La vida tiene fecha de caducidad. |
Justo es una novela negra de barrio. Llamarla urbana no
alcanza a evidenciar sus matices; es de barrio y de calles y de esquinas, como
la redondeada de Casa Bofarull, más conocida por Los Caracoles, y las casi
inexistentes de la Calle L’Anisadeta. Es más de adoquines que de asfalto. Es
más de orígenes que de destinos.
Justo es el protagonista. Para muchos un viejo. Alguien
transparente cuando no invisible del todo. Un hombre viejo o un hombre mayor.
Llámese de un modo u otro siempre ha habido, hay y habrá quien lo desprecie o
lo ignore por razón de edad sin tener en cuenta que sus inquietudes y sus
necesidades son parecidas a las de cualquier persona más joven y sin calibrar convenientemente su peligrosidad fraguada en la experiencia y en la determinación; algo para lo que la edad es el mejor alimento.
Al acabar la novela la sensación es de no haberla leído sino
de haberla escuchado. De estar sentado a una mesa de Los Caracoles frente a
Justo y de haber ido comiendo los entrantes, el plato principal y el postre con
café y copa oyendo de su propia voz, no en vano la novela está escrita en
primera persona, la narración de los hechos.
Aunque no sé si era Justo o su espíritu quien me ha hablado
ya que el camarero, al preguntarle por él al volver del servicio, me ha dicho
que en la mesa solo he comido yo como atestigua la cuenta para un comensal.
La voz de Justo no ha flaqueado ni un ápice a lo largo del
relato si acaso le he apreciado un ligero temblor cuando ha mencionado a Eva,
por lo demás ha ido desgranando su historia entre bocado y bocado y es que ya
quedan muy pocos lugares donde comer comida cocinada como antes.
Con Justo he recorrido calles que tiempo hacía que no
recorría, y otras desconocidas, e incluso me he reconocido en un escaparate, en
una esquina, en un restaurante, en un local desaparecido; aromas que perfuman
la lectura y es que los recuerdos son eso, aromas. La Barcelona que evoca Justo
es la Barcelona de antes de que las multinacionales y las franquicias le
mordisquearan su autenticidad, de cuando los turistas eran los residentes de
los alrededores y no los desembarcados de un crucero.
Justo tiene ya una edad; de esas que no dan para remilgos. Comparte
sus momentos con Damián y Julián probablemente los únicos amigos que tiene y
los únicos con los que se entiende. Además de Remedios con quien también se
entiende pero de otro modo.
La vida tiene fecha de caducidad y el tiempo que media,
preciado tesoro, hay que dedicarlo a hacer lo que hay que hacer y es que Justo
es un mandado aunque no haya un tangible mandador. Y su encargo es impartir
justicia, de ahí su nombre de pila, aunque sea a criterio propio y haya quien
le afee la conducta.
Y aunque parece tener la suerte de cara o Dios a su lado sabe
que no puede confiarse; un solo instante de duda puede ser fatal. Lo sabe él y
cualquier equilibrista. De la vida a la muerte solo hay un paso, el que se da
al vacío.
Carlos Bassas del Rey |
Carlos Bassas del Rey ha concebido un personaje muy entrañable, le ha dotado de un léxico rico, el de la persona que ha aprendido el significado de las palabras al mismo tiempo que ha aprendido a leer, y le ha procurado la facilidad de comunicación de un monologuista. La determinación de quien tiene en la misión su motivo para vivir y la voluntad de ser sincero y leal aunque eso suponga decepcionar a los que están a su lado.
Le añade ese particular sentido de la justicia que deja la ley para los leguleyos y en la que las resoluciones no admiten demora ni triquiñuela. Ha creado un personaje que vive entre lo lírico y lo siniestro.
Justo es una novela negra nuestra. De esas de kilómetro 0. Con
reconocimiento a Méndez y a Carvalho. Y a Monroy y a Acuña. Y a Barcelona, sobre todo a Barcelona. Es una de las
mejores novela negra que se puede encontrar hoy en día. No dejen de leerla o se arrepentirán.
En nada es Sant Jordi, entre los libros que compren asegúrense que este esté.
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