Terrible mundo este que parece no importarle si los daños colaterales son materiales o humanos. |
Londres, en esa
época en la que el Brexit marcará un antes y un después y especialmente por lo
que lo detonó: la inmigración, es donde y porqué se ambienta esta mini serie de
cuatro episodios de temática noir e intereses transversales.
Collateral porqué todo acto tiene consecuencias, toda decisión tiene efectos secundarios y los daños colaterales se contemplan como mal menor y asumible. Terrible mundo este que no distingue si esos daños son materiales o humanos.
Una serie
abducida por la presencia femenina abastando esa transversalidad mencionada y
lanzando un mensaje claro por el reconocimiento que se le niega al 50% de la
población.
Los personajes
masculinos, relegados, representan mayoritariamente la baja estofa, en general
todos interesados, egoístas, pretenciosos e incluso primitivos. Y no es que las
mujeres no lo sean pero es que ellos no tienen límite. La ambición por el poder,
por dominar y poseer predomina sobre la libertad de quien esté enfrente.
De nuevo el
género negro presentado desde la cotidianeidad. Desde la proximidad, desde la
convivencia. No hay que inventarse acrobacias argumentales para destacar que el
crimen y el delito están justo a nuestro lado.
En Collateral
se desarrolla una trama de tráfico de personas que sirve para retratar a una
sociedad que posa indiferente ante el fotógrafo. Sirve para evidenciar que se
prefiere cerrar la puerta y las ventanas si es preciso antes que aceptar la
realidad y tener que mojarse. Ya se mojan los inmigrantes y muchos se ahogan.
Collateral
tiene su punto de partida en un asesinato frío y premeditado y desde él recorre
un sinfín de situaciones destapando a su paso y sin pudor el henchido cinismo que
anda por las calles en forma de animales de dos patas. Poniendo el dedo en cada
llaga y retorciéndolo en su interior.
Y una vez todo expuesto
deja que sean los espectadores quienes juzguen, si así lo desean, o actúen, si
así lo prefieran.
Tráfico
clandestino de inmigrantes, tráfico de drogas, traumas militares, pánico al
terrorismo, xenofobia, falsedad eclesiástica, lesbianismo, ludopatía, acoso
sexual, violación, mentiras y traición.
Kip Glaspie (Carey Mulligan) |
Al ritmo
pausado habitual de las series de la BBC se nos presenta a Kip Glaspie (interpretada
por una carismática Carey Mulligan) en el papel de una inspectora embarazada encargada
de investigar el asesinato de un joven repartidor de pizza y que acaba siendo
el personaje aglutinador de las distintas subtramas.
Subtramas que
van salpicando como lo hacen los ingredientes sobre la masa de pizza; son
diversos los hilos que van apareciendo hasta mostrar este fresco tan
rabiosamente actual que denuncia que se emplee los sustantivos bandera y patria
para tapar intereses privados de hondo calado.
Por una vez
cuatro episodios, ni que hubieran sido los habituales seis, resultan
insuficientes para abordar con profundidad sobre todo lo expuesto, faltan
minutos para completar un discurso claro sobre su intención pero si bastan para
evidenciar la mezquindad humana que se pliega ante la opinión pública.
Como
retrato social está más que conseguido; como relato no concluye los temas abiertos de
forma solvente y comprometida. Prefiere imitar la realidad: sabe que no hay
conclusión posible y que lo denunciado no tiene final. Demasiados intereses
nacionales detrás de todo.
Una novela
negra contada desde una serie de televisión con guión de David Hare y dirigida
por S.J. Clarkson, ambos nombres bastan para ver el nivel de calidad de la
misma. No deberían
perdérsela.
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