Una novela negra que, como la novela negra japonesa, destila violencia y poesía a partes iguales. |
Cada cual elige libremente celebrar o no fiestas señaladas
y el modo en cómo hacerlo.
Cada cual decide si quiere celebrar San Valentín y
mientras la mayoría opta por acciones románticas, no en vano se asocia
comercialmente con el día de los enamorados, alguien ha decidido hacerlo con
una acción violentamente criminal.
Los cuatro cuerpos, padre, madre, hijo, hija de una misma
familia han sido hallados muertos ¡menuda celebración!
Kosuke Iwata atormentado por el peso de este múltiple
asesinato y ofuscado principalmente por el hecho de que uno de los cadáveres
sea el de una niña pequeña, hace del caso cruzada.
Y le confía al resultado de la
investigación su propia redención. Kosuke es un inspector de policía desesperanzado por
traumas del pasado. Nada nuevo bajo el sol. Pero en este caso puntuales
flash-back vienen a explicar decisiones y acciones que ayudan a entender un
presente que de otro modo quedaría incierto y descoyuntado.
Nada peor para un asesino que le persiga un investigador
asediado por un pasado que hace que a su presente no le importe el futuro. Y si
bien la ventaja inicial es grande, Kosuke la acorta a pasos agigantados gracias
a un proceso muy racional de investigación y deducción.
En oriente el tiempo transcurre a la misma velocidad que en
occidente pero parece tener otro ritmo y así su novela negra, la original, lo
acompasa a esa particular forma de hacer y de comportarse que tiene su cultura lo que da como resultado
que su noir sea tan violento como poético.
Ante todo y sin otra intención que de aclarar conceptos, no
es lo mismo una novela negra japonesa que una novela negra ambientada en Japón. Y estamos ante una novela negra ambientada en Japón, lo que no es
desmerecedor pero si definitorio.
Nicolás Obregón |
Nicolás
Obregón apunta un conocimiento de una sociedad, una cultura, unas
gentes, un machismo y una geografía de Japón por encima de la media de
cualquier gaijin y dota a la trama de
ese punto de melancolía pausada y de ese momento contemplativo tan habitual en
la novela negra japonesa que le otorga rango de par.
Mueve sus personajes de forma comedidamente educada, según
las costumbres locales, y otorga vivacidad a las acciones sin recurrir a efectos
luminotécnicos, le basta con describir los rincones, casas y calles de la
ciudad donde transcurren; escenario perfecto y adecuado para el contenido
argumental que desarrolla con gran nivel de verosimilitud y que concluye,
satisfactoriamente, del mismo modo.
La luz azul de Yokohama es una novela negra a la que se aprecian mejor los matices una
vez leída. Una vez reposada. Y Kosuke es un personaje al que se le echa en falta al despedirse.
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