La novela criminal en general, ya sea enigma, policíaca, negra o de cualquiera de sus subgéneros, precisa básicamente del asesinato para el desarrollo de su trama incidiendo en la psicología de sus personajes, la investigación, el descubrimiento del culpable y su, o no, detención.
Prima la detección, caza, acoso y derribo. Interesa más conocer
el motivo, descubrir las pistas, el ensamblaje de piezas y la lucha de
inteligencias entre los protagonistas representativos del bien y del mal.
En Idaho no hay nada de eso, sigue siendo no obstante una
novela criminal pero su argumento se preocupa por las consecuencias del
asesinato, por el vacío que queda entre los vivos, por la redención, la pena y
el dolor, alejándose así de todo lo que conforman los típicos elementos de la novela negra.
El crimen es la causa y la novela el efecto; sin él no
existiría ella, pero una vez fijado el punto de partida lo que interesa es el
relato de sus derivadas ahondando en la intimidad de la vida privada y pública de
sus personajes y en como afecta a su consecuente envejecimiento no privado de
indeseables afecciones.
Todo pasó el día en que una familia unida y feliz, tanto
como pueda ser posible en una familia, fue a recoger leña. Marcharon cuatro y
solo regresaron dos, y luego solo la mitad se permitió intentar rehacer su
vida, si es que eso es posible; mientras que la otra mitad permanecía sin poder
de decisión.
Las secuelas de padecer un trauma de tal magnitud no son
visibles a corto plazo ya que se camuflan con las muestras de desesperación,
incredulidad y estupefacción que acompañan el dolor y la rabia por la pérdida,
pero al final se manifiestan y no suelen ser amables ni con quien las sufre en
primera persona ni con quien las padece en segunda instancia por estar cerca.
Terrible la angustia ante la posibilidad de perder la
memoria y más terrible aún no poder dejar de recordar, evidencia la fragilidad
de una mente dañada.
Las clases de piano son el contrapunto para encontrar un
equilibrio que dista mucho de ser la solución pero que permite seguir avanzando
hacia terreno desconocido. La redención a través de la fuerza del amor. Todo lo
que antes era confortable se vuelve amenazador. Y la melancolía se apodera de
todo, como las malas hierbas inundan un jardín descuidado.
Emily Ruskovich ha hecho que los yoes subconscientes de sus protagonistas tomen las riendas de sus actos y sus diálogos. Ha permitido que los impulsos sean lo que explique las acciones; no hay razones: solo emociones.
La vida es un paisaje y esta novela lo describe usando palabras
muy escogidas; con una prosa elegante, fluida y adecuada, como sonata de piano.
Un paisaje mental creado con la voz de los pensamientos.
La autora, construye el relato saltando temporalmente
adelante y atrás para permitir entender que el tiempo no es lineal y que ni tan
solo la muerte es el final y para ofrecer distintas perspectivas desde las que
admirar el paisaje.
No, no es una novela negra de las que inundan el mercado. No
busquen eso, no lo van a encontrar. Está a las antípodas de los tópicos del
género. Pero si van a notar ese mismo sabor amargo que conlleva todo crimen y
más cuando no se justifica. Abandonen toda esperanza de saber más sobre el,
solo van a conocer, sufrir, sentir, sus consecuencias.
Idaho es una novela que encierra capas de contenido, como hace la buena literatura.