, se sueña con un asesino y la pesadilla se repite varias veces?

Magda, que es quien tiene esos sueños, ya sabe lo que significan. Parecen sueños por que los tiene mientras duerme pero en realidad son visiones; unas visiones en las que ella es espectadora y sufridora ante la imposibilidad de actuar aun estando presente en la escena.

Pero lo peor es que son sueños premonitorios. Magda ha contemplado horrorizada como un hombre asesinaba a una mujer y sabiendo que sucederá realmente en tres días contacta con Mario, su ex-pareja y subinspector de los Mossos d’Esquadra, para que se haga cargo oficialmente del caso e intente evitar el crimen.

La anomalía de Magda es un don y una maldición, y quienes la quieren saben que precisa comprensión y espacio. Magda es un buen producto pero con una tara.

El reencuentro con su ex trastorna a ambos, pero principalmente a Mario y por extensión a Astrid su actual pareja sentimental y al sargento Raúl Vela, su compañero en los asuntos policiales. Magda se encuentra en medio de un torbellino de emociones y sentimientos pero empecinada en centrarse en evitar el asesinato renuncia a ser cuidadosa: solo busca ser efectiva.


Jordi Catalán
ha sabido pulsar debidamente las teclas para conseguir una armonía musical que complazca a quien lea la partitura: argumento con deje paranormal, relaciones cuasi familiares de fuerte arraigo, relaciones amorosas con erotismo, sexo y pasión, personajes centrales carismáticos y un asesino de rasgos psicopáticos que busca el placer, que no obtiene en su normalidad, en el dolor ajeno.

Escribe con ligereza, de forma simple y consigue un resultado tan gráfico, que se visiona más que se lee.

Anómala es una novela negra que flirtea con el thriller. Una novela fácil, que aguanta bien la tensión y el ritmo que se autoimpone desde el primer momento y que hubiera podido imprimirle, de hecho hubiera sido deseable, una marcha más hacia el final. Tal vez en una próxima entrega ya que esto huele a serie y, por su gran comunicación visual, a serie televisiva.

jueves, 10 de septiembre de 2020

La chica de prácticas de V. Zihanka

La etiqueta chic-lit, literalmente literatura de chicas, la emplea el mercado para identificar las novelas escritas por escritoras, con protagonista femenina y dirigidas preferentemente a este público.

Y aunque no suele tener estantería propia en las librerías, habida cuenta de que estas suelen clasificar por géneros y la chic-lit toca tanto romántico, como fantasía, como histórico e incluso criminal, está omnipresente y suele dominar en la mesa de novedades.

Nada extraño si se tiene en cuenta que actualmente, en cuanto a ficción, es más que probable que se estén editando más libros escritos por mujeres que por hombres; que el público femenino es quien más y mejor lee y que sin ellas, sin vosotras, no existirían Clubes de Lectura ya que son, sois, por presencia, participación e implicación, sus más entusiastas valedoras y agradecidas contertulianas.

Lo único chocante, pero ya nos vamos resignando en espera de tiempos mejores donde la igualdad no sea solo una proclama, es a que se etiquete la obra por el mero hecho de ser escrita por una mujer o por dirigirse a un segmento concreto: la mitad de la población ¡ahí es nada!

La chica de prácticas, según esos principios editoriales, sería chic-lit criminal Generación Z (para quien tenga dudas: personas nacidas entre 1994 y 2010) habida cuenta de la edad y del enfoque vivencial de su protagonista (aunque, por edad, podría estar a caballo de la generación anterior: millenial).

Confirmando esta condición generacional, la novela presenta un vocabulario despreocupado, construcciones gramaticales simples con mucho verbo y poco adjetivo, poca literatura entendida como se entendía antes de que la comunicación por redes sociales cambiara normas y reglas y se desarrolla en muy pocas páginas; lo que vendría a ser lo que un pod-cast a un programa de radio, eso si literario.

La protagonista, una heroína a imitar para la vertiente más joven del ancho de banda al que la obra va destinada, resulta tan impertinente, egocéntrica, lanzada y liberada como irreverente, irrespetuosa, carente de humildad y permanentemente insatisfecha. Recuerda youtubers dispuestas a vivir su sueño fuera de la cámara pero con miedo por salir de ella.

¿Alguien de la Generación Z en la sala?

El desarrollo del caso criminal tiene un tratamiento ad-hoc por lo que no busquen sesudo procedimiento policial sino más bien un entorno donde desarrollar un experimento vivencial para quien sin saber lo que quiere de la vida si tiene claro que no quiere nada convencional mientras busca su encaje profesional y social, en una trama policiaca donde existe peligro de morir y un asesino cruento.

A caballo entre la literatura juvenil i adulta, como la protagonista, formando aún carácter y buscando su equilibrio psicoemocional, la novela presenta unas credenciales que su autora V. Zihanka deberá acreditar en próximas entregas de lo que se anuncia como una saga. A alguien en prácticas no se le va a exigir lo mismo que a alguien que ya se ha ganado el puesto.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Idaho de Emily Ruskovich


La novela criminal en general, ya sea enigma, policíaca, negra o de cualquiera de sus subgéneros, precisa básicamente del asesinato para el desarrollo de su trama incidiendo en la psicología de sus personajes, la investigación, el descubrimiento del culpable y su, o no, detención.

Prima la detección, caza, acoso y derribo. Interesa más conocer el motivo, descubrir las pistas, el ensamblaje de piezas y la lucha de inteligencias entre los protagonistas representativos del bien y del mal.

En Idaho no hay nada de eso, sigue siendo no obstante una novela criminal pero su argumento se preocupa por las consecuencias del asesinato, por el vacío que queda entre los vivos, por la redención, la pena y el dolor, alejándose así de todo lo que conforman los típicos elementos de la novela negra.

El crimen es la causa y la novela el efecto; sin él no existiría ella, pero una vez fijado el punto de partida lo que interesa es el relato de sus derivadas ahondando en la intimidad de la vida privada y pública de sus personajes y en como afecta a su consecuente envejecimiento no privado de indeseables afecciones.

Todo pasó el día en que una familia unida y feliz, tanto como pueda ser posible en una familia, fue a recoger leña. Marcharon cuatro y solo regresaron dos, y luego solo la mitad se permitió intentar rehacer su vida, si es que eso es posible; mientras que la otra mitad permanecía sin poder de decisión.

Las secuelas de padecer un trauma de tal magnitud no son visibles a corto plazo ya que se camuflan con las muestras de desesperación, incredulidad y estupefacción que acompañan el dolor y la rabia por la pérdida, pero al final se manifiestan y no suelen ser amables ni con quien las sufre en primera persona ni con quien las padece en segunda instancia por estar cerca.

Terrible la angustia ante la posibilidad de perder la memoria y más terrible aún no poder dejar de recordar, evidencia la fragilidad de una mente dañada.

Las clases de piano son el contrapunto para encontrar un equilibrio que dista mucho de ser la solución pero que permite seguir avanzando hacia terreno desconocido. La redención a través de la fuerza del amor. Todo lo que antes era confortable se vuelve amenazador. Y la melancolía se apodera de todo, como las malas hierbas inundan un jardín descuidado.

Emily Ruskovich

Emily Ruskovich
ha hecho que los yoes subconscientes de sus protagonistas tomen las riendas de sus actos y sus diálogos. Ha permitido que los impulsos sean lo que explique las acciones; no hay razones: solo emociones.

La vida es un paisaje y esta novela lo describe usando palabras muy escogidas; con una prosa elegante, fluida y adecuada, como sonata de piano. Un paisaje mental creado con la voz de los pensamientos.

La autora, construye el relato saltando temporalmente adelante y atrás para permitir entender que el tiempo no es lineal y que ni tan solo la muerte es el final y para ofrecer distintas perspectivas desde las que admirar el paisaje.

No, no es una novela negra de las que inundan el mercado. No busquen eso, no lo van a encontrar. Está a las antípodas de los tópicos del género. Pero si van a notar ese mismo sabor amargo que conlleva todo crimen y más cuando no se justifica. Abandonen toda esperanza de saber más sobre el, solo van a conocer, sufrir, sentir, sus consecuencias.

Idaho es una novela que encierra capas de contenido, como hace la buena literatura.