La tienda de los suicidas ayuda a los que lo tienen claro. |
La tienda de los suicidas es un establecimiento que basa su éxito en no repetir cliente. Es una tienda en la que a los clientes no se les dice hasta luego sino adiós. Es un lugar donde no se desean buenos días sino todo lo contrario y es el último lugar, después del cementerio, donde nadie debería reírse. Es una tienda con un timbre para urgencias: hay asuntos que cuando llega la hora no hay porque esperar.
No hay peor suicida que el no quiere morir. “¿Su vida ha sido un fracaso? ¡Con nosotros su muerte será un éxito!”
No hay peor suicida que el no quiere morir. “¿Su vida ha sido un fracaso? ¡Con nosotros su muerte será un éxito!”
En esta tienda el suicida en potencia sale convertido en un suicida casi materializado, no va más allá porque la ética del establecimiento no permite traspasar ciertos límites, pero puede obtener cualquier cosa que le lleve a su fin, puesto que el surtido cubre todos los gustos, necesidades y tipologías.
La tienda de los suicidas es de esas novelas emparedado que sientan de maravilla entre comidas. Es un picoteo agradable y por deseado, doblemente satisfactorio. Jean Teulé, su autor, nos ofrece una deliciosa creación de humor negro, inteligente y profundo. Nos ofrece unos personajes para enmarcar y unos diálogos divertidamente mordaces e irónicos.
Mishima Tuvache y su esposa Lucrèce contemplan su tienda con admiración y devoción, como un amplio mausoleo, es la última estación para la morada final de los que acuden en busca de soluciones. Y ellos se esmeran para buscarlas y venderlas, conscientes del gran favor que hacen a sus clientes.
Mishima Tuvache y su esposa Lucrèce contemplan su tienda con admiración y devoción, como un amplio mausoleo, es la última estación para la morada final de los que acuden en busca de soluciones. Y ellos se esmeran para buscarlas y venderlas, conscientes del gran favor que hacen a sus clientes.
El matrimonio tiene tres hijos Marilyn, Vincent y Alan. Nombres escogidos como homenaje a ilustres suicidas: Monroe, Van Gogh y Turing. Este último, inventor del ordenador capaz de descifrar la alemana máquina electromagnética Enigma, y que se suicidó mordiendo una manzana empapada en una solución de cianuro, dicen que es el padre del logo de Apple: una manzana con un solo mordisco. No tuvo tiempo de más.
El kit de Alan Turing es uno de los best sellers de la tienda. Superado solo por el reciente Death Kiss que practica poniendo verdadero interés profesional Marilyn.
Y mientras los padres se duermen repasando las estadísticas de suicidios, como especulativos jugadores de bolsa, a los hijos les desean terribles pesadillas, jamás felices sueños, que estimulan leyendo tristes pasajes perfectamente escogidos entre las novelas de sus estantes, como el que relata el suicidio de Cleopatra o el de como Safo se arrojó al mar desde un acantilado.
Alan, el pequeño, es la oveja blanca en esa familia de negro vivir. Dibuja cielos azules y soles luminosos para desespero de sus padres que preferirían cielos contaminados y camposantos bajo la luz de la luna nueva y las miradas de los cuervos. Sueña despierto con colores y juega elevando ingravidas pompas de jabón mientras su familia se deleita imaginando vender amanitas phalloides fritas, a granel en una feria, a los sobrevivientes de una atracción que no hayan salido despedidos por los aires para empotrarse en un campo lleno de púas electrificadas.
Alan es un niño feliz, risueño y optimista. En el colegio responde que los suicidas son los habitantes de Suiza y su risa resulta contagiosa. El destino de Alan está por escribir y confirma que toda fábula tiene su moraleja. Descúbranla disfrutando de su lectura.
Y mientras los padres se duermen repasando las estadísticas de suicidios, como especulativos jugadores de bolsa, a los hijos les desean terribles pesadillas, jamás felices sueños, que estimulan leyendo tristes pasajes perfectamente escogidos entre las novelas de sus estantes, como el que relata el suicidio de Cleopatra o el de como Safo se arrojó al mar desde un acantilado.
Alan, el pequeño, es la oveja blanca en esa familia de negro vivir. Dibuja cielos azules y soles luminosos para desespero de sus padres que preferirían cielos contaminados y camposantos bajo la luz de la luna nueva y las miradas de los cuervos. Sueña despierto con colores y juega elevando ingravidas pompas de jabón mientras su familia se deleita imaginando vender amanitas phalloides fritas, a granel en una feria, a los sobrevivientes de una atracción que no hayan salido despedidos por los aires para empotrarse en un campo lleno de púas electrificadas.
Alan es un niño feliz, risueño y optimista. En el colegio responde que los suicidas son los habitantes de Suiza y su risa resulta contagiosa. El destino de Alan está por escribir y confirma que toda fábula tiene su moraleja. Descúbranla disfrutando de su lectura.