domingo, 3 de abril de 2016

Camino a Selma de Philippe Tome y Philippe Berthet

Donde los daltónicos sociales ven a los
negros como el blanco de sus iras
Camino a Selma es un cómic que denuncia la violencia. Que evidencia como la raza blanca ejerce su supremacía sobre la negra igual que un depredador lo hace en su territorio de caza. Pero es sabido que los animales cazan para comer y que los humanos lo pueden hacer, y lo hacen, por placer. Y también por envidia, por egoísmo, por despecho, por odio, por venganza, por miedo…

Selma sabe mucho de todo eso.

La ciudad de Selma, capital del condado de Dallas en el estado de Alabama, es un claro referente en la historia de la discriminación racial de los EEUU y un símbolo de lucha y victoria en la consecución del derecho al sufragio.

Recuerden aquí la historia de las tres marchas de Selma a Montgomery en 1965, hace nada como quien dice y se antoja sumamente lejano.

La segregación fue derogada pero aún hubieron de pasar muchos años para que fuese comúnmente aceptada y todavía hoy hay motivos para dudar de que se haya superado.

Pág nº 7 del original francés
Así Clement Brown, joven negro con estudios, conocedor de las leyes igualitarias y convencido de que su color ya no supone motivo de peligro ni de temor, está regresando a Selma para encontrarse con su madre y su hermano.

La fatalidad hace que cruce la carretera delante del coche de una joven blanca, rubia, atractiva y con problemas sentimentales. El color no es impedimento para desatar sentimientos ni es motivo para no dejarse llevar por impulsos ni es razón para obrar con sentido común.

El color solo sirve como excusa a los daltónicos sociales que ante el negro solo ven el blanco de sus iras y sus frustraciones.

Después de vivir el sueño que supone conocer a la joven Tracy Lee que le recoge cuando hacía auto stop, Clement Brown va a conocer lo que es vivir una pesadilla. Dos caras de la misma moneda que a buen seguro hubiera preferido en orden inverso. El destino tiene este punto de juego de azar.

La pesadilla se presenta con una temática llena de violencia, verbal, gestual y física y donde el disparo de las armas de fuego arroja la única luz sobre el sombrío porvenir. Una luz tan breve como una emoción humana.

Philippe Tome, guionista
Philippe Tome, sobradamente conocido por su trabajo con Spirou, ha escrito esta historia de novela negra racial para denunciar que de nada sirve promulgar leyes si luego no hay una continuada acción evangelizadora de los preceptos. Que en los pueblos pequeños las leyes son las que dictan las oligarquías y que quienes empuñan un arma aducen razones ante las que todos cierran bocas.

Ha compuesto uno de esos cómics que entretienen a la vez que ponen en jaque las convicciones sobre asuntos que tienden a banalizarse por miedo a enfrentarse a ellos.


Philippe Berthet, dibujante
Philippe Berthet, reconocido dibujante y colorista, baste recordar la serie Pin-Up, ha dibujado esa historia empleando su habitual estilo realista y buscando las horas de oscuridad para que la noche también sea víctima de su color y ofrecer esa sensación de indefensión que supone moverse entre sombras y oscuras intenciones.

El resultado es que con un trazo amable y sin estridencias consigue reflejar grandes dosis de tensión y violencia; sin destacarlas ya que conviven con todos nosotros de forma tan mimetizada que no se perciben.

jueves, 31 de marzo de 2016

Un crimen bretón de Jean-Luc Bannalec

Lectura sosa a pesar de la sal
En esta ocasión la excesiva pasión del autor por la Bretaña le ha traicionado hasta parecer que en lugar de una novela policíaca estamos ante un panegírico auspiciado por el Consejo para el Fomento de La Bretaña y en concreto por el Consejo Regulador de Sal de Guérande, si existieran, sin otro objetivo que atraer turismo y favorecer la proyección de la zona cultural, gastronómica y comercialmente.

La novela resulta sosa, por falta de sabor que no de sal ya que es claramente una novela cocinada a la sal; tanta que sobra.

Poco contenido policiaco, sútil y tímido intento de acercarse a la novela negra y mucho aprendizaje sobre la extracción de la famosa sal de Guérande, en cualquiera de sus formas desde gruesa a flor. Y mucho aprendizaje del golfo de clima mediterráneo de Morbihan y de toda la península de La Baule y …

Incluso el título, Un crimen bretón, es de vacío contenido. Un título igual de soso que anticipa lo que va a ofrecer que, simplificando, no es más que un enmarañado cuadrante de horarios de coartadas. Un cuadrante como el que configuran las salinas y donde las líneas que separan las celdas son caminitos embarrados de estrechez alarmante.

Es en uno de esos pasillos donde el comisario Georges Dupin es recibido a balazos lo que da pie a mojarse, y nunca mejor dicho, en agua con sal.

Al cabo de poco y con la aparición de un cadáver se inicia el caso propiamente dicho, en el que el comisario Dupin interviene un poco por azar al encontrarse fuera de su jurisdicción por lo que debe comportarse como invitado y en este sentido, el del ámbito estrictamente protagonista, hay que reconocer en honor a la verdad que su anfitriona, la comisario Rose (personaje muy interesante y que seguiría con gusto si genera su spin-off) se lo come, literariamente hablando, cocinado a la sal con mantequilla.

Comparación de Flor de sal y Sal gruesa
de las salinas de Guérande
Esta vez Jean-Luc Bannalec ha cedido a los maravillosos paisajes de unas salinas ya sean vistos a la salida del sol, al ocaso o bajo la luminosidad de una luna llena.

Una novela para el olvido y nueva ocasión para saber más de la Bretaña; esa especie de paraíso accesible donde son tan irreductibles, como Asterix y Obelix, que incluso tienen su propia bebida de cola, la Breizh Cola, con la que plantan cara ahora y siempre al imperialismo invasor.

Acompañen la lectura con un tartar de abadejo con limón y una copa de Chinon blanco frío pero sin pasarse, o casi mejor coman directamente y pasen de la lectura.

Si en cambio son absolutamente recomendables, como whudunit que busca, pretende y consigue entretenimiento, las dos primeras novelas de la serie y cuya reseña pueden leer sin salir de este mismo blog:





lunes, 28 de marzo de 2016

Happy Valley

Sargento Catherine Cawood
Happy Valley es una miniserie, seis episodios en su primera temporada, de la televisión británica y corte policial, ambientada en una zona deprimida del condado de Yorkshire, cuya desesperación ante la falta de recursos para paliar algunos delitos y con pocas expectativas de mejora social tan bien retratara, en amarga sátira dramática, Full Monty.

Es una serie que trata de personas y personajes con relaciones familiares dispares, sentimientos de culpa, falta de asunción de responsabilidades, exceso de sospechas, egoísmos, traiciones, mentiras y avaricia en un entorno social y laboral poco favorecedor de cambios a corto plazo a mejor: solo queda sobrevivir viviendo.

En Inglaterra saben cómo realizar estas series: realista hasta ser descarnada y derrotista hasta dar la vuelta y enlazar con un optimismo por lógica inconsecuente pero que se demuestra única salida cuando ya se han dado todas las vueltas posibles al calcetín.

Tomando el núcleo central de Fargo de los hermanos Coen e incluso de Cosas que hacer en Denver cuando estés muerto de Gary Fleder, por aquello que una idea peregrina para buscar una solución a un problema acaba complicándose yendo de mal en peor y generando aún más problemas y de mayor enjundia, consigue hilar una historia con varias tramas de rico y variado contenido donde priman las relaciones humanas y la explosión de sentimientos como alternativa a un dialogo que se ahoga en las gargantas.

Las imágenes son crudas y generan inquietud e incomodidad, no se recrean en el lirismo ni pretenden quedar bien con la estética, provocando en todo momento una cierta incomodidad visual al espectador a quien no se le permite ni un instante de desconexión. Incluso los cigarrillos que en ella se fuman no son placenteros y si ansiosos, precipitados y compulsivos. Incluso el frío climatológico traspasa la pantalla del televisor.

Happy Valley
Donde hay vulnerabilidad siempre habrá maldad. Y esa maldad por el hecho de ser abusiva se torna más malvada y menos comprensible. Y esos caracteres calan con su comportamiento despreciable y merecen todo el rechazo y no solo el legal sino el social. ¿Quién quiere alimañas en su hábitat?

El ritmo narrativo es pausado pero en constante evolución; hay vida en cada escena, hay sentimiento, hay derrota, hay escepticismo, hay desilusión. Los planos cargados de imágenes simples y realistas sin supeditaciones estéticas se encargan de facilitar que el mensaje llegue nítido al telespectador.

La serie de corte policial tiene su bis dramática más por el retrato social de la comunidad donde se desenvuelve el caso que por los delitos en sí. Estos tienen también su dramatismo pero obedecen prácticamente a esa desesperación personal y colectiva que hace que se cometan estupideces a cual más grande que a poco que se pensaran antes de actuar no se harían.

La infelicidad habita en Happy Valley. Título irónico hasta el sarcasmo en un intento de paliar la gris realidad; como en el giro de tiovivo donde el caballo rojo pasa a cada vuelta delante de nuestros ojos siempre inalcanzable.

El peso interpretativo recae en la sargento de policía local Catherine Cawood (papel que borda la actriz Sarah Lancashire) y sin ella la serie no tendría la fuerza que demuetra. El personaje, muy cerrado en sí mismo al principio, evoluciona abriéndose y mostrando una complejidad psicológica de una gran riqueza de registros brillantemente expuestos como si se estuviera viéndolos desde una platea de teatro; pero, y ahí viene lo mejor, sin sobreactuar en ningún momento y sí en cambio demostrando que ser actriz es proyectar desde el interior y no solo recitar un papel.

Serie de visionado recomendable sin peros. (Gracias Blog Asustado por la recomendación!).

jueves, 24 de marzo de 2016

Mala hostia de Luís Gutiérrez Maluenda

Cubierta de Mala Hostia
En Barcelona la clase alta vivía, vive aún, en la zona alta de la ciudad, alta geográficamente hablando, en faldas montañosas que el urbanismo ha ido arañando a la naturaleza. Y las clases menos afortunadas, en la zona opuesta de la ciudad, la que desciende hasta fusionarse con el mar.

Mala hostia es un eufemismo para designar mal carácter o malas intenciones y es el título de esta novela; una novela barriobajera porqué transcurre en esa zona habitada por la clase baja y clase aún más baja, por esas callejuelas del barrio del Raval, antaño conocido como el barrio chino: un gran mercado al aire libre, que no limpio, donde se compra y se vende todo a lo que se pueda poner precio. O sea todo. Ya sea legal o ilegal.

Atila es el protagonista principal. Un Atilano al que el recorte del nombre, al estilo del rey de los hunos, le conforma más mala leche, más mala ostia. La necesaria para afrontar los problemas que supone sobrevivir cuando no hay de donde rascar.

Es un detective privado con menos casos que perlas en una charca. No tiene despacho, okupa una mesa en un locutorio telefónico por ser pariente de Lena, una suerte de primo lejano de aquellos que cuanto más primo más me arrimo y tiene como vivienda un recoveco en un edificio, que se distrajo seguramente de los planos originales y en el que apenas caben dos personas, la cama y una botella de whisky, además del baño.

Y aunque no tenga motivos para agradecerle a la vida su suerte si los tiene porqué viendo sus convecinos de barrio aún podría ser peor. Marginal si pero no desgraciado.

El caso que le va a permitir pagar deudas y comer caliente por unos días se lo encarga un sudamericano para que busque a su chica desaparecida. Una bielorrusa de largas piernas, cuerpo escultural, melena rubia y ojos azules (¿acaso no lo son todas?) y de oficio desconocido pero imaginado. Imaginársela trabajando no supone ningún esfuerzo para un Atila curtido en multitud de frentes.

Y así junto a Atila, en ese encargo de búsqueda, la novela recorre El Raval y nos describe el ambiente y los habitantes de ese barrio crisol de nacionalidades y de ilegalidades. Lo hace a pie de calle para que experimentemos esas sensaciones que se adhieren a la piel y tardan varios lavados en irse.

Luís Gutiérrez Maluenda
Luís Gutiérrez Maluenda tiene en Mala hostia una autentica novela negra que sigue los arquetipos tradicionales del género y que se asentaron en aquella América de negros años. Coge los mismos mimbres pero teje su propia cesta.

Destila un argumento dinámico donde todo resulta pausible, donde las relaciones humanas y las acciones que se suceden tienen en su realismo su propia ficción y en donde no se puede separar el humor de la violencia del mismo modo que para que el cigarrillo eche humo antes hay que encenderlo.
Tiene también en El Raval el ambiente perfecto para desarrollar historias en las que nada ni nadie desentone, ahora que incluso las clases pudientes acuden a nuevos locales de moda para tomarse una copa porque les encanta vivir peligrosamente y en la que pululan turistas ávidos de lo auténtico para contar a su vuelta experiencias extremas.

Y tiene en Atila, hijo de puta entrañable, un romántico del sexo, un naufrago combativo, un perdedor disconforme, un cínico compasivo, un ex alcohólico que se emborracha cada día, al protagonista perfecto para desarrollar una larga serie de novelas a cual mejor. Creo que ya lleva tres.

No hagan como yo que, incomprensiblemente, he tardado años en acercarme a este autor y acaparen todas sus novelas para asegurarse lecturas placenteras. Yo estoy en ello.

domingo, 20 de marzo de 2016

Carter & West de Ana Bolox

Carter & West, novela
policiaca inglesa de la
mejor tradición
Carter & West son los protagonistas de una serie de aventuras de intriga que Ana Bolox, su escritora, además de blogera, tallerista (si existe esta profesión) y profesora, está publicando de modo agrupado. Así en el primer volumen encontramos:

Destino Inexorable
Aracne
La muerte viene a cenar

Tres piezas cortas que no lo parecen. Su estructura y su contenido no es para pocas páginas y en cambio encajan como en un molde.

Charles Carter es un joven patriota que habiendo combatido como piloto en la 2ª Guerra Mundial prosigue, finalizada esta y en tiempos de paz contenida, entregado a esa suprema causa nacional sirviendo ahora como detective de Scotland Yard y manteniendo sus contactos con el MI5.

Charles Carter arrastra una ligera cojera de un lance bélico, la que lo apartó del servicio activo, y es falible en sus deducciones; por lo que estamos ante una persona de carne y hueso y no ante un mito inaccesible.

Kate West es una joven decidida y capaz que dirige una agencia de servicios de mecanografía y que disfruta de sus momentos libres leyendo novelas policíacas de las que gustaría más ser protagonista que espectadora.

Kate West es una belleza que actúa con tanta determinación que se diría es una coraza para encubrir sus temores e inseguridades y no exponer su punto débil que es su grandeza humana.

Las tramas de las tres narraciones están muy bien argumentadas y a pesar de su brevedad ni se desarrollan apresuradamente ni se resuelven de forma precipitada. Los tiempos están muy medidos y la sensación al acabar cada una de ellas es la de haber leído una novela larga, tal es el grado de inmersión que consigue su lectura. Enormemente satisfactoria si se es amante de la novela policíaca tradicional inglesa.

Ana Bolox, autora de
'Carter & West'
Ana Bolox ha recuperado la esencia de esa novela policial inglesa en su ambientación, personajes y temática circunscrita a esos años cuarenta cuando las naciones abandonaron las trincheras pero no las suspicacias y sustituyeron las acciones frontales realizadas por soldados por otras más sutiles de espionaje a cargo de agentes de los servicios secretos.

Esa época también en la que las clases sociales tenían claramente identificadas sus posiciones y con límites de comportamiento muy delimitados; esa época de un tiempo caduco, ¿o aún no?.

La lectura sumerge en esa época con suma facilidad, gracias a una cuidada adecuación del lenguaje escrito en sus adjetivos y adverbios, al empleo de fórmulas de educación y cortesía social y tonos de diálogo precisos para que se puedan percibir las sensaciones tanto de andar bajo copos de nieve por calles londinenses, como de percibir el calor de hogar de salones y cocinas de gente acomodada e incluso de sentir la peculiar atmósfera de las estancias de los clubs masculinos más exclusivos.

Tía Agatha puede estar muy contenta de tener esa natural continuación, la Editorial Medianoche debe considerarse afortunada de tener esa pluma y los lectores estamos de enhorabuena con Ana Bolox de la que solo cabe pedirle más producción y cuanto antes mejor..