El monstruo, cuando se mira al espejo, harto de verse cada día igual, no aprecia ninguna anomalía y se ve normal. |
Hay películas que son, y aún con generosidad, para
televisión; del mismo modo que hay novelas que son, y aún, solo para matar el
tiempo. Lo siguiente en progresión sería pasar el rato, luego vendría
entretener y después entusiasmar y así seguiría en la escala de
interés.
Y la razón de esta clasificación se sustentaría en el
equilibrio entre su calidad literaria, su planteamiento argumental, su
habilidad en el desarrollo de la trama, la encarnación de sus personajes, las
descripciones y los diálogos.
Si No soy un
monstruo fuera un curso estudiantil y los elementos antes citados las
asignaturas, habría casi equilibrio entre las progresa adecuadamente y las necesita mejorar.
Es la típica novela que divide a la comunidad lectora:
habrá quienes la lean enganchados desde la primera página, la vivan con el
corazón en un puño, sufran con las situaciones dramáticas, se identifiquen con
el dolor de la pérdida, encuentren en la protagonista una gran humanidad y no respiren
ante el insospechado y desconcertante final.
Luego habrá a quienes les duela el poco contenido literario
de su prosa, el estilo apresurado, las descripciones repetitivas, lo poco
creíble de algunos sucesos, exceso de detalles que nada aportan, personajes
tópicos y la inconsistencia de un final apresurado y previsible por eliminación.
Y ambos grupos tendrán razón. Lo cierto es que la novela es
todo eso.
En una línea claramente resultadista une ingredientes indispensables de todo best-seller y consigue uno. Los personajes femeninos, una periodista de televisión (terreno en el que la autora se siente cómoda) y una inspectora de policía, copan el protagonismo en una trama donde los hombres acompañan sin brillar. Las familias y los niños, los damnificados en la novela, atrapan la parte humana y sensible de una novela donde la inocencia es la perjudicada.
Carme Chaparro ha compuesto, más que escribir, una novela con la que consigue una apariencia bien lograda pero con poco relleno, resulta
comestible pero no sabrosa. Se ajusta al meme de lo que te vendían en la foto y lo que realmente te llega a casa. Promete pero no acaba de cumplir.
Carme Chaparro |
Todos hemos comido apresuradamente alguna vez sin mucho
miramiento a la hora de elegir, pero hacerlo alguna vez no supone establecerlo
como práctica. El precocinado debería ser una excepción. En la novela negra
también. En los premios ni tan siquiera eso.
La desaparición de un niño en un gran centro comercial
dispara todas las alarmas por su paralelismo con otro caso idéntico, aún no
resuelto, de hace tiempo.
La inspectora Ana Arén será la encargada de la
investigación, algo que se toma de forma muy personal por ser quien se
encargara fallidamente de la anterior. Todo hace sospechar que se enfrenta a un monstruo ¿quién, sino, se llevaría a un niño?
No soy un monstruo se repite una y otra vez quien no se cree que lo es. El
monstruo, cuando se mira al espejo, habituado a verse cada día igual, se ve normal.