Karlovy Vary es el lugar de nacimiento de Julián y a donde
vuelve requerido por un antiguo compañero, ahora Jefe de Policía, que solicita
su colaboración, por su condición de escritor de novelas de terror, para
esclarecer una serie de dobles crímenes que desconciertan por su modus operandi
y de los que carecen de pistas a pesar de disponer de imágenes donde se ve
perfectamente su materialización.
Esta aparente incongruencia responde al hecho de que la asesina, después de atacar mortalmente a su víctima a
dentelladas, procede a su suicidio. Un doble crimen al que le sigue un segundo
con parecida factura y, obviamente, distintos implicados.
Unos hechos desconcertantes máxime por la forma en que la
persona atacante parece estar bajo posesión demoníaca, lo que le confiere un
plus sobrenatural, potenciado por no haberse hallado presencia de psicofármacos en las
autopsias, que puede despertar pánico en la población si no se resuelven cuanto
antes y especialmente antes de que haya más.
Julián Uřídil, escritor en horas bajas y persona en horas hundidas, se sumerge pronto en una investigación que a
medida que avanza demuestra que el azar puede no ser azaroso y responder a una cuidada e insospechada planificación asesina.
Su presencia en esa decadente pero desvanecida Karlovy Vary
le permite, en un torpe ejercicio de introspección, entender mejor su pasado desde su actual presente y resolver antiguos y pendientes
trampantojos mentales que vistos con la perspectiva desde el tiempo actual ofrecen
explicaciones plausibles.
Como un héroe enfrentado a su dimensión trágica, entiende
que resolver su situación personal en la que lleva naufragando en alcohol sin avistar costa, desde que se
separara de su pareja y perdiera la elección de ser padre, y con el tabaco como único aliado, solo se producirá si se resuelve también
el caso de los asesinatos. Lo que antes era curiosidad profesional es ahora también
redención personal.
El protagonista es una suerte de trasunto del propio autor, un rol recurrente en otras de sus obras anteriores aunque con distinto personaje, que emplea para expresar opiniones irónicas sobre su oficio y el modo como lo ve la sociedad y contar vivencias propias a partir de la ficción que es la manera que tiene de ajustar cuentas con la vida. Un escritor comprometido con su obra, en busca de un personaje y viceversa.
La inclinación por la novela negra de Miloš Urban es tan
notoria como su necesidad de rehuir los arquetipos del género conformando un
estilo propio que lleva perfeccionando desde su primera incursión en el género
con Las siete iglesias allá por 1999, aunque tal vez hubiera preferido una publicación en 1666, por aquello de la numerología.
Banquete fúnebre por Karlovy Vary es una novela negra romantica y decadente como el lugar donde transcurre. Su prosa, elegante y pausada, le permite explayarse en un argumento tan filosófico como simbólico y a la vez resolverlo con un final de razonamiento prosaico que en otras manos parecería desafortunado y apresurado. Ni es novela negra al uso ni lectura de consumo, su autor jamás se lo permitiría.