Por cuarta vez desde que finalizara la guerra civil española, el ex inspector de policía Miquel Mascarell retoma clandestinamente su antigua función para enfrentarse a un caso delictivo.
‘Ex inspector’ porque serlo en tiempos del gobierno de la república fue motivo de cese fulminante y detención con cargos sumarísimos por los nuevos dirigentes facciosos y ‘clandestinamente’ porque después de prisión, condena a muerte indultada y trabajos forzados durante ocho años en El valle de los caídos, es persona non grata para todo adicto al régimen autoritario gobernante.
A los ojos de los vencedores sigue siendo un rojo de mierda.
A los ojos de los vencedores sigue siendo un rojo de mierda.
Miquel Mascarell anda recomponiendo su vida; ya no le da miedo vivir, al contrario anhela respirar y comer a diario y sobre todo pasar todo el tiempo que le quede con Patro. Pero esa felicidad le hace daño cuando se compara con los que no lo son felices y sobre todo con los que nunca podrán ya llegar a serlo, ni serlo de nuevo.
De ahí que a la mínima solicitud de ayuda de alguien que a su entender lo merezca, se olvida de su condición de precario, por edad y por ideas, y adopta de nuevo la pose de perdiguero y recorre calles y recoge información. Y si quien lo pide es María Galvany, la hija de su amigo Mateo, tal vez el único que le queda, aún duda menos en cual es su obligación.
Es lunes 30 de mayo de 1949 y Miquel está solo ya que Patro marchó el fin de semana a Tortosa por motivos familiares y no regresa hasta mañana por la noche. Y Quimeta tampoco está. Por lo que sin nadie que le advierta de donde se está metiendo, se zambulle de lleno en esa historia de muerte, interrogatorios, torturas y cárcel que le cuenta María Galvany. Debe hacerlo. Se lo debe a su amigo. Se lo sigue debiendo a él mismo.
Imagen Saberes: ni cautivos ni desarmados |
Y lo que descubre lo deja petrificado: hay un plan para matar a Franco en su trayectoria norte por Las Ramblas desde la estatua de Colón.
Barcelona, y el país en general, están viviendo una paz impuesta, una paz impostada, una pantomima que se aguanta por la sumisión y el miedo.
No hay vida normal, sigue siendo posguerra. Y si en el bando vencedor se sigue odiando a los defensores de la bandera tricolor, es lógico pensar y lícito creer que en el de los perdedores se alimente el mismo odio hacia el bando contrario, y que se desee la muerte de quienes ostentan el poder en la creencia de que sin cabezas los cuerpos no se sostienen. Sin líderes los gobiernos no se aguantan.
No hay vida normal, sigue siendo posguerra. Y si en el bando vencedor se sigue odiando a los defensores de la bandera tricolor, es lógico pensar y lícito creer que en el de los perdedores se alimente el mismo odio hacia el bando contrario, y que se desee la muerte de quienes ostentan el poder en la creencia de que sin cabezas los cuerpos no se sostienen. Sin líderes los gobiernos no se aguantan.
Dos días de Mayo tal vez no tenga tanto punch como las otras tres novelas anteriores, seguramente pesa y condiciona en esta ocasión más que en las anteriores la Historia verdadera, pero tiene más trasfondo social y mantiene la condición de imprescindible. La escritura de Jordi Sierra i Fabra a estas alturas, cuarenta años de profesión, sabe ser fluida y entusiasta y consigue que el interés no se pierda por el camino.
La documentación histórica de los hechos y de los lugares consigue que la ficción sea real y que lo que en ella se cuenta, por proximidad, se pueda vivir en propia piel.
Cada una de las andanzas del último policía republicano activo de Barcelona se han posteado en este blog. Pinchen en cada título para saber más:
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