En La raíz del mal queda claro que éste, el mal, si tiene raíz es
porque lleva tiempo plantado y sus frutos aunque interesantes por ser
asesinatos no lo son tanto como conocer su raíz ya que es la que va a
identificar al culpable de esos amargos frutos.
La novela, por nórdica, no
todas pero si la mayoría, adolece del mal del peso y no le hubiera ido mal una
dieta. Las dietas son ideales para eliminar lo sobrante y dejar lo magro sin
llegar a pinchar en hueso.
Håkan Nesser descubre
su argumento en las primeras páginas, queda claro quiénes serán las víctimas y
pronto el porqué. Este planteamiento que reduce el suspense a cuándo y cómo, es
valiente. Pero precisa de un gran esfuerzo lector para seguir manteniendo la
atención y a todo esfuerzo le sucede un cansancio que si llega antes de lo
previsto puede echar al traste el planteamiento al no conseguir alcanzar el
objetivo.
El autor recurre a un
prolífico relato de las emociones del inspector, de sus recurrentes comidas y
vacuos pensamientos; de su proyecto amoroso, felicidad no exenta de dudas, como
recambio a su soledad y de sus dudosas aptitudes como padre, para mantener el
hilo narrativo ante la más que evidente endeblez del argumento criminal, pero
solo consigue que se hundan ambos. Demasiado peso para tan endeble barca.
El final, un plot twist que no
consigue el descoloque pretendido si acaso un atisbo de sorpresa mostrado en un
levantamiento de cejas, es precipitado y poco concreto y confirma la impresión,
que desde el inicio ha ido acompañando la lectura, de que el libro no sabía a qué
atenerse.
Segunda entrega del inspector Barbarotti, cuya edición original es de 2007 y aquí acaba de llegar y tal vez esos 15 años pesan lo suyo al mostrarse un desarrollo argumental antiguo y carente de tensión y suspense y que seguramente en aquel momento encajaba con lo que demandaba el mercado pero que hoy, con el amplio abanico de ofertas sobre la mesa de novedades, sin duda queda desfasado.
Un inspector Barbarotti que aparece sobrepasado por todo lo que le rodea. Tanto sus compañeros en la comisaria, como su pareja sentimental, su ex-mujer, sus hijos y su psicóloga se comen la pantalla en las escenas en las que aparecen y a él no le queda ni el triste consuelo de ser el protagonista en la resolución del caso. Una lectura excesiva de sabor agridulce.