A finales de los ’70 y principios de los ’80 en la España de
la Transición, había pistoleros como los que hubo en los años ’20, que
sufragados, alentados y amparados, por poderosos reaccionarios con dinero o con
posicionamiento casi o del todo intocable, administraban su justicia que
condenaba todo atisbo de libertad que el régimen dictatorial tenía prohibido, a
pesar de que este ya no ejercía, pero había quien quería que todo siguiera
igual.
Una época convulsa que lamentó números actos violentos
contra librerías, persecuciones y palizas a gente que respiraba vientos libertarios,
fueran culturales o ideológicos y asesinatos de rivales políticos y sindicales;
la depuración en la policía y en el poder judicial se producía en cuentagotas
en la primera y aún hoy se sufre la inactividad de renovación del segundo.
De aquella época parte el argumento de Cava dos fosas, como
novela negra, que inmediatamente gira a thriller para desaprovechar una buena
ocasión crítica y enfoque más social para centrarse en los protagonistas y tomar
la deriva más simple de generar y encadenar acción con acción. Un inicio
prometedor de buena literatura se convierte en pseudoguión cinematográfico.
Una paliza con fatales consecuencias a una pareja de
jóvenes homosexuales en el Parque del Retiro de Madrid por parte de un grupo
ultranacionalista, exige a un joven Javier Gallardo a tomarse el caso casi como
un tema personal y hacer de su resolución incluso motivo de insubordinación. Se
trata de un policía convencido de que el aperturismo en el cuerpo es posible.
Pero todo pasado tiene incidencia en el presente y ahora un
Javier Gallardo, que dobla la edad a aquel, se ve obligado a revisitar rincones
de su memoria para intentar comprender como ha llegado a la situación actual y
aceptar que la tortura psicológica es más difícil que soportar que la física.
Cava dos fosas es una historia de venganza que alterna dos tiempos narrativos, pasado y presente. Ambas estructuras se desarrollan linealmente no exenta de giros y sorpresas inesperadas para cumplir su función de thriller hasta que se resuelva el caso si es que lo consigue una investigación, ingeniosa y bien argumentada, lo mejor de la novela, que mantiene por si sola el interés ante los hechos consumados del pasado y los previsibles del presente.
Una narración sin concesiones a las florituras; que busca
con un lenguaje directo provocar una sensación de claustrofobia, angustia y
temor, sustentada por unos personajes muy carismáticos y entre quienes no
ofrece muestras de predilección aunque haya quien se erija como líder.
Lo peor de la novela es la moraleja que se extrae de ver
que a pesar de los años transcurrido estamos igual: palizas a colectivo LGTBI,
rechazo de la democracia, poderes fácticos por encima de los legalmente
constituidos, abuso de fuerza policial, prevaricación judicial, violencia de
género, machismo…
Félix García Hernán ha escrito una obra dramática que gustará
a crítica y público, que entusiasmará por su tensión pero que no dará
satisfacción a quienes le pidan a la lectura un plus en trascendencia y
denuncia.
Habrá que esperar a su siguiente publicación, Pastores del mal, ya anunciada, para ver
hacia donde se inclina.
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