Ahora he vuelto a el y una vez empezado ya no he podido evitar sustraerme a su lectura y he aparcado otras para dedicarle exclusividad y tiempo pausado que es lo que pide este libro.Hay libros fast food de trago rápido. Otros, como este, son largos en boca, como una copa de oporto o de orujo, como ejemplo de proximidad geográfica.
Es una historia que cala y deja poso. Domingo Villar es autor de sentimientos que no sentimental; al leerlo se entra en otra dimensión en la que nos movemos al ritmo cadencioso de sus protagonistas de tal modo que vivimos sus emociones y dejamos de ser espectadores para pasar a ser actores. Es así como nos gana.
Panxón, su puerto y su lonja y su letrero de prohibido escupir, y también Monteferro ya no son lugares geográficos de dudosa ubicación, son sitios donde hemos andado y que ya no olvidaremos. Son fotos en el álbum de los recuerdos.
Villar dirige a su comisario Leo Caldas y a su segundo, Rafa Estévez sin cortapisar sus iniciativas de ahí que no estén rígidos en su papel y lo desempeñen de forma harto natural.
Villar dirige a su comisario Leo Caldas y a su segundo, Rafa Estévez sin cortapisar sus iniciativas de ahí que no estén rígidos en su papel y lo desempeñen de forma harto natural.
Los secundarios están mimados para que encuentren su sitio y se sientan cómodos y transmitan credibilidad. Los paisajes y los lugares se funden con los protagonistas y nunca son simple atrezzo añadido sino que los vemos y andamos en ellos y los conocemos casi mejor que si estuviéramos de veras. Ya somos uno más en el grupo de los catedráticos, Carlos nos pone su vino y nos saluda con la complicidad de los habituales, tenemos ganas de ayudar en la poda de la viña y estamos ansiosos por ver el resultado de la nueva plantación. Extrañamos a Alba.
Salivamos cuando describe la comida, la nariz se expande y huele los aromas que emergen de los guisos y el estomago ronronea con la esperanza de que lo llenen. Y mientras esperamos, no falta ese sorbo de vino blanco fresco. No falta nunca.
¿Que estamos bebiendo, Caldas? Por Vigo se diría que albariño, pero quien sabe, igual estamos degustando alguna de esas variedades minifundistas de rico aroma y sabor, solo disponibles para vecinos privilegiados.
Hacia tiempo que una novela interrobang no me atrapaba tanto y me dejaba al acabar tan buen sabor de boca. Como un buen blanco; gallego, eso si.
Si duda alguna Domingo Villar ha pasado a ocupar su merecido espacio en la libreta de los autores refugio. Los que nunca fallan. Nada que ver con La libreta de los idiotas.
El blog amigo de Mis detectives favoritos tiene un magnífico regalo: nos explica porque un joven Leo Caldas decidió hacerse policia. Disfrutenlo aquí: El último verano de Paula Ris