Cierra
los ojos y mira es un ejemplo de esta renovación o quizá
revolución. Poco o nada que ver con lo que sigue siendo habitual en el género.
La historia tiene una evocación a documental, no en vano el
protagonista es un joven periodista idealista; tiene hechuras de thriller evidenciadas
en el ritmo narrativo y los tempos que marcan la evolución de la angustiosa trama
y ahonda en el aspecto más social de la novela negra que es el de la denuncia y
persecución de delitos que, por su magnitud de afectación de seres humanos y su
expansión mundial, son considerados crímenes de lesa humanidad.
Escuchando el fragmentado relato de su vida con el que
Ulises Sánchez entretiene a su hijo Oliver, para hacer más llevadera la espera
de un desenlace del que no da pistas, se nos introduce en un mundo a caballo
entre el espionaje por agentes y el espionaje amateur pero con la misma
finalidad: obtener pruebas para poder juzgar y condenar o en su defecto
denunciar y estigmatizar. La sociedad hará el resto.
Documentar lo que son evidencias parece de Perogrullo pero así
está organizado el juego y cuando se juega hay que respetar las reglas.
Una escultura de gran valor artístico y económico ha sido
sustraída del Museo de Arte Moderno (MoMa) de Nueva York y hay alguien que
puede recuperarla. Ese alguien es Ulises Sánchez, el protagonista, el
periodista, el padre, el espía. El robo abre la novela de forma intrigante y la
cierra con la misma condición, entre medias unas investigaciones con alto
contenido dramático.
Si el argumento ya se aleja del canon criminal, la redacción lo confirma todavía más. Roberto Gallego escribe una historia donde todo es reconocible: amor, ilusión, profesión, paternidad, confianza, amistad, tragedia por este orden aproximado; pero a la vez todo es desconocido y eso se debe a que emplea una narrativa a media voz, de confidencia, que suena bien. O sea mirar más que ver. O lo que es lo mismo mirar con los ojos cerrados.
¿Qué se ve con los ojos cerrados? ¿Qué ve un invidente?
Cierra
los ojos y mira es una novela que, en círculos de lectores
criminales ortodoxos, probablemente coseche indiferencia en la misma medida que
obtendrá el reconocimiento de lectores heterodoxos.
Hay que celebrar que haya autores con obras que busquen
nuevos enfoques, que abran trochas; además emplea un léxico variado donde la
cacofonía no tiene cabida y demuestra un conocimiento de la semántica que hace
de la redacción un placer para la lectura. Más de una firma famosa debería
leerla y aprender.
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