Madriguera es la segunda entrega perteneciente a la serie sobre historias de personajes mafiosos espectacularmente iniciada con la inolvidable La Piel del Oso.
Jóvenes a los que el azar
(maldito sea) pone su destino y su vida en manos de personajes sin escrúpulos
que viven creyendo que sus decisiones son legítimas, inapelables y siempre
correctas.
Jóvenes que tienen miedo de
rebelarse por las consecuencias que puedan tener sus actos pero que ansían
hacerlo para liberarse de la angustia que les produce su inmovilidad.
“Una bala. Aún no se ha inventado nada mejor para decir adiós a los
secretos que nos atormentan”.
Andrea Montale, quince años,
acaba de presenciar, impotente por su condición y atenazado por el miedo, lo
que ninguna persona, pero menos alguien de esa edad, debería ver jamás: como se
rompe su vida en mil pedazos en unos minutos.
Descubre como la orfandad
puede llevar en su condición, el desespero por la vida perdida y la esperanza
por una vida nueva. Con la familia Damiani, Andrea va a iniciarse en el proceso
de convertirse en adulto. Sexo, amor y violencia van a formar parte de esa
transformación y ya no van a abandonarle jamás.
La vida es una sucesión de
actos violentos. Lo que sucede es que se adaptan al entorno, conforman la
cotidianeidad y se entienden tan necesarios que pasan desapercibidos. Como
romper una cascara de almendra para comer su fruto. Una acción inevitable para
obtener un fin y que nadie calificaría de cruel.
Andrea Montale va a crecer en
ese entorno pero en el lado de los que empuñan la piedra y se comen la almendra,
metiéndose, nunca mejor dicho, en la guarida del oso. Vivir en permanente
peligro instrumentalizándolo bajo la premisa de que el honor de la familia fue,
es y será siempre la prioridad que guie sus pasos y los de los demás.
El estilo narrativo de Zidrou (Benoît Drousie), conciso y elocuente, está compuesto de frases que merecen ser citas. Su argumento lineal va cimentando una trama que se lee en distintos niveles y que encierra varias historias en una, capaz de mostrar lo mejor y lo peor de cada ser humano.
Poco más hay que añadir a
alguien con más de setenta guiones publicados con éxito indistintamente del
género narrativo o registro donde se aventure.
Oriol, en esta ocasión y a
diferencia de la anterior entrega La Piel del Oso, opta por un dibujo que emplea manchas de luz, colores
vivos y fuertes, para resaltar las sensaciones que demanda el avance de la
trama y recurre a la deformación controlada de rostros para acentuar las
expresiones.
Pinceladas de impresionismo y
expresionismo ensuciadas con rayones verticales para no olvidar que incluso lo
bello conlleva fealdad en su interior.
Una segunda al mismo alto nivel que la primera, por lo que la recomendación es que si pueden leer las dos no
se conformen con una. Son de una sensibilidad espeluznante.