En la escena de un crimen
hay que saber estar. Se necesita temple y autocontrol. Hay que ser capaz de
mirar con distancia aunque se esté a un metro. Hay que utilizar la mitad
racional del cerebro y dejar la mitad emocional bajo llave. Hay que ser
sensible pero contenido. Sobretodo cuando el cadáver es de alguien que importa.
Y mucho.
Jack Herriman, joven
detective privado de Los Ángeles, recibe el encargo de localizar a una joven
desaparecida no se sabe si por voluntad propia o si por intervención de
terceros. La investigación va a ir deshaciendo capas y como si se tratara de
una cebolla a cada una se suceden motivos para el lamento y las lagrimas.
Un caso de detective de
novela negra clásica. Un detective con los tics propios del género: trauma
infantil, juventud bordeando el lado oscuro, redención y supervivencia.
Un joven Jack Herriman
que vive con unos tío harto peculiares y tiene como amigo y mentor, aunque
ahora olvidado, a un sargento de policía.
La escena del crimen es una historia de personajes y cada cual tiene
su historia. Es una letanía de soledades y desapegos de personajes que buscan y
ansían compartir sus vidas pero que no saben como. Y si lo saben no conocen la
forma de conseguirlo sin estropear nada.
Los pasados de las
personas, cuando son desgraciados, suelen tener muchos puntos en común y su
evocación suele ser tan dolorosa para unos como para otros. De ahí que cuando
menos se hable del pasado mayor garantía de estabilidad emocional.
Lo de que el pasado marca
el presente está bien claro a lo largo de todo el argumento, todos y cada uno
de los personajes son lo que son debido a lo que fueron o hicieron y lo sabemos
porqué el guión va soltando miguitas de pan para asegurar que entendemos lo que
se nos cuenta y comprendemos el porque de sus reacciones.
Ed Brubaker, el guionista, programó La escena del crimen
como un proyecto ambicioso que tenía previsto largo recorrido, donde
seguramente habríamos captado el potente significado de la obra.
Lamentablemente se quedó solo en una entrega titulada Un poquito de buenas
noches.
La que conforma junto a la
historia corta Dios y pecadores, una historia navideña de trágico final, este
cómic.
Publicado a finales de
los noventa se le nota las ganas de comunicar, al por entonces novel guionista,
ya que introduce en las viñetas un exceso de diálogos que a veces reduce el
dibujo a simple comparsa. Contextualizando la obra en la época no sorprendería
pero a ojos de ahora resulta excesivo para ser un cómic.
Los dibujos de Michael
Lark, de sencillo trazo realista adecuado acompañamiento al argumento,
demuestran predilección para encuadrar con primer plano y plano medio
potenciando el efecto cinematográfico y centrando la mirada y la atención en
los personajes, con un trazo fino y seguido y poco detallista, con poco
entintado sombreador, visto con visión actual, pero habitual por aquel entonces
cuando se cedía la iluminación al color.
Color que a cargo de Sean
Phillips podría haber sido mucho mejor si en lugar de abusar de colores
planos hubiese compensado con tonalidades la falta de luz del entintado.
La escena del crimen resulta
un cómic de lectura indispensable más por su trascendencia en la evolución del
género y en la propia de los tres realizadores, con el tiempo todos destacados
en su faceta y ampliamente aplaudidos, que no por su realización en si que, por
su condición de opera prima, ha resultado superada por casi el resto de
la producción posterior del equipo citado.