En el microcosmos que
conforman las calles y tiendas del barrio parísino donde viven y por donde se
mueven la ex comisaria, por jubilación, de la policía francesa Lola Jost y su
amiga americana masajista, por necesidad económica, Ingrid Diesel, también hay
espacio para los misterios.
Como el que representa la
súbita e insospechada desaparición sin indicio alguno del joven Louis Manta, el
lava cabezas de la peluquería senegalesa de Lady Mba. Y como que ésta es amiga
de Maxime y en el restaurante de éste es donde comen y pasan las horas Lola e
Ingrid, pues ya tenemos las razones de que las dos se vean metidas en el asunto
por aquello de hacer favores y ayudar en temas a los que la policía no puede
dedicar ni tiempo ni recursos.
Una investigación en la
que pasan cosas aunque el ritmo no las acompañe. Una investigación en la que
los desaparecidos cuentan más cosas con sus ausencias y sus silencios que los
presentes con su parloteo.
Tras un inicio
relámpago, la novela entra en el letargo de la presentación del argumento;
suerte que pronto introduce a los secundarios que reviven el ritmo y mantienen
mal que bien la novela a flote hasta el final, en que acaba sumergida
bajo el agua. Literalmente.
Dominique Sylvain confecciona la novela como un guiso. Los primeros
ingredientes aportan poco color, poco sabor y olor y no se imagina hacia donde
irá el plato. Es la progresiva incorporación de nuevos ingredientes
(personajes) y sus relaciones entre ellos (especias) lo que va conformando una
imagen distinta de la inicial, más apetitosa y va redondeando el argumento (el
plato servido) hacia un final más propio de una novela de aventuras que de una
novela negra, pero precisamente por eso, resulta novedoso y con sabor a islas
de las especies.
Y son precisamente esos
personajes secundarios, el modo de caracterizarlos y la sabia dosificación al
darles voz y ponerlos en escena gradualmente en el momento adecuado, ni antes
ni después, el verdadero mérito de esta novela.
En Muerte en El Sena, tercera entrega de
la serie protagonizada por Lola e Ingrid, se mantiene ese tono costumbrista
multiracial y colorido que nos es familiar; como también lo son las puyas que
se lanzan las dos protagonistas con un particular pero alegre sentido del humor
en esos diálogos agudos y sarcásticos y como era de esperar las tirantes
relaciones con el comisario actual en el puesto que ocupara Lola. Estamos en
casa.
De nuevo una muestra de
esa novela francesa que le está dando un baño, en el Sena, a los tópicos para mostrar
una cara distinta.
Como una medusa letal: atractiva a la vista y silenciosa al oído.
Aún y así en esta tercera
novela de la serie tiende a caer en los derroteros ambivalentes que ya mostrara
en la segunda entrega, donde la cal y la arena no mantenían la proporción
adecuada, por lo que la capacidad de sorprender y los recursos empleados en
confeccionar un guión novedoso con que deleitara en la primera entrega y
recogiera las mejores expectativas no se encuentran en ésta, aunque se aproxima
más que lo hiciera la segunda.
Las reseñas de las otras
novelas de la serie:
Llevaré cuidao con la cal y la arena pero esta autora me ofrece las suficientes garantías para leerla y tus comenatrios no me la echan hacia atrás.
ResponderEliminarUna abrazo.
Pues a disfrutarla!
EliminarSaludos!