Superheroína a su pesar. |
Hell’s Kitchen, la cocina del infierno, donde el sueño de sus residentes es el mismo para todos: salir de allí. Pronto. Con vida. Y con los menores traumas
posibles.
En Hell’s Kitchen, ese barrio maldito de New York, es
donde Jessica Jones trabaja como detective privado y cuenta con un aliado
especial: unos superpoderes que le permiten elevarse del suelo, sin llegar a
volar, y una fuerza y resistencia física de muy alto nivel.
Pero lejos de ser el estereotipo sexista al que parecen condenadas
todas las superheroínas, encarna el
estereotipo de la chica joven normal. Sin curvas ostentosas, ni pose de mujer fatal, ni
sex-appeal exuberante ni lascivia en la mirada, ni aspecto de colegiala
modosita, ni de girl scout dispuesta a realizar su BO diaria. Tampoco viste
mallas de colores, ni su peinado es ahuecado ni es rubia.
Jessica Jones (una magnífica y lánguida Krysten Ritter) es
una superheroína que no ejerce ni hace ostentación y no es para nada mediática;
viste desapasionadamente y le preocupa tan poco su aspecto o lo que opinen los
demás que adolece incluso de cierta falta de higiene personal.
Su dejadez y pasotismo le sobrevino en una época de
abusos y maltrato que han conformado su forma de ser: una mujer herida, borde,
antisocial, noble, sincera y que abusa del alcohol. Una forma como otra de
sobrellevar la carga emocional hasta que consiga redimirse de su antagonista
Kilgrave (un David Tennant hierático y extremadamente convincente y aterrador
en su papel).
Psicópata a partir del cual se enuncia la psicopatía |
Kilgrave es a la psicopatía lo que Tintin al cómic. Kilgrave
es el villano al que cualquiera temería; es el villano por excelencia. El que
todas las series de televisión quisieran para sí.
Su anodina actitud impide presagiar su enorme capacidad para el mal. Sus actos son pavorosos. Su superpoder le permite manipular la mente de las personas y hacer que hagan lo que sea aunque suponga atentar, de la forma más cruel e inhumana posible, contra su propia vida. Ríanse de la hipnosis del teatro.
Su anodina actitud impide presagiar su enorme capacidad para el mal. Sus actos son pavorosos. Su superpoder le permite manipular la mente de las personas y hacer que hagan lo que sea aunque suponga atentar, de la forma más cruel e inhumana posible, contra su propia vida. Ríanse de la hipnosis del teatro.
Las tramas y subtramas de género noir resultan más que creíbles
gracias a unos diálogos muy conseguidos que sumados a una escenografía realista
y a unos diseños de vestuario, maquillaje y efectos especiales dignos de
película, poco más se puede decir.
Los secundarios son todos muy sólidos y su papel, muy
bien definido, arropa a la protagonista y supone el contrapunto de relajación
suficiente para aflojar las mandíbulas de vez en cuando.
Una serie imprescindible para quienes disfruten con los
cómics y sus adaptaciones y para quienes disfruten de ese noir sin etiquetas. Y
con un final espectacular y a la altura de lo requerido. Un final inteligente y
agónico. Una tensión superior a cualquier hipertensión medible en cualquier
tensiómetro.
Alias, el cómic. |
La serie es una traslación del cómic y respeta su desasosiego de producto adulto sin edulcorar ni potenciador de sabor. Violencia y sexo, en abundacia y a pelo, no es algo pensado para agradar al máximo de público. Ni lo busca ni lo pretende. La serie es lo que es y por esa honestidad se agradece y si gusta, se disfruta doblemente. Son 13 episodios y a partir del cuarto se ven casi sin interrupción.
El cómic original adaptado es ‘Alias’ escrito por Brian
Michael Bendis y dibujo de Michael Gaydos y con una corta vida de solo 28
números editados por Marvel.