Es muy difícil para una mente infantil, absolutamente moldeable, que ha vivido horrores imposibles de comprender, no sufrir alteraciones en su fase de desarrollo hacia la adultez.
Es muy difícil para una mente infantil,
absolutamente moldeable, que ha vivido la muerte de sus padres y ha sobrevivido
de puro milagro, no ser agradecido con quien le ha ayudado cuando más lo
necesitaba.
Es muy difícil para una mente adulta, con
información y conocimientos adquiridos y asentados, entender ciertos
comportamientos humanos que no merecen este calificativo, pero, como han sido
personas equiparadas a bestias, quienes han cometido los actos, basta con
cumplir con el deber, deteniéndolos y esperar que se haga justicia.
Asesinos despiadados, asesinos entusiasmados,
sangre, sudor, vísceras. El Puma es una novela negra desatada, que se
apoya en el gore para evitar que el lector empatice con quien asesina y no
caiga en la tentación de justificar actos presentes por traumas del pasado, ni
entienda reacciones incontroladas como comprensible respuesta sensorial de
persona enferma.
Si la novela fuese una película, en más de una
secuencia cerraríamos los ojos.
Esta viene dada porque no solo debe investigar un
caso del que ya ha transcurrido año y medio, el asesinato de Rafael Barrientos
cuyo cuerpo fue hallado muerto en su piscina, sino también porque la
investigación preliminar, y la titularidad del caso, pertenece a la Guardia
Civil. Y ambos cuerpos, Policía Nacional y Guardia Civil, no son precisamente
buenos amigos.
Y menos si uno va a enmendarle la plana al otro.
La trama transcurre en Puerto de la Cruz, en la
costa norte de Tenerife, y las descripciones son tan visuales que se diría que vamos
transitando junto a los protagonistas por las carreteras y los lugares como si
fuésemos secundarios de la historia.
Alberto Val relata
una historia que aúna transversalidad delictiva y nos obliga a reflexionar
sobre si la persona se esconde bajo una máscara animal, o si en realidad es el
animal la verdadera persona.
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