domingo, 27 de octubre de 2013

Mazapán amargo de Joaquín García y Santiago Sastre y Las Carcamusas

A nadie le amarga un dulce excepto que sea amargo de por si, como sucede con esta variedad de mazapán amargo y al que pretende emular el argumento de esta novela al ofrecer una golosa imagen externa jugando con el título y esconder en su interior una realidad muy distinta.

En Mazapán amargo, el inspector jefe Martín Aldana, recién llegado a Toledo, proveniente de su anterior destino en Marbella, se enfrenta a un caso de asesinato por arma blanca. La víctima es un joven empleado en un museo al que han encontrado muerto y desnudo en la zona del Valle, balcón alejado de la urbe con vistas privilegiadas sobre la Ciudad Imperial y el Tajo, y frecuente lugar de encuentro nocturno de parejas.

Volviendo a Toledo, Martin Aldana ha regresado a sus orígenes y recuerda con nostalgia y cierto reparo su niñez en casa de su abuela situada en el casco histórico, por eso ahora se ha instalado, con su mujer Carmen, en uno de los barrios nuevos de la ciudad: un modo de alejar sus recuerdos. Recuerdos enraizados en la guerra civil, familias pertenecientes a uno u otro bando, por las circunstancias o por la elección personal, cuyos desconocidos motivos pesan durante generaciones.

Los motivos de su regreso tampoco son dignos de recuerdo más bien motivo de olvido y de superación para no caer en la degradación personal. Superar lo de Marina. Superar su adicción a la bebida. La convivencia marital, por todo lo anterior, es motivo también de preocupación y tratamiento in extremis para reflotar un hundimiento inminente.

La entrega absoluta a la investigación en marcha adormece los recuerdos y no permite pensar en otra cosa que no sea la resolución del crimen. Y el implante que le supone su nueva ubicación, desesperado por no encontrar reciprocidad y simpatía ajena en su forma de ser y en sus gustos le encierra en un círculo en donde solo existe trabajar y trabajar, dejando dentro ansias insatisfechas.

El Toledo castellano, con todo el sentido histórico de la palabra, referente de artistas y realeza, activo protagonista de la indeseada guerra civil, de las tradiciones castrenses, del arraigo religioso y de las devotas cofradías se enfrenta a los nuevos tiempos con voluntad de sobrevivir, aunque eso signifique reconocer y asumir errores y suponga erradicar los grupos neofascistas y homófobos que campan a sus anchas anclados en ese pasado que la capital pretende superar. Y signifique comprender que La Ciudad Imperial no es el ombligo del mundo y que no todo lo que viene de fuera ha de ser malo y que hay mucho que aprender.

Ildefonso el joven asesinado es un ejemplo de ese intento de renovación, religioso confeso y homosexual. Un cuerpo en el que convivían, a decir de las gentes devotas, el demonio y el ángel. Un apasionado de la teología, la filosofía, la historia y la poesía. Seguramente su forma de ser y de pensar ha tenido que ver en su muerte y por eso Aldana centra la investigación en el entorno familiar y laboral de la víctima mientras sufre en propias carnes la violencia intransigente.

Joaquín García y Santiago Sastre los autores de la novela no pueden negar ser toledanos y no han podido evitar plasmarlo en la novela aunque les ha faltado medida: de tanto querer convertir a la ciudad en un protagonista más han ahondado en exceso en ubicaciones localistas de callejero cuando debieran haberlo hecho en sensaciones, siempre difíciles de transmitir.

Y tanto destacar las habilidades, tópicamente importadas del inspector: cincuentón, abogado, entendido en arte, en gastronomía, en vinos, en música, buscando darle personalidad propia, dejan a la novela y a la ciudad con un regusto provinciano que seguramente no tiene. Aunque probablemente haya habido intención de guiños a clásicos, más cercanos de lo que podamos pensar, el resultado queda amañado.

La BSO de esta novela está compuesta por:

Las canciones de Melody Gardot
Las Cantatas de Bach (la 82 por ejemplo)
Hoy puede ser un gran día de Serrat
Quiet nights de Diana Krall y en especial La garota de Ipanema
Nights Sounds de Toni Solà i Ignasi Terrats trio

Y aunque son varias las comidas servidas en la novela destacamos por su tipismo a las carcamusas de la que hemos buscado su receta y que les invitamos a probar con moderación, por su condición de bomba calórica:

Ingredientes para 4 personas:

¾ de kilo de magro de cerdo
2 dientes de ajo
1 guindilla (o más si apetece)
2 cebollas medianas
16 rodajas de chorizo (dulce o picante al gusto)
3 cucharadas de aceite de oliva
1 vaso de vino blanco
Salsa de tomate (mejor casera)
200 gramos de guisantes
2 vasos de agua
Una pizca de sal

Preparación:

Pochar en una cazuela de barro con aceite los ajos laminados y las cebollas a rodajas y la guindilla; en cuanto tome color añadir la carne cortada en dados y sofreír removiendo para facilitar la cocción.

Una vez dorada la carne echar el chorizo sin dejar de remover; añadir el vino blanco y en cuanto evapore el alcohol poner unas cucharadas de salsa de tomate al gusto y antes de que espese añadir el agua y los guisantes y la sal y llevar a ebullición suave hasta la cocción adecuada de estos.

En cuanto a la novela, pinchen aquí para ir al sitio web de los autores y para leer los dos primeros capítulos. http://www.mazapanamargo.es/

Y si la leen ya nos dirán su opinión. A mi, particularmente, el mazapán me gusta dulce.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Cubiertas de novela negra, novela interrobang

Compromiso total, la
cubierta se entiende al
terminar la lectura.
Al hilo del magnífico trabajo de Fernando Martínez “Montecruz” ilustrador de algunas cubiertas de las novelas de Alexis Ravelo me decido a publicar este post escrito y reescrito constantemente al que hace tiempo que le tenía ganas y entre lectura y lectura se iba quedando arrinconado.

Debatir sobre como condicionan las cubiertas de los libros su venta, es un sinsentido puesto que su evidencia no deja lugar a dudas. Deseamos por los ojos y luego decidimos con el razonamiento ergo no compramos por los ojos pues evidentemente aplicamos criterio, pero una buena cubierta puede atraer la mirada y despertar un interés que de otro modo hubiese podido pasar desapercibido

Por tanto no podemos evitar sustraernos al color, al diseño y a la
forma; pero este debate no es el propósito del post, sino el denunciar
Aunque el diseño sea
genérico la ilustración
ad-hoc le da un plus.
lo poco que evidencian del contenido argumental las cubiertas de hoy en día. Lo poco que se integran para dar coherencia al todo y lo poco atractivas e imaginativas que resultan.

Innegable es que nuestra forma de vestirnos o de vestir nuestra casa dice mucho de nosotros. Una cubierta debería decir lo mismo de la lectura que atesora.

Cubiertas que no portadas como erróneamente solemos llamarlas y como explica sucinta pero claramente la Wikipedia en este articulo.

Los estuches de películas, antes en VHS y ahora en DVD, lo tienen fácil una reproducción de cualquier edición del cartel del estreno (de lo que daría también para varios post!) y un par de fotogramas en el reverso y listo.

Realizada ex-profeso y
perfectamente adaptada al
contenido.
Para cómics, es elemental, el tandem dibujante-guionista es el primer interesado en ser fieles a su obra y en atraer compradores por lo que hay esmero y cuidada intención en la imagen de la cubierta generalmente realizada ex-profeso, dando un plus, una viñeta grande e inédita (se agradece) para la ocasión.

Pero para las novelas, y como si no fuera importante, la inapropiada, inadecuada, negligente selección de la imagen de cubierta es invariablemente una constante demasiado común. Puro trámite.

¿Qué hemos hecho la parte lectora para merecer tanta desidia de la parte editorial? ¿Y la parte escritora, es parte activa, ninguneada, o cómplice?

¿Acaso no viven de las ventas? Nos resignaremos, flaco consuelo, creyendo que es por cuestión de ahorro económico y no cuestión de mal gusto o de poca aptitud el no poder disfrutar de
Se agradece la textura al tacto
y su complicidad con el texto.
Todo un acierto comercial.
imágenes ex-profesas ya sean fotos o ilustraciones y nos conformaríamos con una imagen de esas compradas al por mayor siempre que tuviera una clara relación con la trama.

Pero que nos resignemos a que las uvas no estén maduritas no evita la frustración de sentirnos ignorados por editoriales descuidadas (que además últimamente nos ofrecen errores ortográficos, gramaticales y tipográficos, eso si, incluidos en el precio sin cargo adicional).

Algunas editoriales habitualmente tiran de agencias con archivos fotográficos de propósito general y toda su creatividad la reducen, eso si se les ocurre, a cambiar el encuadre o propiciar un recorte para darle un toque distinto no sea que otra editorial haya adquirido la misma imagen (comprarla en exclusiva es más cara) y queden como dos famosas cazadas en revista del corazón con el mismo modelito y la percha no admite comparaciones: una siempre saldrá malparada.

Gran impacto visual
y acorde en colores
con el tema de la obra.
Que el título habla de oscuridad pues ¡marchando! una foto de noche, que habla de ciudad pues una calle adoquinada con una farola dibujando sombras o bien vehículos circulando suficientemente desenfocados (la LOPD no es permisiva con la difusión de matrículas o rostros), que habla de arte pues trozo de lienzo con su marco o unos pinceles y arreando, que se menciona el frío, un gélido paisaje, nieve y blanco da siempre el pego y todo eso cuando se esmeran porque cuando van per feina su reducción minimalista se muestra en altos niveles de sosedad y pasotismo: mancha de sangre sobre fondo blanco, retazo ampliado hasta la indefinición borrosa, y si no, las socorridas imágenes de revolver (aún cuando la muerte la haya causado una automática), rostro mortecino, flores marchitas, mano flácida, y sobre todo desnudo parcial femenino que eso combina con todo y siempre es de buen ver… y cuando llegamos a una reedición que ha tenido la suerte de ver estrenar una adaptación cinematográfica en el ínterin ¡que fácil me lo pones! foto del cartel o de los protas y en la redacción más contentos que unas pascuas
Quien la ha diseñado no se ha
leído la novela.
celebrando su originalidad. Tope motivados.

Por no hablar de la selección de imágenes que son llevadas a engaño por el título, la elección de la imagen parece recaer en alguien que no se ha leído la obra, y lo enfatizan con una imagen cuando en realidad el título no representaba nada de su argumento si no que, con él, se jugaba al escondite.

Es como ponerle banda sonora a una película sin haberla visto.

Cierto es que no todas las editoriales se esfuerzan tanto y las hay que intentan mejorar lo presente y es de justicia el reconocerlo y alabar sus creaciones, como deberíamos llamar sus cubiertas; merecen, con nuestro dispendio, ser animadas a continuar en su línea de implicación diferencial.

¿Dónde estás Tom Adams? ¿Donde Noiquet? ¿Dónde tantos y tantos olvidados y tantos y tantos desconocidos por ni siquiera
Puro trámite que no viene
a cuento de nada.
estar mencionados en las páginas de crédito de las antiguas ediciones?

Las cubiertas que complementan este post han sido escogidas al azar entre las últimas lecturas, seguramente las hay mejores para ilustrar y ejemplificar lo que se ha escrito pero seguro que me han entendido perfectamente.

Ojalá alguna editorial de las pasotas lo entienda y mejore nota.

No dejen de visitar este enlace donde hay cubiertas retro, de la época dorada del pulp, cuyo estilo puede agradar más o menos pero que no admite duda del compromiso del artista con el novelista y para con el público. Son trabajos de interés antropológico.

Diseño seriado e ilustración
para poner algo.
Mejor si es una chica.
Y con esto no se defiende el tópico de cualquier tiempo pasado fue mejor (que seguramente suscribirían de inmediato todos los libreros/as recordando cuando la competencia era la librería amiga y no un hipermercado o internet) sino que se reclama el compromiso con la calidad. Con el trabajo bien hecho.

Una buena novela: neuronas gastadas, articulaciones doloridas, cervicales anquilosadas, sufridos estomago e hígado, amistades en hibernación... bien merece una buena cubierta. Bien merece un buen envoltorio.


Y que hacer las cosas mejor no solo no es imposible sino que es fácil, barato (multitud de estudiantes agradecerían poder dar a conocer sus aptitudes y empezar a hacerse un nombre).

Desde aquí se lanza una propuesta a las editoriales: convoquen concursos públicos para sus próximas cubiertas. Cada nueva publicación un
nuevo ilustrador.

Quien sabe igual descubren un genio y cambian la editorial por una galería de arte.

viernes, 18 de octubre de 2013

Museo Hergé, Tintín y Las Joyas de la Castafiore

En Louvain-la-Neuve, en la Rue du Labrador, 26, (¿les suena esta calle?) a poco más de treinta minutos en tren de Bruselas, se encuentra el Museo Hergé dedicado a la persona y la obra del famoso creador del personaje más atemporal de la historia del cómic: Tintín.

El museo presenta una arquitectura exterior e interior de línea clara pintado con colores planos de tono pastel, como no podía ser de otra manera. Su interior combina ángulos rectos y líneas ondulantespero todas de un solo trazo. Entrar en el es lo más parecido a penetrar en el interior de las viñetas de un cómic. Recorrerlo es vivir una aventura. De Tintín, claro.

La visita está perfectamente guiada por auriculares incluidos en la entrada lo que permite, gracias a una muy bien modulada, didáctica y amena locución una comprensión total con todo detalle de interesantes aspectos del autor, de la época, de los personajes y de sus aventuras. Una visita con triunfo garantizado.

La obra expuesta es completísima tanto en originales, materiales y objetos particulares de Hergé y su equipo, y también otros recogidos como inspiración para los dibujos, como en documentación en múltiples soportes: papel, audio, video.

Tintín es un aventurero en el sentido nostálgico y romántico de la expresión; de cuando hacer un recorrido de 200 kilómetros era todo una odisea y cambiar de continente tan inusual e inaccesible como un viaje a la luna, un choque ambiental y cultural tan espectacular como cruzarse con un tiburón andando por la calle con gafas de sol.

Las aventuras de Tintín están recogidas en 23 álbumes (más uno adaptación de una película y otro inacabado) poblados de timadores, estafadores, espías, gángsteres, agentes secretos, traficantes de armas, contrabandistas... que componen una larga lista de malos malísimos, capaces de perpetrar robos, secuestros, atentados, crímenes,
provocar enfermedades, guerras, golpes de estado y más que pueda pasarse por la imaginación.

Aventura y thriller de la época expuestos con ingenuidad infantil aunque mantiene una segunda lectura para público mayor en donde la crítica a las dictaduras, a la ambición, a la soberbia, a la prepotencia y a la maldad está perfectamente presente en un pensamiento a lo Rosseau, de que la sociedad es la que corrompe a la persona, que apunta claramente a maneras de novela negra.

De entre los álbumes que constituyen la colección de Las aventuras de Tintín, destaca uno para ser comentado en este blog, por su claro argumento de desarrollo detectivesco con dosis de enigma: Las joyas de la Castafiore.

Un cómic que es un vehículo para lucimiento de esa diva del bel canto, Bianca Castafiore, a la que Hergé le otorga papel plenipotenciario para tomar decisiones y dar órdenes a quien se le cruce por delante. A la que Hergé le hace lucir vestidos diferentes para cada ocasión (explica el enorme equipaje con el que se presenta) y a la única que salva, por decoro y galantería, de tropezar por culpa del peldaño.

Es el único álbum de la serie en donde luna mujer roba el protagonismo a los demás e incluso a la misma trama. En ninguna otra de las aventuras de Tintín se da esta circunstancia. Y no por misoginia del autor sino por no darse el entorno adecuado para ello.

Pero además, Las joyas de la Castafiore es una comedia interrobang trepidante, un vodevil lleno de equívocos y pistas falsas, de entradas y salidas, de puertas y ventanas y escaleras, sobre todo escaleras, de sustos, confusiones, sorpresas, gritos y caídas.

Una comedia negra que celebra sus 50 años y sigue tan joven y fresca como en el año de su publicación como álbum en 1963 (aunque empezara seriada en 1961). Se ha convertido en un clásico y se cumple el tópico de que los clásicos, los de verdad, los de calidad, mejoran con el tiempo.

Es el misterio del cuarto cerrado ampliado al castillo de Moulinsart y sus jardines, donde lo más importante no es la resolución del caso, que prácticamente queda explicada en la segunda página, sino la evolución de la trama en si y el juego psicológico de cada personaje y su rol en la obra.

Incluso el título es en si un McGuffin que justifica el pasacalle, el desfile de situaciones que se viven en el cómic. Las joyas de la portada, por cierto en algunas traducciones el título aparece sin joya por impedimento obvio, en otras una esmeralda y un rubí y en otras solo una esmeralda, esta es la versión más fiel a la historia, son solo el señuelo. El elemento susceptible de despertar codicia y por tanto de propiciar el delito.


Tintin, Haddock y Tornasol se encuentran tan felices en su residencia de Moulinsart, cuando reciben un telegrama en él que la diva Bianca Castafiore, el ruiseñor milanés, vieja conocida de varios álbumes anteriores, anuncia su inminente llegada para obsequiarles con su presencia durante unos días. Busca sosiego y paz lejos de los paparazzi que no la dejan ni a sol ni a sombra. Y con ello deshace la paz y el sosiego de los habitantes del castillo.

Este hecho anodino, una gentil visita amigable, tiene la virtud de desatar todo un alarde de situaciones disparatadas y poner a sus protagonistas al borde del colapso de un modo tal que entreteje una redonda historia al más puro género enigma con exagerada bis cómica.

Se ha dicho de esta obra que es la anti aventura porque por primera vez los personajes que pululan por los álbumes de Tintín no van a ninguna parte ni se enfrentan a situaciones límite; ni tan solo aparece arma de fuego alguna. Se diría esta vez que la aventura viene a ellos y una vez instalada en el castillo desiste de irse a ninguna parte. Lo cotidiano se convierte así en la mejor aventura posible.

Pululan personajes decíamos de la más variada condición y oficio y presencia determinante y pululan animales todos con papel protagonista, desde el omnipresente Milú, al gato siamés que nunca sabremos como se instaló en el castillo, al búho, la urraca, el loro y el ruiseñor, representado en el sobrenombre artístico, el ruiseñor milanés, de la dama Castafiore que también encarna un loro en una pesadilla, y sin olvidar las abejas y sus aguijones.

Los juegos de palabras, los equívocos citábamos, las confusiones, sobre todo las telefónicas con la Carnicería Sanzot, la sordera de Tornasol que alcanza proporciones épicas, todo en un desatado torbellino que arrastra al lector a mezclarse en una trama desmesurada y participar como un personaje más como lo demuestra que Tintín se nos dirija directamente desde la portada haciéndonos el signo internacional de silencio. Nos convierte en cómplices. Silencio que esto está a punto de empezar.

Confusiones que alcanzan el clímax en la escala abierta para medir carcajadas con las distintas versiones del apellido Haddock con que Bianca Castafiore se dirige al capitán.

Aunque para ser coherentes no toda la culpa es de la diva, ya Haddock la primera vez que se encontraron (El asunto Tornasol) y nervioso como un colegial no atinó a presentarse debidamente: Hoddack, y al intentarlo arreglar lo complicó más: Haddada.

No es de extrañar pues que en su siguiente encuentro en el yate del marqués de Gorgonzola (Stoc de coque) Bianca lo salude efusivamente con un Bardock, para pasar a Karbock y terminar con un Harrock que el capitán redondea sarcasticamente con un Harrock en roll.

Y con estos antecedentes es de cajón lo que sucede en Moulinsart (Las joyas de la Castafiore) donde, por orden de aparición, la diva se dirige al capitán del siguiente modo: Bartok, Kapoc, Kodak, Mastoc, Kosac, Haddack, Hamoc, Kolbac, Karboc, Karnak, Hocloc, Kornac, Habloc, Magok, Medoc y Kapstok; nada menos que 16 divertidísimas variantes de un mismo apellido! (Bianca redondearía en el último álbum Tintín y los Pícaros su dotes creativas añadiendo la forma Karbock).

Las joyas de la Castafiore es la aventura por la aventura, en donde sin pasar apenas nada extraordinario, ya que todo entra dentro de una posible normalidad doméstica, un poco accidentada eso sí, pero factible, se alcanza un nivel tan desproporcionadamente disparatado que consigue plasmar el significado del vocablo hilarante en dibujo.

Hergé juega a confundir al lector y a atrapar su atención finalizando cada página con una viñeta que incita a continuar, una viñeta trampa que se agradece por su simpatía y porque permite coger aire antes de girar página y enfrentarse a un nuevo puñado de sorpresas que ponen a prueba la tensión sanguínea de los protagonistas y del lector.

Hergé desarrolla un trabajo a lápiz que exprime al máximo los ángulos para propiciar ese ritmo narrativo que no otorga descanso y que nutre de acertados, afilados y críticos diálogos. Y lo hace además en su línea más clara y realista para darle más vigorosidad a la trama y más credibilidad a los personajes.

Sin duda alguna una verdadera obra maestra, tal vez la mejor de la serie, digna de ser expuesta en un museo y de formar parte del temario de cualquier facultad al ofrecer la posibilidad de análisis multidisciplinar, ya sea la de bellas artes, la de comunicación audiovisual, la de sociología, la de psicología, e incluso alguna otra.

Si ya conocen el cómic Las joyas de la Castafiore reléanlo saboreándolo y disfrútenlo una y otra vez más. Si aún no lo conocen ¿a que esperan? Y si están en un grupo de lectura propónganlo para una lectura compartida y comentada.

Les propongo un juego: en sus páginas se encuentra un guiño del tipo aparecido en Blacksad (recuérdenlos: aquí el primero y aquí el segundo), una mini subtrama con comienzo y final en una misma página. A ver si lo descubren y disfrutan. En un próximo post se lo presentaré.

Todo va bien si acaba bien!

Post scriptum:
El guiño en las páginas de Las joyas de la Castafiore está aquí.




domingo, 13 de octubre de 2013

La tristeza del samurái de Víctor del Árbol

La tristeza del samurái es el título perfecto para esta novela. Tristeza, porque hay mucha, tanta que desborda las páginas y acaba contagiando a quien la lee y Samurái por el código de honor, por la lucha interna entre actuar por obediencia debida o dando libertad a los sentimientos, a los ideales y a los principios morales.

Víctor del Árbol ensambla un argumento compuesto por diversas piezas, algunas pequeñas, otras más grandes, con la habilidad y la pasión de un relojero artesano. El resultado es un retrato social de una posguerra que duró más que la propia guerra y cuyo regusto amargo aún se evoca en actos políticos incomprensibles como la reciente distinción pública a miembros vivos de la División Azul.

Aunque visto lo leído en la novela tal vez algunos de los que la formaron no lo hicieran por odio a los rusos, rojos, comunistas, o por devoción a ideas facciosas sino para evitar una más que probable ley de fugas y en donde ir a matar podía equivaler a sobrevivir.

La novela recrea episodios perfectamente verosímiles y seguramente algunos incluso verdaderos, aunque enmascarados por la ficción puedan parecer recursos narrativos. Atrapa los instantes en que nuestra democracia, aún con pies de fango, se desespera por intentar a andar y en donde los más avispados del antiguo régimen calzan botas de caña alta para atravesar ese fango y evitar que sus pisadas figuren como huellas en los lugares donde se masacró humanidad bajo el amparo de disciplina castrense pero muchas veces, en realidad, respondiendo a intereses propios.

Es una novela triste, porque en ella no hay motivo para la alegría y menos para la risa. Es una novela triste porque a sus protagonistas les han arrebatado incluso la luz del sol que se ha convertido en patrimonio de unos pocos que tampoco la disfrutan ya que se esconden bajo cerradas gafas negras.

María Bengoechea de 35 años, abogada de éxito, está en el hospital convaleciente y tiene el conocimiento del porqué de unos hechos y el inspector Marchán, paciente a su cabecera, espera que ella le cuente lo que sabe. Le cuente porque se ha llegado a lo que se ha llegado; espera obtener información suficiente para aclarar unos actos criminales y para cerrar una detención largo tiempo acariciada por otros antes que él y no conseguida. Y María piensa confesar la verdad, escribirlo todo y ser concisa y veraz.

La novela empieza en 1981 aunque lo que en ella se cuenta empezó tiempo atrás, en mayo de 1941. Como telón de fondo del tiempo presente de esta década de los ’80 están los atentados y crímenes de los radicales de uno y otro bando, ultras y etarras, y el intento fallido de golpe de estado de Tejero. Como telón de fondo del tiempo pasado en aquella década de los ’40 está la purga de los vencedores, la obtención de privilegios y la campaña de invierno en Rusia como aliados de los nazis.

Y así saltando entre décadas se va armando, capítulo a capítulo, un argumento compacto y redondo. Y lo hace con oficio de literato. Para nada el autor se vale del salto temporal tipo thriller atrapalectores; al contrario su elegancia narrativa va desgranando los hechos necesarios en cada momento de la lectura para facilitar la comprensión total de la intención primera.

Rencillas familiares, traiciones, juegos de espías, suicidios, asesinatos, torturas, maquinaciones políticas y maquinaciones policiales, todo piezas de un único engranaje, nada nuevo bajo el sol ni en este genero literario, pero bien contado suena mejor. Todo engarzado para explicar el deseo de compensar la pérdida. Algo imposible de obtener cuando lo perdido no es un objeto reemplazable sino la vida humana.

El autor rodeado de cómplices de Negra y Criminal
Ante la muerte solo permanece el recuerdo, el sentimiento, la nostalgia y el ayer y el amor que perdura por encima de todo y para siempre, pero que se demuestra insuficiente para afrontar la pérdida.

Estamos ante una gran novela de prosa elegante y comedida que rehuye de artificios y de sensacionalismos. Estamos ante una gran historia. Y se agradece.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Carter engaña al diablo de Glen David Gold

¿Qué mejor novela para enlazar la magia y el género interrobang que “Carter engaña al diablo” de Glen David Gold?

Y no solo por su cubierta, ¿quien puede resistirse a ella?, por cierto Premio mejor portada en la Semana Negra de Gijón 2004 y cartel original del último espectáculo del Gran Carter; ni por sus láminas interiores, por cierto reproducciones de carteles originales de espectáculos de otros grandes magos, sino porque si empezamos su lectura vamos a sumergirnos en un mundo de magia y de investigación policial del que ya no podremos salir. 


Habremos comprado una entrada para butaca de primera fila a un apasionante espectáculo de misterio y enigma que cambiará nuestra percepción de la realidad.

El Gran Carter es un gran mago que se encuentra representando su celebrado espectáculo ‘Carter engaña al diablo’ cuando el Presidente de los EEUU sube al escenario como voluntario en uno de los juegos en el que es desmembrado ante los atónitos ojos de su mujer y de todo el público asistente.

A las pocas horas se comunica oficial y públicamente su muerte.

Evidentemente Carter es el primer y único sospechoso y el agente del servicio secreto Jack Griffin el encargado de encontrar pruebas y detenerlo.

Si los libros ya son en si mismos una caja de sorpresas: basta con abrirlos para vivir las más variadas experiencias, los de género policiaco son hermanos de sangre del arte de la magia; por lo que si en una misma novela mezclamos investigación criminal y magia multiplicamos la capacidad de sorpresa por dos.

Tanto los espectáculos mágicos como las novelas de género enigma, interrobang, cuentan historias emocionantes, aparentemente imposibles, se sustentan en un argumento hábilmente trenzado, tienen una mise en scene muy cuidada, ambos emplean la misdirection para conducir la atención del público, sorprenden al final y sobretodo y por encima de todo ambos dejan con ganas de más.



El Gran Carter es Charles Joseph Carter, nacido en San Francisco en 1874 y fallecido prematuramente de un ataque al corazón en 1936, y la trama de la novela transcurre en los heterodoxos años 20, unos años en los que superada la Gran Guerra hay ganas de avanzar en tecnología, en experimentar con la ciencia, en estudiar nuevas posibilidades médicas y en las que los escenarios de los Music Hall se llenan de artistas de varietés y de magia donde la gente acude ávida de diversión y emociones.

La magia tiene sus momentos de gloria y está viviendo unos años de gran reconocimiento e interés y tiene encandilada tanto a las monarquías, como a la burguesía y a la clase obrera por igual. Es una época de transición económica, de resurgir industrial, y la magia parece el elemento capaz de articular ilusiones.

Es una época en la que los magos miman hasta el último detalle su aspecto y sus actuaciones, inventan constantemente nuevos juegos y practican y ensayan exhaustivamente durante horas y horas para conseguir efectos que atrapen a los espectadores en sus butacas y los dejen sin respiración. La vida del mago es dura y su economía nada boyante y hay que aprovechar que soplan buenos vientos aunque eso signifique reinventarse constantemente en nuevos y cautivadores juegos.

Es la magia de gran escenario, la magia vinculada a lo sobrenatural, a fuerzas ocultas y poderes solo para iniciados.

El contexto histórico donde transcurre el argumento de esta novela es real, perfectamente

documentado, los ecos de sociedad y los hechos sociales son reales, los personajes que se entrecruzan con la vida de Carter, y que interpretan pequeños cameos son reales, los inventos que se presentan son reales, y aunque Carter sea también real evidentemente todo se halla aderezado de ficción para inventar un argumento original y sorprendente, que Glen David Gold presenta con sencillez y sobriedad lo que lo convierte en una lectura amena, digerible, policial, intrigante, llena de ilusionismo y enormemente divertida.

Este libro es un espectáculo de magia y por tanto no vamos a desvelar ninguno de sus juegos. Para saber más, pasen y lean.

Este post se publica simultáneamente en los blogs Interrobang y Magicatessen en virtud de una estimulante colaboración crossover que persigue la pluralidad de voces para enriquecer el mensaje.

jueves, 3 de octubre de 2013

Ladrón de guante blanco (White collar)

Ladrón de guante blanco es una serie de televisión y que combina el género thriller con el de ladrones y timadores (aunque para timadores de altos vuelos recuerden esta propuesta).

Aún conociendo de antemano su pretensión de comedia de alto nivel, hay que reprocharle que haya elegido ser demasiado blanca, haber olvidado que incluso los ladrones de guante blanco cuando trabajan los calzan de color negro.

Esta serie con más ribetes negros, entregada a robos inteligentes y dirigida a un público menos familiar daría como resultado un producto interesantísimo, mucho menos relamido, menos ingenuo y por tanto más convincente, interesante y creíble.

Neal Caffrey (Matt Bomer) es el ladrón de guante blanco del título, encantador, experto en arte, gastronomía, enología, sabe pintar, esculpir, sabe vestir (los sombreros son su debilidad y su perdición), sabe sonreír, es atractivo, descarado, seductor y muy inteligente, que dedica el lucro de sus actos a mantener un status de vida alto.

Neal Caffrey es un timador de prestigio y como tal, todo un dandi. Sin embargo un bajón anímico y su debilidad humana por los sentimientos posibilita ser atrapado por el FBI encarnado por el agente especial Peter Burke (Tim DeKay) que ya lo había atrapado anteriormente.

Peter representa al hombre educado y correcto que como policia es recto y responsable y como marido fiel, cariñoso y comprensivo.

Debido a una peculiar circunstancia el FBI le propone a Neal convalidar años de cárcel por una libertad controlada, por una tobillera electrónica, si les ayuda con sus conocimientos, métodos y contactos para detener a otros delincuentes.

Neal accepta a regañadientes, tiene secretos motivos para ello, y se convierte en asesor, aunque intente siempre sacar tajada, bajo la supervisión de Peter y de los agentes Diana Barrigan (Marsha Thomason) y Clinton Jones (Sharif Atkins) que forman el equipo especializado en este tipo de delitos en la Sección Guante Blanco.

Caso a caso, la relación entre Neal y Peter se va estrechando hasta convertirla en verdadera amistad, puesta a prueba de modo continuado por mil y una suspicacias de Peter, siempre anticipándose un paso por delante de Neal, que considera que un ladrón nunca deja de serlo a pesar de los intentos de su mujer Elizabeth (Tiffany Thiessen), traviesa transgresora de convencionalismos, para que relaje la relación.


Mozzie (Willie Garson), íntimo amigo, habilidísimo estafador, excéntrico colaborador e imprescindible cómplice de Neal, está siempre a su lado para lo bueno y para lo malo y aunque convertido en un Pepito Grillo diablillo le reproche una y mil veces haberse cambiado de bando ofrece su ayuda incondicional siempre que se precisa.

Aunque sin duda sea June (Diahann Carroll), la casera, por llamarla de algún modo, de Neal, el papel canalla que resulta más agradecido y que despierta mayor simpatía e interés. Sus puntuales intervenciones hay que celebrarlas por todo lo alto.

Lo mejor de la serie: los personajes; cada uno con personalidad propia, y un papel preciso en el sistema de vasos comunicantes, imprescindible en toda serie, diseñado de tal modo que cuando uno aprieta el otro afloja y se convierten en indispensables para dar coherencia al conjunto.

Es la serie de televisión interrobang en la que se confía menos y se desconfía más. La serie con más promesas rotas y con más suspicacias y resquemores. Voluntariamente ya sea con buena o mala intención, los engaños, deslealtades y traiciones están a la orden del día y le dan ese punto intrigante de no saber cuando se va a hacer lo que se dice que se hará, o si se hace, si es con la finalidad prevista u otra oculta.

En los argumentos hay tiempo para tratar con obras de arte de toda época y factura incluso libros y vinos antiguos. Robos, estafas, fraudes, falsificaciones, contrabando e incluso la búsqueda de un fabuloso tesoro asoman episodio tras episodio dándole una patina cultural a la acción policial como reto para mayor lucimiento de las aptitudes de Neal Caffrey, mientras una subtrama lineal que tiene que ver con el paradero de su novia Kate y la explicación a unos sucesos del pasado mantienen un punto de tensión sostenido que dura las primeras temporadas.

Mientras que la primera temporada los robos, las argucias y los planes para perpetrarlos copan los argumentos, poco a poco en la segunda va tomando una deriva hacia el monotema de un tesoro que en la tercera es manifiesta. Hay ahí un punto de inflexión, el cierre de una etapa y la serie debe reinventarse y coger un nuevo filón, y lo encuentra, en la cuarta temporada centrándose en la infancia de Neal y en querer saber más sobre su familia y sobre todo de su padre. Figura enigmática y estigmatizada policialmente que sigue vivo en algún lugar.

Fórmula combinatoria, guapo canalla con tiempo para delinquir y para el amor y para la amistad, que parece haber tenido éxito y con ello mayor audiencia. Aunque por el camino haya perdido su esencia que tanto prometía para rendirse en una serie de propósito general con un toque glamouroso que para el público europeo resulta de poco voltaje.

Resulta tan simpática y divertida como intrascendente y superficial y ofrece retazos de enorme emotividad y romanticismo que configuran un producto aceptable que garantiza ir a la cama con una sonrisa en el rostro.

En este otoño 2013 su quinta temporada formará parte de la amplia oferta televisiva. Ustedes deciden.