miércoles, 6 de marzo de 2013

Contra las cuerdas de Susana Hernández

El infierno está en la Tierra y el cielo, en ninguna parte

En las novelas de Susana Hernández la contundencia empieza ya en el título, si en la primera nos arrimábamos a Curvas peligrosas (comentada aquí)  en esta segunda nos lanza despiadadamente Contra las cuerdas.

Efectividad en la elección del título y efectividad en una novela en la que la escritura es ágil y directa, donde la habilidosa autora le cose a la gran capa negra, áspera y criminal del argumento un forro rojo de satén con destellos de sensualidad y sexualidad que levanta todo tipo de pasiones.

Un asesino y violador de escalofriante modus operandi y aparentemente contradictorio perfil, bautizado como ‘El violador del cuchillo’, jamonero por más señas, está moviéndose impunemente en Barcelona y el litoral tarragonés y su identificación y captura pasa, inevitablemente, de ser algo inherente al quehacer cotidiano de la policía a ser algo personal de las dos subinspectoras por la implicación emocional que les despierta sus crueles ataques.

La joven, impulsiva, grunge y con aún púberes hormonas descontroladas, Rebeca Santana y, la madura, insatisfecha, cariñosa, responsable y con deslices humanos tan necesarios como vitales, Miriam Vázquez, son las subinspectoras protagonistas de Curvas peligrosas  y ahora de Contra las cuerdas.

Ambas se consolidan en esta nueva entrega y sus personajes mejoran enriquecidos con nuevos matices, más humanizadas si cabe y más encajadas en el medio totalmente acorde con la trama, a su vez más compleja, más trabajada y mejor trenzada, donde el ritmo narrativo va subiendo la tensión sin necesidad de recurrir a fuegos de artificio.

Las historias personales de cada una, sumadas a las magníficas historias personales de cada uno de los otros protagonistas (la madre de Rebeca, su abuelo, Malena, pasión y amor todo en uno, Vero la hija de Miriam, Terim, algo más que un masajista, los compañeros de jefatura, la jefa interina Yolanda Barrios, un acosador anónimo, antiguos conocidos, las víctimas...) conforman un habilidoso relato donde las emociones y los sentimientos explotan como piñatas llenando de colores cada página, lo que la convierte en novela negra humanista.

Rebeca Santana desnuda su alma de mujer presa entre tanta contradicción de convicciones. Tan pronto se siente pequeña, como cuando toma un vaso de leche con Cola-Cao con galletas María y juega a películas con su abuelo, tan pronto perdida como cuando siente que para disfrutar del amor de su vida basta con alargar su mano sino fuera porque la siente cosida al costado por puntadas de orgullo; tan pronto enfurismada cuando descubre lo sucedido a su Heritage Classic; tan pronto desconcertada por la compleja evolución en la relación con su madre; tan pronto débil y vulnerable cuando sufre por sus amigas...

Este crisol de sentimientos se sucede a ritmo trepidante y entre mezclado como las diferentes situaciones de la novela que no dan ni un momento de respiro.

Susana Hernández convence con sus argumentos, con sus diálogos y sus notas de humor inteligente. Novela negra nuestra, mediterránea, fresca, de lo mejor del mercado, que está poniendo Contra las cuerdas, a las novelas congeladas que vienen del norte. Chiste fácil, lo acepto, pero es bueno porque es verdad.

La autora despide la novela cerrando algunas puertas y entornando otras, cegando algunas ventanas al bajar sus persianas y dejando el resto sin tan solo correr las cortinas. Está claro que ya sabe por donde va a evolucionar la serie y seguro que va a sorprendernos de nuevo muy pronto. Solo le pedimos que vigile con esos brotes best sellerianos que inevitablemente tientan a todo rosal y que un buen jardinero ha de podar sin mostrar ni la más mínima duda.

Susana Hernández ha estrenado nuevo blog dedicado a la novela negra hace poco. Aquí la encontrarán: Black Club

viernes, 1 de marzo de 2013

Sábado de Gloria de David Serafín

La novela transcurre en Madrid y en tiempo real desde el domingo de ramos 3 de abril hasta el viernes santo 8 de abril de 1977.

Durante la época llamada transición política: periodo comprendido entre la muerte de Franco y las primeras elecciones democráticas. Meses después del vil asesinato de unos abogados laboralistas en la conocida Matanza de Atocha.

Un día antes de la legalización, entre otros, del Partido Comunista de España.

En estos cinco días se decide no solo la resolución de un caso criminal sino tal vez algo más.

Una semana santa llena de sufrimiento y arrepentimiento como marcan los cánones.

El comisario de la Dirección General de Seguridad (DGS) Luis Bernal, un individuo de rutina aparentemente anodina y penoso matrimonio, va encontrarse con un caso en las manos que no solo va a poner en jaque su propia vida sino que va a ensombrecer el crecimiento político y social de una España que, recién muerto Franco, está desperezándose del coma inducido por las consignas del Movimiento e intenta adaptarse a los nuevos tiempos buscando a la vez el reconocimiento del mundo libre.

Es una época bien llamada de transición; donde el miedo todavía puede a la mayoría, donde grupos aparentemente incontrolados, pero bien conocidos y alentados por el poder establecido, destrozan librerías, ateneos y lugares de encuentro de intelectuales, despachos de sindicatos y golpean y acongojan a jóvenes estudiantes cuyo pecado es llevar el pelo largo o tocar una guitarra sentados en un parque. La transición fue una breve parada en el paraíso para matones y sicarios de la extrema derecha.

El comisario Luis Bernal es un policia honrado que persigue cumplir con su trabajo stricto sensu; es lo que en el argot de la DGS se conoce como un profesionalista o sea un policia de oficio frente a los conocidos como militaristas que no dejan de ser ex militares y adictos al anterior régimen que ocupan cargos para conseguir que con los cambios todo se mantenga igual.

Está cercano a los sesenta, rostro con cierto parecido al del fallecido dictador, sufre su vida de casado, con Eugenia, en silencio, tiene dos hijos Santiago y Diego y busca su realización como persona desayunando solo en el bar de Félix, escuchando Manon de Massenet, entre otras piezas de opera, y pasando tardes lúdicas en un piso que tiene alquilado de incógnito.

Y en estas estamos cuando le cae un caso del cielo. Bueno del cielo exactamente no, de un bloque de pisos.

Santos ha caído del balcón de su piso y junto a su cuerpo inerte y de ángulo imposible se hallan también sus dos zapatos. ¿Que suicida se tira con los zapatos en la mano? ¿o a que suicida se le caen los zapatos durante la caída?.

Quienes querrían cerrar el caso etiquetándolo de suicidio les ha salido un Bernal respondón que fiándose de sus instintos inicia una investigación, con su fiel equipo de profesionales integros, que demuestra lo acertado de la decisión y a la vez lo peligroso de la misma.

David Serafín, el autor, seudónimo empleado por el galés Ian Michael, busca a través de un caso criminal dar salida a la luz las oscuras turbulencias que tuvieron lugar en esa etapa de una España que tenía que dejar de ser un latifundio y lo hace cogiendo a una Madrid que retrata con cariño y conocimiento de causa sin caer en la nostalgia, solo retratando lugares y gentes como si fuera un reportaje para la posteridad.

Luís Bernal se convierte a nuestros ojos en un héroe anónimo, uno de tantos sin los que la transición hubiera naufragado y hoy quien sabe donde estaríamos.

Sábado de gloria es una buena novela negra. Léanla. Y luego hagan como yo, procúrense la siguiente de este comisario y de este autor, ya que por suerte hay toda una serie.

domingo, 24 de febrero de 2013

Cinco días de octubre de Jordi Sierra i Fabra


 En Cinco días de octubre de 1948, un año después de lo ocurrido en la anterior novela Siete días de Julio de 1947, nos encontramos al ex-inspector Miquel Mascarell Folch viviendo un sueño real: una nueva convivencia marital, sin papeles, pero en perfecta armonía y bajo el influjo de un amor verdadero.

Esta situación le hace feliz pero débil, pues ahora su pareja es su talón de Aquiles. De ahí que cuando Benigno Sáez se presente en su domicilio, el miedo a la pérdida de esta sensación recuperada, que no tanto a la pérdida de la propia vida, vuelve a aparecer reviviendo terribles y amargos recuerdos.

Benigno Sáez es un rico, poderoso, influyente, y por todo ello triplemente peligroso, hombre de negocios amparado por el nuevo régimen dictatorial, por si eso no fuera ya suficiente peligro. Le encarga a Miquel Mascarell, a quien conociera profesionalmente años atrás cuando este aún fuera inspector, la búsqueda y localización del lugar donde pueda estar enterrado, perdido en algún lugar de la gran Barcelona, su sobrino asesinado por un anarquista en la madrugada de la guerra.


La hermana de Benigno acaba de fallecer y le ha arrancado la promesa de que sus restos reposaran con los de su hijo, y Benigno Sáez es hombre de palabra por lo que tan inusual encargo recae en los frágiles hombros del viejo inspector republicano. Sin posibilidad de elección.

Es lunes, 11 de octubre de 1948, un día antes de la celebración de la Festividad de la Raza.

Han pasado nueve años desde el final de la guerra, eso que algunos aún se empeñan en seguir llamando contienda o cruzada, y esa España cerrada a todo y a todos, no reconocida por la diplomacia mundial, se ha convertido en el culo de Europa. Han pasado nueve años y parece no haber cambiado nada desde entonces, o en todo caso, para muchos, a peor.

El miedo sigue presente ante el desconocido que pregunta, ante la llamada a la puerta en horas intempestivas, ante una mirada escrutadora aunque sea desde el otro lado de la calle. Cada hogar ha vivido su propia tragedia y la guarda en el recogimiento y bajo el deseo de no revivirla.

Jamás.

Miquel Mascarell Folch, sesenta y cinco años cumplidos, es un testimonio vivo de la verdad en contraposición a la crónica de los vencedores escrita con la sangre de los vencidos, exacerbada y ensuciada de mentiras. Con su tenacidad y buen hacer inicia una investigación titubeante que pronto destapa intenciones ocultas y viles. Sabe que debe resolver este caso, que la vida de su pareja, a uno de cumplir los treinta, y la suya, y su felicidad y su futuro, dependen de ello. Y habla con Quimeta para que le de fuerzas y argumentos para no desfallecer.


Cárcel Modelo
Quimeta encarna su yo más lúcido, su asidero para adaptarse a este presente que no reconoce, para aceptar esa felicidad que cree no merecer, para no rebelarse a pecho descubierto a esa paz impuesta, a ese temor damocliano, para no ver esas fachadas grabadas a sangre y fuego con el yugo y las flechas y el rostro del generalísimo, a esas proclamas que anulan la individualidad.

El argumento rico en giros, desgrana con tensión el detalle de cada avance en la investigación, el trasfondo de la vida real. Las calles que han sido rebautizadas con soberbia con los nombres de los vencedores, deseosos de anular cualquier recuerdo que pueda encender un rescoldo, los cines que pasan glosas al dictador, los bares donde con dinero se come bien aunque haya racionamiento impuesto a la mayoría, pero exento para los partidarios del régimen.


En las calles solo hablan los franquistas, los militares y los curas, el resto susurra sin detener el paso. En las cárceles se hacinan los pensadores cuando antes solo había delincuentes. Y mientras entre los árboles de Collserola y del Tibidabo se reorganizan los maquis (pinchen aquí para conocer mejor este colectivo)  dispuestos a morir antes que doblegarse, los juicios sumarísimos siguen con sus descargas al alba.

La novela Cinco días de octubre (1948) cierra la trilogía original, iniciada con Cuatro días de enero (1939)  y seguida de Siete días de julio  (1947) ya comentadas anteriormente, a la que ya se va a sumar, afortunadamente, una cuarta entrega Dos días de mayo (1949), y lo hace con la brillantez con la que iniciara este recorrido por la memoria histórica. Esta memoria distorsionada en los libros de texto (¡que wertguenza!)


Aunque incomode el recuerdo, aunque duela, aunque siga provocando lagrimas, el conjunto de estas novelas no puede ser más redondo y alcanza por méritos propios, de calidad literaria y de tensión narrativa, el que se identifique como lectura de género imprescindible.

Jordi Sierra i Fabra ha novelado de forma magistral y en negro nuestra historia más negra. No pueden dejar de leerlas.


Post Scriptum: reseñas de la serie Inspector Mascarell en este blog

1. Cuatro días de enero
2. Siete días de julio
3. Cinco días de octubre
4. Dos días de mayo

5. Seis días de diciembre


lunes, 18 de febrero de 2013

Siete días de julio de Jordi Sierra i Fabra



En Siete días de julio de 1947, Miquel Mascarell Folch, el que fuera inspector de policia en tiempos del Gobierno de la República, regresa a Barcelona indultado después de trabajar en el panteón faraónico del Valle de los Caídos para rescindir su causa penal, afortunada convalidación de la pena de muerte que se dictara en su juicio.

Es domingo 20 de julio y al pisar la Estación de Francia se siente como un niño por recobrar aquel pasado que es lo único que lo ata a la vida. A una nueva vida con la que tendrá que aprender a convivir. Como si hubiera vuelto de un coma, pero sin la gracia del olvido. Adaptarse a otro ritmo, a una ciudad que es la suya pero que no le reconoce a él como propio.


Han pasado ocho años y medio, ha cumplido sesenta y tres, durante los que despertar cada día era una bendición y un castigo. Una ilusión y un miedo. Pero por suerte tiene a Quimeta, omnipresente en cada segundo, suerte de su optimismo y de su capacidad de insuflar aliento. Por ella y por todo lo arrebatado vale la pena seguir vivo solo para poder seguir luchando y suponer que su hermano si consiguió la libertad en el exilio.

Tiempos de cartilla de racionamiento, de estraperlo, de picaresca, de comulgar con ruedas de molino. Tiempos de hablar en catalán en casa, en familia, a oscuras y en susurros: no hablar en cristiano es uno de los peores insultos al esfuerzo del Generalísimo por normalizar Catalunya.

Miquel Mascarell Folch se instala en la humilde pero limpia Pensión Rosa de la Calle Hospital, una travesía de Las Ramblas, en una habitación que da a la calle, la número 9, su nuevo hogar.

En su reconocimiento de la ciudad observa como ésta, aún cautiva conserva su dignidad; como sus habitantes. Y se sorprende de como esos Topolinos se han adueñado del asfalto. Y como han vestido la prensa con nuevos trajes, así  La Vanguardia, antes Diario al servicio de la democracia, ahora es La Vanguardia Española.

Y cumple con sus formalidades de preso reinsertado: con las dictaduras no hay dialogo posible y cualquier osadía se paga carísima. Pero aún y así, ese punto de honor que se logra sustraer a tanta barbarie, impele a Miquel a que juegue sus cartas bajo mano y que se lance a resolver un caso que sin saber donde lo conducirá deduce que lo pondrá en situación de enjuiciamiento criminal a poco que alguien lo descubra.

Supone que una ocupación le entretendrá y le dará un aire ocupado a su deambular callejero, suficiente para engañar la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes: sueltan a los presos republicanos, luego nadie les da trabajo, por su edad y su condición, y los vuelven a detener; el juego del gato y el ratón, hasta que al gato se le va la mano y el ratón pierde el juego.

Cuando a sus manos llega un sobre que contiene la foto de una preciosa joven, un fajo abundante de dinero, un nombre: Parador del Hidalgo, y un reto “¿Quiere volver a sentirse policía?”, bastan y sobran para despertar ese prurito de quien fuera uno de los mejores investigadores de Barcelona.

Y el revivido inspector Mascarell, pone en marcha sus habilidades y sus virtudes para darle sentido a este caso en el que una agradable sorpresa es toparse de nuevo con Patro Quintana. La trama policial ha lanzado sus redes y acaba pescando. Aunque tal vez no sea la pieza prevista, no hay duda de que es una buena pieza.

Si Jordi Sierra i Fabra, el autor de esta magnífica serie, nos dejaba en Cuatro días de enero
de 1939 con un ay en el corazón y con lágrimas de tristeza, de solidaridad, de rabia y de impotencia, pero con ganas de más de leer más y de saber más, Siete días de julio de 1947 colma esas ansias y concluye con un halo de esperanza quizás por que los lectores de ahora sabemos algo que no sabían entonces: que incluso lo malo también se acaba, aunque se tarden unas decenas de años y que en nuestra memoria nunca los olvidaremos.

Ahora a por la tercera. Sin dudarlo.


Post Scriptum: reseñas de la serie Inspector Mascarell en este blog

1. Cuatro días de enero
2. Siete días de julio
3. Cinco días de octubre
4. Dos días de mayo
5. Seis días de diciembre


martes, 12 de febrero de 2013

La cocina del infierno


La cocina del infierno (Hells’ kitchen) es un cómic que usa las vivencias del joven Anthony Poucet locamente enamorado de Anne como larga línea argumental para explayarse en el mercadeo ilegal, la ley seca, la trata de mujeres, la corrupción política y policial y la lucha de clanes mafiosos para obtener el poder y el control en una New York y una América en crecimiento económico y por extensión, en posicionamiento mundial. Romanticismo en medio del más absoluto desprecio por los ideales.

Estamos en 1931 y mientras los rascacielos de Manhattan apuntan cada vez más alto, hacia el cielo puro y azul símbolo de gloria, generando riqueza a los habilidosos negociantes, los bajos fondos caen aún más bajo si cabe con sus turbios negocios como oscuros e insanos son sus lugares de encuentro y mercadeo.


Hell’s kitchen (la cocina del infierno) es el barrio más peor de Manhattan. En el midtown, voreando al río Hudson (en el mapa es el recuadro azul cielo a la izquierda).

Si en el infierno se pasa mal imagínense lo que debe ser estar en su cocina.

Es el feudo de los pelirrojos irlandeses, los patricios, en oposición a Little Italy, con los macarroni traficantes de armas y alcohol y Chinatown con los chop swey proveedores de todo tipo de estupefacientes y prostitución.

Estamos en plena época gangster, en la época en que sicarios a sueldo liquidan sus encargos a balazos, en la época en que muchos policías miran hacia otro lado y en la que los dirigentes de estamentos públicos han sido comprados a base de explotar y satisfacer sus oscuras debilidades humanas.

Todo atado y bien atado hasta que un asesinato involuntario y gratuito en una panadería de una honrada familia italiana lo desata todo y actúa de acelerante para que el fuego salte de la cocina a la calle y se propague con enorme virulencia dejando atrás New York para llegar hasta la mismísima Chicago, capital industrial por excelencia.

Hard boiled repleto de personajes carismáticos como el Ogro, 2B, el Sastre, Capone, Big B, el Gato, Elliot Ness y sus Intocables, fantasía y realidad, imaginación e historia para dar credibilidad al argumento del guionista Damien Marie.

El dibujo es de Karl T. de factura europea, sin ser línea clara, es limpio y conciso, no cambia prácticamente de plano pero da respuesta a las exigencias del guión, aunque se agradecería más creatividad, mayor expresividad. Aúnque cuida muy bien la ambientación, el vestuario, los vehículos y las armas que son los elementos cruciales para dar realismo a la historia.


El color a cargo de Jocelyne Charrance y Dameex insiste en los tonos neutros con predominio de grises, sepias y amarillentos, que dan bien con el rojo de la sangre, para situar la época en perfecto contexto de evolución fotográfica, consiguiendo un resultado comedido dentro de su corrección.

Nada en este cómic destaca para encumbrarlo como un álbum top pero tiene en si la armonía y el ritmo narrativo preciso de la literatura pulp para que su lectura no decaiga en ningún momento.

Su argumento explica perfectamente las tensas relaciones entre los distintos emigrantes recién llegados a la América de la esperanza y sus sueños de grandeza. No estamos pues ante una historia original, sino ante una nueva recreación de aquellos años en que la ley del más rápido y del más fuerte del oeste se instaló en las urbes del este.

El resultado evoca momentos dejà vu en la pantalla ya que es difícil sustraerse a una época contada mil veces en el cine (de hecho, en un guiño cinematográfico, toman prestado el rostro de Kevin Costner para Elliot Ness).

En cualquier caso el entretenimiento está servido, esta vez sin salir de la cocina.