La luz más cruel es la que ilumina lo que nadie desea ver. Bueno, nadie no. Hay personas depravadas que no solo disfrutan haciendo el mal sino que además desean inmortalizar sus hazañas en una fotografía que permita evocar a perpetuidad esos momentos, dichosos.
Fernando García
Ballesteros no necesita inventar mucho,
le basta y le sobra, con redactar hechos que fueron o muy bien podrían haber
sido.
Y los redacta con mucha
maestría, y lo que inventa no se diferencia de lo que coge de la realidad para
ofrecer una fotografía dinámica de esas épocas en las que el patriarcado unido
al apellido suponen dinero, poder y respeto además de libertad absoluta para
realizar cualesquier actos ominosos que tengan a bien desear.
Sea del carácter que fuere
y se ejecute contra bienes o personas. Así personal de servicio, mujeres de
cualquier condición y obreros y otras personas de pensamiento u obra contrario
a su concepción del mundo y del honor nada tienen que decir y mucho a temer.
La luz más cruel es una novela sobre una fotógrafa, Clara Prats, que ha aprendido
el oficio familiar, y sobre sus intentos por ser libre y reconocida
profesionalmente en ese mundo donde el heteropatriarcado no admite desviaciones
ni salidas de tono.
Una fotógrafa criminalista
que inmortaliza a personas muertas, y escenas de crimen como la del cuerpo que
acaba de aparecer en la playa de La Barceloneta y del que nadie sospecha aún
que es solo el primero de una serie.
Es una novela negra, de
esas que se catalogan como histórico-policiacas que transcurre en Barcelona a
principios del siglo XX y en ella se reflejan, como en los charcos de inmundicia
que jaspean las calles, tanto ropas recosidas y remendadas como ropas hechas a
medida con ribetes y encajes.
Todo cabe en una ciudad que acoge barrios de clase baja que están a nivel de mar y de clase alta que están hacia la montaña.