viernes, 21 de diciembre de 2012

Cuatro días de enero de Jordi Sierra i Fabra

Foto de no_pasaran @fermont1965
¿Existe vida cotidiana en la retaguardia de una guerra? Anormal, pero existe. Subsiste en un puñado de ciudadanos, sombras de cuerpos y caracteres que fueron y que hoy no son.

Se procura mantener la casa limpia, hacer la colada y cocinar lo que se tenga. Los que tienen trabajo acuden puntualmente para no perderlo y estar ocupados para no pensar, los que tienen negocio suben sus persianas y exponen a la vista estanterías más llenas de nada y de vacío que de artículos o productos, las jóvenes que pueden y quieren se ofrecen a cambio de regalos y comida, los ancianos mueren en sus casas o en la calle sin que a nadie importen, los más deambulan angustiados esperando un final de la contienda casi ya más preocupados por que acabe pronto que por el resultado de la misma.

De todos los horrores que ha sido capaz de inventar el ser humano en su incomprensible perverso sentido del humor, la guerra ocupa sino el primero si uno de los lugares más destacados. En una guerra no hay paz.

Y después de la guerra oficial, las ciudades de los ejércitos derrotados sufren otra guerra, más encubierta, más obscura, más malsana. Venganzas y odios estallan y las torturas, las violaciones, los juicios sumarísimos se suceden indiscriminadamente. Caro peaje el del bando perdedor.

Peor que luchar en el mismo frente, donde todo suele acabar muy rápido, está la retaguardia de los vencidos. Día a día sufriendo la paz impuesta por los vencedores.

Juego de palabras que se traduce por:
'Llega España. ¿A qué hora llega?

El comisario Miquel Mascarell, de la Generalitat de Catalunya y bando republicano, observa las dependencias vacías y desoladas en las que ha trabajado los últimos años. Se siente solo, sin más compañía que la tristeza y la melancolía. Sus compañeros, de hecho todo aquel que ha significado algo en el gobierno que se sabe perdedor, han empezado la huída, un exilio forzoso hacia la frontera.

Se oye que las tropas facciosas han cruzado el Ebro y que esto es el fin de la resistencia; es cuestión de días que entren en Barcelona. Una Barcelona disminuida por los incesantes bombardeos de la aviación insurgente. Todo aquel que sabe como las gasta el ejercito victorioso camina, pedalea, o se arrastra hacia una Francia que supone le acogerá como ganador de la derrota.

Reme, una prostituta redimida, acude a la comisaría de policía en busca de ayuda para localizar a su hija, Merche, de 15 años desaparecida desde hace dos días. Y solo está Miquel Mascarell para atenderla. Miquel sufre para no reírse ante lo que significa la sola idea de buscar a una joven guapa de la que no se sabe nada en una ciudad sin más efectivos policiales que él, sin jueces ni letrados, donde los cascotes ocupan solares enteros, donde los muertos de las calles ya no se recogen, donde la gente puede matar por un mendrugo. Donde la juventud es la mejor moneda de cambio.

Miquel que vive con su mujer Quimeta, a quien se la está llevando el cáncer como una bala se llevó hace poco a su hijo Roger en el barro de una trinchera, siente que su compromiso ético le obliga a seguir siendo policía aun cuando no deba explicaciones a nadie y aún sabiendo que permanecer en la ciudad cuando entren las tropas del auto proclamado generalísimo y caudillo puede suponerle la muerte o en el mejor de los casos la perpetua, antesala segura de una tuberculosis final.

Y aún así se decide a seguir la pista de Merche. Aunque sea su último caso.

Cuatro días de enero cala igual que el frío penetra en las entrañas del cuerpo mal protegido para soportarlo, igual que el cuchillo atraviesa el aire. Es una ficción dentro de una crónica veraz de un momento de nuestra historia que no hay que olvidar. No hace tanto que pasó. Quien más quien menos tenemos recuerdos vividos a través de nuestros padres o abuelos. No hace tanto que pasó y aún duele recordarlo.

Jordi Sierra i Fabra afamado novelista, cultivador multigénero, introduce una historia de novela negra en la Historia Negra de nuestro país. Un argumento construido por noticias veraces, testimonios recogidos de supervivientes y de informes y noticias de la época. Un discurso narrado con emotiva frialdad, un recordatorio de lo mucho que perdimos, un aviso para que no vuelva a suceder.

Una vez más, y aunque sea en época de guerra, Jordi Sierra i Fabra nos demuestra que el poderoso tiene poder y que ser quintacolumnista es su modo de recomponer el status perdido. Y que el dinero sigue siendo poderoso caballero.

Es una novela llena de tristeza donde no es difícil que afloren lágrimas al leerla, pero es una magnifica novela, comprometida, creíble, desarrollada en un escenario veraz y llena de carga emocional. Una novela que da voz a los derrotados sin entrar en proclamas políticas maniqueístas pero sin disimular la realidad.

Es la primera de una trilogía, y le siguen Siete días de julio y Cinco días de octubre, próximamente leídas y posteadas en este blog. Si no la conocen léanla y sabrán porque no hay que dejar escapar las otras dos.

Post Scriptum: reseñas de la serie Inspector Mascarell en este blog

1. Cuatro días de enero
2. Siete días de julio
3. Cinco días de octubre
4. Dos días de mayo
5. Seis días de diciembre

viernes, 14 de diciembre de 2012

Un asunto sucio de Marco Vichi

Segunda entrega de la serie protagonizada por el Comisario Bordelli del escritor italiano Marco Vichi (la primera fue comentada aquí y esta tampoco será la última).

Bordelli ha cumplido 54 años, uno más que en su anterior caso, y sigue obsesionado por encontrar su media naranja, lo que a medida que se siente envejecer se le antoja un callejón sin salida y lo hunde más si cabe en su desesperada y no elegida soledad.

Si estás solo serás todo tuyo, si estás acompañado serás tuyo a medias, decía un tal Leonardo’. Claro que ya sabemos que una cosa es estar solo y otra, muy distinta, sentirse solo.

Con Rosa, su Rosina, la que baila en su casa al son de Vecchio frac y para la que sigue siendo su osito hay más que amistad, hay complicidad, pero él sabe que esta hermosa relación no es más que un paño caliente sin solución de futuro.

Al igual que sus balsámicos ratos en casa de Rosa le ayuda a equilibrar sus biorritmos, encuentra también soporte moral en la trattoria De Cesare donde los mediodía que puede, acude para saborear la cocina y la compañía de Totó (pollo frito y alcachofas fritas, una de sus especialidades).

Su profunda humanidad impide que las redadas entre miserables acaben con los calabozos llenos y de ahí que tantas gentes como Casimiro o El Santo le agradezcan su gesto como buenamente pueden: facilitándole información.

Sus confidentes lo son por simpatía no por extorsión, ni coacción bajo amenaza.

Casimiro se ha topado con un muerto en el olivar de Fiesole, cerca de la finca alquilada por el barón Von Hauser, y no pierde un instante en contárselo a Bordelli quien corre para allá para averiguar más; prácticamente en paralelo se encuentra otro cuerpo, este en el parque del Ventaglio, un crimen sumamente atroz y las investigaciones de uno y otro caso absorben el tiempo y los pensamientos de Bordelli lo suficiente como para dejar de lamentarse por su soledad, al menos por unos días.

Las ansias de matar son atávicas y tienen su raíz en lo más profundo de la naturaleza primitiva del ser humano, en aquel oscuro cuarto que guarda el recuerdo de cuando aún se andaba a cuatro patas y matar o morir formaba parte de la supervivencia. La vida en sociedad ha cerrado la puerta a esa estancia pero hay personas que consiguen entrar y cuando salen, ya no son personas son sus ancestros.

Un asunto sucio transcurre en una Florencia hivernal y lluviosa, más allá de lo sorportable para no estar de los nervios. Bordelli y Piras deberán atar cabos para entender y resolver unos casos que no están tan desvinculados como en una primera impresión pudiera parecer. A veces una copa de cognac De Maricourt puede ayudar a entender mejor la vida y también la muerte.

Las novelas de este comisario son una sinfonía de sabores. Nos gusta Bordelli. Nos lo pasamos bien con él. Es carismático, paciente, para nada petulante y tiene unos amigos estupendos.

También les gusta a los cómplices de Calibre 38 que en su viaje literario han hecho escala en Florencia para tomarse una grappa casera con Piras y charlar de los viejos tiempos. Compartan su viaje y su grappa aquí.

Post scriptum, la tercera de la serie ya está reseñada El recién llegado

jueves, 6 de diciembre de 2012

El susurro del diablo de Miyuki Miyabe

El susurro del diablo no es como el susurro humano; es un grito ahogado, sordo, que tiene el maléfico poder de quebrar voluntades. Quien lo oye ya no vuelve a ser quien era. E incluso puede llegar a dejar de ser. Simplemente.

¿Puede una muerte ser a la vez un accidente, un suicidio y un asesinato? Todo depende de quien observe los hechos y de la conclusión que saque. Y los hechos son muertes. De chicas jóvenes, en Tokio.

Mamoru, un joven huérfano de 16 años que vive con sus tíos y una prima, resulta elegido por el azar y las circunstancias para erigirse en el encargado de averiguar que se esconde tras esas muertes y evitar que haya más. No hay policía, no hay detective privado, no hay abogado justiciero. Solo un muchacho con una gran voluntad que intentando limpiar el honor de su tío taxista e intentando ayudar a su jefe en los almacenes donde trabaja a jornada parcial, no solo descubrirá una cadena de horrores y unas ilegales y peligrosas manipulaciones sensoriales sino que además y a la postre conocerá circunstancias desconocidas de su orfandad.

Cruce de argumentos sin uno claramente principal que se enriquecen mutuamente y se complementan para explicarse en un todo.

El susurro del diablo (1989) es prácticamente narrativa juvenil no solo por la edad de los protagonistas y por las situaciones cotidianas que viven y les preocupan, sino por el tratamiento de suspense cercano al terror psicológico habitual de los filmes japoneses que desde entonces copan los festivales cinematográficos de género. Pero es narrativa para adultos, a los que critica mantenerse fieles a unos principios caducos, a unos códigos rancios y ser insensibles a las necesidades de los jóvenes por ignorancia y falta de comunicación aducida erróneamente a la diferencia generacional y a la inadaptación al sistema.

Pero sea para un público o para todos no deja de ser novela negra. La novela negra japonesa, no nos cansaremos de recordarlo, es distinta. Lo negro no está en lo extraordinario ni en lo escabroso, lo negro está en lo cotidiano. Por eso es tan visceral. Y por eso da miedo. Como sus películas de terror.

En las páginas de El susurro del diablo encontramos una crítica social a un sistema de educación escolar muy exigente en su apariencia, en su forma, en su proyección social pero descuidada en su fondo y en su trato humano, aunque luego el arrepentimiento no deje dormir. Una crítica a primar la obtención del deseo y el capricho anteponiéndola a ser íntegro, a ser honesto, aunque luego la vergüenza corroa hasta el hueso. Una crítica al mercantilismo de las empresas en las que la cuenta de resultados justifica cualquier decisión aunque luego el remordimiento conduzca a actos desesperados.


Honor en el taxista, lealtad en el jefe de almacenes, culpabilidad en un profesor, perdón en un compañero de clase, vergüenza en un alto ejecutivo: los pilares de la cultura japonesa en entredicho. Herencia feudal frontalmente enfrentada a su mundial liderazgo tecnológico.

El protagonismo femenino es total, en las jóvenes muertas, en la madre de Mamoru, en su tía y prima...y que su deseo de emancipación sigue siendo una asignatura pendiente en Japón. Las mujeres que Miyabe dibuja tan bien, son jóvenes inquietas a las que el traje virtual de geisha no deja respirar de ahí que confundan sus necesidades con sus deseos y en consecuencia no se cuestionen los medios para su obtención.

Miyuki Miyabe es una escritora capaz de explicar del modo más natural actos cuya naturaleza no entendemos. En su estilo rechaza los toques de efecto gratuitos y los fuegos de artificio y escribe desde la racionalidad, de tal forma que son sus personajes quienes escriben la historia y la Historia los juzgará. Su planteamiento es sobrio, hasta el exceso de echar en falta algo más de emotividad pero no por ello deja de ser intenso.

Demostrar sentimientos es algo mal visto y el que dirán hace que la procesión vaya por dentro, por eso Miyabe no se inmiscuye en los actos de sus personajes ni en sus razones o justificaciones que deja, discretamente, a disposición del público. Por eso no clasifica malos y buenos: hay personas y hay actos.

¿Quien merece castigo: el culpable o la víctima? Respuesta obvia, ¿o no? En esta novela todos son culpables y todos son víctimas. Allá cada lector/a con su concepto de bien y mal y con lo que esté dispuesto a entender y aceptar.

Miyabe tiene más libros como este, no son novelas de género sino que usan al género para ser novelas, y esta lectura deja con ganas de conocerlos. Próximamente en este blog.

Hay más novelas japonesas posteadas en el blog. Utilice el buscador de la columna de la derecha con la palabra japonesa para verlas.

Post scriptum: pinchen para leer la reseña de otra de sus personalísimas novelas R.P.G Juego de rol


sábado, 1 de diciembre de 2012

El comisario Bordelli de Marco Vichi

Bordelli siempre sabe como salvar a la gente de su destino, ejerce la acción adecuada y concede el gesto necesario. Ve con meridiana claridad lo que hay que hacer en cada momento, pero ¿a él quien lo salva?
No es que haya desperdiciado trenes es que cuando ha ido a la estación no ha esperado el tiempo necesario y ahora con 53 años cumplidos y sin pareja se encuentra más que solo y esto empieza a aterrarlo.
Tiene amigos, muchos y variopintos, y organiza cenas en las que invita a nuevos conocidos y en donde la felicidad del grupo le sirve de vacuna para soportar unos días más pero nada quita que desee encontrar a la que haya de ser la mujer de su vida y pueda formar una familia. También tiene familia: su tía Camila, su tío Franco y su primo Rodrigo con quien se lleva de pena pero sus visitas nos regalan hilarantes momentos.
Bordelli fuma para respirar, si lo dejara no sabría como inhalar aire sin inspirar humo, conduce un escarabajo, come cada día fuera de casa, o mal o en la trattoria De Cesare donde Totó tanto le improvisa una Panzanella como un  Bacalao a la Livornesa.
Y como buen italiano tiene paladar para la comida y para el vino y tiene ojo para el arte, distingue a simple vista obras de Fattori, Segantini, Nomellini, Ghiglia y más y acaba de descubrir que el DDT es más peligroso que dejarse comer por los mosquitos por lo que opta pasar las noches rascándose.
Bordelli se encuentra mejor y más a gusto con raterillos de poca monta, que solo roban para continuar viviendo, y con genios incomprendidos y solitarios, como él, que con los políticos, con todo aquel que detente poder. Los que deciden sobre la vida de los demás sin importarles la opinión de quienes dicen ayudar no merecen su crédito. Bordelli juega según sus propias reglas aprendidas hace mucho tiempo cuando luchó en el frente.
La guerra le ha enseñado a ser como es: solidario, justo y agradecido. En ella descubrió que los nazis no eran sino personas, jóvenes como él, a quienes les habían encasquetado un uniforme y los habían abandonado en tierra hostil. En la guerra mató pero aprendió a respetar la vida y su última víctima, la número 37, en 1945, un joven prácticamente de su edad, le enseñó que la muerte es el fin de todo y que por eso hay que vivir el momento.

El comisario Bordelli es una novela ambientada en Florencia en 1963, en un agosto de calor sofocante en donde el aire no corre por no sudar. En donde la noche cae despacio, para no cansarse, sobre la estructura del Ponte Vecchio, Bordelli debe encargarse de esclarecer la muerte de una señora en su señorial villa del siglo XVII y en el transcurso de la investigación se irán entrecruzando recuerdos y personajes que irán explicando la naturaleza humana del policía que empieza siendo comisario y acaba siendo comisario jefe. Algo que sus colaboradores Mugnai y, el nuevo, Piras, el sardo, no notan por su manifiesta humildad.

Marco Vichi, el autor, de esta saga de novelas, nos propone una lectura refrescante, a pesar del inmenso calor que describe, por su tratamiento humanista, por sus apuntes surrealistas, la conversación con Aldo Affumicato sin ir más lejos y por su sencillez narrativa. Una vez más una buena novela negra se mide por la grandeza de sus personajes.
Solo pedimos dos cosas:
Que en la próxima reencarnación tengamos un despertar sexual con la complicidad de Annina y que, por favor, en la próxima cena, Bordelli nos guarde una silla que permita acomodarnos al lado de Diotivede, forense en activo de 70 años; del Botta, ladrón y cocinero; de Fabiani, psicoanalista melancólico; de Cana, ladronzuelo de poca monta; de Dante, inventor y amaestrador de ratones y de Piras, el agente novato y anti tabaco total, y que podamos oír sus charlas entre humo, Chianti y comida turca.

Receta de la Panzanella, pan ensalada, plato frío de la Toscana:
Pan troceado y acompañado de cebolla y tomate todo bien aliñado con aceite de oliva, vinagre, sal, pimienta y hojas de albahaca.
También se puede añadir lechuga, alcaparras, anchoas, cebolla, pepino, atún, zanahoria, apio...

Post scriptum: otras novelas de la serie en este mismo blog

3. El recién llegado

viernes, 23 de noviembre de 2012

enCrudo 4 y San Martín

enCrudo es el fanzine en papel cuando el mundo orbita en digital.

Es una ventana abierta del revés al mundo de la astronomía gástrica, también conocido como gastronomía, que abrieron Yanet Acosta y Jacobo Jaco Gavira  hace ya algún anuario y que no cierran para que podamos seguir disfrutando de digestiones a medida.

El enCrudo número 4 está ya servido en mesa. En su menú hay como siempre un poco de todo, siempre bueno o mejor y con ese especial toque canalla que lo distingue de otros menús de tres al cuarto.

En este número, Interrobang incluye una receta presentada en forma de relato corto.

Espero que se diviertan preparándola y aún más comiéndosela (no olviden el toque del vino durante el proceso de elaboración para coger el punto).

Y por si no les llega el enCrudo en mano, hela aquí:


SAN MARTÍN

Hoy es 11 de noviembre y es mi santo y he decidido regalarme una cena especial.

Recién duchado, vestido con chinos y un polo y con una agradable sensación de limpio y de estrenar piel, empiezo a pelar y cortar la cebolla en juliana. Al acabar dedico unos segundos a limpiar el cuchillo bajo el chorro del grifo y a secarme las lágrimas, será que las cebollas me vuelven nostálgico. Sensible que es uno.

Luego, mientras el aceite va calentándose, levanto la copa y observo a contraluz el perfecto color dorado brillante y luminoso del sauternes. Y lo saboreo. No estoy solo, Chet Baker me acompaña pero el no bebe, está bastante ocupado soplando con Funny Valentine.

Cuando la sartén me reclama la cebolla, la dejo caer en cascada desde la tabla; translucida a la luz halógena se funde en un abrazo crepitoso con el aceite. Se aman, pienso. Hay amores que matan, constato.

Bajo la intensidad del fuego, persigo un sofrito y no un refrito, y le doy un par de meneos con la cuchara y un par de sacudidas a la sartén.

Otro largo beso al vino y ataco al puerro.

Primero la cabellera, luego la cola y por último un corte longitudinal que me ha de permitir despreciar un par de capas y retirar cualquier rastro de tierra que pudiera contener. Limpio y dispuesto al sacrificio lo voy cercenando en delgados círculos concéntricos que amontono en un plato.

Otra sartén, esta con una cucharada de mantequilla, recibe los aros de puerro y los remuevo con suficiente delicadeza como para que se separen unos de otros sin romperse. Los necesito enteros. Anillos de blando compromiso.

Servidos ya los dos dedos de rigor en la vacía copa, me entretengo haciendo malabares con tres manzanas de verde refulgente que hubiera envidiado la mismísima malvada reina del cuento, aunque las prefiriera rojas.

Son ecológicas y de confianza por lo que solo tengo que lavarlas y poder así mantener la belleza cromática i la riqueza organoléptica de su piel.

Elijo entre las herramientas la más adecuada y les arranco el corazón a las tres. Una detrás de otra. Y deposito bálsamo reparador de heridas en forma de unas gotas de zumo de limón para evitar el oscurecimiento prematuro que pudiera dejar la incisión.

Termino el vino de la copa, no fuera a calentarse, y afilo el cuchillo contra la piedra. Y lo dejo al lado de la tabla de cortar, listo para enfrentarse al ritual sacrificador al que ya está acostumbrado. De hecho un cuchillo tiene claro cual es su destino: estar  siempre inhiesto y mojar muy poco, no como su prima la promiscua cuchara.

Añado un pellizco de sal al puerro. Otro a la cebolla y algo más de azúcar moreno, endulzándole caritativamente los últimos estertores, luego un chorrito de PX y controlo la última fase de la cocción para no pasarme bajando la potencia de los dos fuegos.

En un cazo caliento tibiamente agua y azúcar y pasó una a una y por las dos caras las rodajas de manzana que acabo de cortar, hasta que salen pejagosas.
 
Un toque de canela para la base de cebolla y un toque de jengibre para la base del puerro. Toques personales. De conocedor.

Y ahora a emplatar: rodaja de manzana de abajo, capa de cebolla y rodaja de foie con cristales de sal gris; nueva rodaja de manzana, ahora con base de puerro y de nuevo foie, y así hasta terminar la manzana como si estuviera intacta. Y hasta terminar las tres. Quedan de muerte.

Si los grandes cocineros presumen de deconstrucción yo me siento el rey al terminar mi reconstrucción.

Y para acabar abro el arcón congelador y extraigo una pelota sintiendo el escalofrío del gélido vapor que huye ingrávido e intangible. Dejo el paquete sobre el mármol y lo desenvuelvo con cuidado. No siento azoramiento alguno por la vista que se ofrece a mis ojos en aquel strip tease de capas de film cual velos de danzarina oriental.

Encajo cuidadosamente la manzana en su oquedad natural como con los cerdos servidos en la edad media y me felicito por la artística presentación del plato que llevo presto a la mesa pues mi mujer está a punto de llegar y quiero que vea su comida preferida: manzana con cebolla caramelizada y foie, sabiendo que le provocará un shock emocional.

Me apoyo en un ángulo del comedor brindando al aire con el sauternes y sosteniendo la compacta cámara digital para inmortalizar su expresión.

Oigo el tintinear de las llaves y el grito que sigue al abrir la puerta. No hay duda de que está apreciando la nueva decoración del recibidor, otro grito, este en sordina, ahogado con la mano. Un tercer grito entrecortado con mi nombre: “Martín ¿estás ahí?”

Con tal que no resbale con la sangre me conformo. El taconeo tambaleante se va acercando y de repente aparece.

Y junto a la cesta del pan, los relucientes cubiertos y las centelleantes copas a la intimidad de las velas, ve la cabeza de su amante, sobre el plato de fina porcelana, mirándola con ciegos ojos bien abiertos y con la deliciosa manzana con foie que constituye una de sus comidas preferidas, en la boca.

El flash inmortaliza el momento en que cae desmayada sobre el parquet. Cuando le advertí que celebraría mi santo con invitados me guardé mucho de darle ninguna pista.

Quería que su sorpresa fuera total. Y es que a todo cerdo le llega su San Martín.

Interrobang