Hace unos pocos meses, en un blog literario y a propósito del análisis de una obra actual de Arturo Pérez Reverte, comenté que los reparos a comulgar con un autor y con su obra provenientes del conocimiento que tenemos de él por sus apariciones públicas, son inherentes a nuestra percepción humana pero no deberían de ser el único motivo para acercarnos o alejarnos de su obra, aunque sea difícil la disociación.
Esto venía cuento de que había comentarios que descalificaban al autor por conocerlo solo en su faceta de tertuliano polémico y twitter exacerbante sin opinar sobre su obra que era de lo que trataba el post. Algo parecido a lo que sucede con, la ahora novelista negra, Maruja Torres, que despierta simpatía y animadversión a partes iguales.
Yo defendía su obra aludiendo que, aunque su carácter, su actitud para con la vida, pueda gustar o repeler, es un magnífico prosista y que nadie al que le guste la buena literatura debería dejar de leer alguna de sus novelas que me atrevía a clasificar en tres facetas:
• el contador de ficción donde descubrimos su imaginación y su erudición cultural (p.e. La Tabla de Flandes)
• el contador de realidades donde deja gotas biográficas e históricas de sangre y sudor ya sea en primera o en tercera persona (p.e. Territorio Comanche)
• el crítico social de verbo rápido (p.e. sus artículos periodísticos agrupados en varios libros).
Y al hilo aprovecho para recomendar, a quien a pesar de todo aún no la conozca, la lectura de La Tabla de Flandes (la versión cinematográfica como si no existiera por favor).
Es esta una novela de 1990 que aunque tiene más de enigma que de negra, no es ni lo uno ni lo otro sino algo nuevo resultante de mezclar ambos géneros y añadirle una patina de Historia.
La parte de genio literario que tiene Pérez Reverte se muestra en su habilidad para flexibilizar los cánones que enmarcan los géneros pero sin romper esquemas para conseguir una trama en la que todo tenga razón de ser y pueda ser explicado.
El autor recoge la esencia de la novela enigma, detectivesca, léase la falsa sospecha, las pistas de interpretación analítica, la perspicacia del detective aficionado y la esencia de la novela negra representada en el determinismo de las clases sociales, el desarraigo, la corrupción y la ley, y con todo ello ofrece una alternativa que asegura que hay vida más allá de los clásicos.
Claro que esto que ahora resulta tan habitual e incluso pueda parecer pueril, veintidós años atrás, en este país, era novedad y casi atrevido.
En La Tabla de Flandes hay enigmas a resolver y asesinatos a investigar. Hay espacios cerrados (¡más cerrado que un cuadro!) y abiertos (¡más abierto que una ciudad!). Hay reposos deductivos y acciones dinamizadas. Hay bien y mal. Hay justicia legal y justicia arbitraria. Hay ley y hay honor.
Todo gira sobre un cuadro, La partida de ajedrez, de Pieter Van Huys y el trapicheo del submundo del arte, las subastas y el coleccionismo.
Perfiles, caracteres, actitudes conforman a cada personaje como si fueran las piezas de ajedrez de una partida empezada hace cientos de años.
Es una partida de ajedrez empezada que se juega para atrás (absolutamente recomendable y una gozada para quienes sepan jugar; inténtenlo) y que se juega para adelante (más difícil pero no menos estimulante; pruébenlo), en una clara alusión a que si alguien mató entonces nada impide que alguien lo haga ahora.
No se enroquen i acepten el envite. La partida está servida.
viernes, 11 de mayo de 2012
La Tabla de Flandes
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domingo, 6 de mayo de 2012
Tom Z Stone
Tom Z Stone es una novela negra de J. E. Álamo, con deje peliculero que supura desparpajo y amplio sentido del humor; es un cariñoso homenaje a la estela de Spade y Marlowe aunque ambientada en una época convulsionada por la aparición de un inexplicable fenómeno que hace regresar muertos a la vida.
“Z” de Zínico, de Zolitario, de Zeta, de Zombi, aunque esta palabra esté en desuso y ahora se emplee Reanimado, lo que no resulta tan peyorativo después que George A. Romero presentará a ese conglomerado de babosos descoyuntados y hambrientos harapos humanos.
Thomas es un zeta, hablando en plata alguien que murió y ha vuelto y vive, es un decir, en la costa mediterránea. Ejerce de detective de los de despacho cutre, secretaria quita hipo, cuando se suelta el pelo y se quita las gafas, bourbon Jack Daniel’s y casos que caen en cuentagotas y que no dejan dinero en el cajón. En la cuenta bancaria telarañas.
Tom ironiza constantemente, alcanza el sarcasmo, corrosivo y cáustico, con la facilidad que confiere el cinismo de quien lo ha perdido todo y aunque ahora consiga algo sabe que está condenado a volverlo a perder.
Habla más de lo que debiera y hay ocasiones en que en boca cerrada no solo no entran moscas sino que evita que salgan dientes. Bebe todo lo que se le ponga por delante Whisky, vodka, cerveza, orujo... y bebe más que habla. Y fuma, Camel, más que bebe. Y tiene un gato al que llama gato. Y pasa la vida esperando la muerte.
Y de repente, el bombón. Las curvas enfundadas en lycra de mujer. El sueño eterno del detective clásico de película clásica de cine negro clásico. La mujer fatal a la que el foco fija su luz sumiendo todo lo demás en penumbra (de ahí aquello de luces y sombras del cine negro). La mujer fatal que entra, fuma, llora, bebe, seduce, contrata y paga bien.
En la novela hay normales, también conocidos como borregos, reanimados, desgastados, terminales... todos viviendo juntos pero no revueltos. Y Tom debe vérselas con lo peor de lo peor. Resulta que el bombón estaba envenenado, pero ya se sabe que nadie contrata a un detective y menos la esposa del malo malísimo de la ciudad, si el caso es limpio y transparente como la ginebra.
Tiene momentos geniales y originales, momentos tensos de dureza y sangre y momentos en que roza la parodia, sin duda por las interrupciones publicitarias que explican como y porque se produjo el FR y sus consecuencias y que tienden a relajar la tensión que conlleva el argumento, por lo que hay que acelerar de nuevo a cada capítulo y puede resultar fatigoso.
Es, indudablemente, una revisión amable del género de novela negra hard boiled que parece haber pasado desapercibida de forma incomprensible en los círculos habituales. Denle una oportunidad y verán como no se arrepienten.
El 7 de agosto de 2012 está a la vuelta de la esquina. Es el día del FR. No se ustedes, pero yo, como ya la he leído, tal vez tome alguna medida de precaución.
Otros post de Serie Z con Serie Negra publicados:
Post scriptum: reseña de Let it be segundo caso del detective Tom Z Stone también disponible en este blog.
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miércoles, 2 de mayo de 2012
Puentes y Sombras
Sevilla tiene un color especial,
Sevilla sigue teniendo su duende
Me sigue oliendo a azahar
Me gusta estar con su gente
Sevilla omnipresente en toda la novela, interactuando en todo momento como marco donde se desarrolla la acción y a la vez como personaje principal. Arte y parte.
Puentes y Sombras es una novela escrita por Fernando De Cea, con oficio, con cariño y con un tiempo narrativo muy medido. Diapasonado.
Es una novela de suspense con ganas de ser negra. Y es sobre todo una enorme novela coral que perfila y personaliza convenientemente a sus protagonistas confiriéndoles antecedentes, caracter e individualidad. El carácter conlleva el comportamiento y así nadie hace nada en desacuerdo con su forma de ser.
Es una novela de suspense con ganas de ser negra. Y es sobre todo una enorme novela coral que perfila y personaliza convenientemente a sus protagonistas confiriéndoles antecedentes, caracter e individualidad. El carácter conlleva el comportamiento y así nadie hace nada en desacuerdo con su forma de ser.
La labor policial sigue una línea evolutiva, sin saltos ni trampas que permite ir descubriendo cada cosa en el mismo momento en que sucede. Si acaso se echa en falta la habitual sección gastronómica tan imprescindible últimamente en las novelas de género y que resulta muy agradecida ;-)
A pesar de predominar los protagonistas masculinos: Enrique, Roberto, el Gabacho, Jaime, Dani, Rodrigo, Vicente, el Moro, Cisco, Cesar, Jorge... sobre los de género femenino: Merche, Cecilia, Ana, Sam, Rocío, Isa, Lola, Milagros, Nancy... es indudablemente una novela de mujeres.
Mujeres que actúan con determinación, con energía, con amor, con valentía y con tanto arrojo que roza la inconsciencia de por donde puede llegar el peligro. Sam destaca por todo y tiene todo lo que hay que tener para que en un futuro sepamos más de ella y disfrutemos conociendo sus casos.
Protagonistas y no personajes porque se antoja una novela muy cinematográfica; las distintas situaciones y localizaciones que se van sucediendo son más bien planos de cámara que capítulos de novela.
Los desplazamientos en coche son travellings subjetivos; el porte de gitanos y policías son planos americanos; la vista de las calles y los barrios son picados. Y los estertores de la muerte se resaltan en close-up.
Puentes y Sombras.
Puentes; el del Quinto Centenario, el de La Barqueta, el de las Delicias, el del Alamillo, el de Hierro... que sirven para unir los barrios de Sevilla dándoles el justo y merecido protagonismo y que también sirven para tender relaciones entre personas de distinto rango, raza y condición social.
Sombras; las que proyectan los pilares de los puentes y las que proyectan la vanidad, la lujuria, el odio, la venganza, el temor, la desconfianza y la traición que es el lado oscuro que mueve a sus protagonistas.
Y homenajes a películas y frases míticas, con la personal manera que ha tenido de tratar su McGuffin, y ese emotivo guiño a una de las mejores novelas de Agatha Christie.
Sevilla tiene un color especial... y Fernando De Cea lo ha utilizado para escribir esta novela.
Fernando De Cea con un currículum lleno de oficios y actividades mantiene además un blog , El blog de Ethan, dedicado al mundo del cine que no deben perderse y en donde pueden leer los primeros capítulos de esta novela.
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viernes, 27 de abril de 2012
Michael Connelly y los autores refugio
En la edad temprana, la ansiedad y la falta de experiencia propician abocarse a los brazos de la novedad literaria como una polilla a la luz.
Y cuando se establece un entendimiento con un autor se devora toda su obra con avidez lo que genera largas esperas hasta la nueva publicación, en las que la falta de contacto se torna insoportable y el síndrome de abstinencia tan brutal que nos arroja sobre cualquier novelucha de tres al cuarto que se nos ponga por delante. Es lo que se conoce como promiscuidad literaria.
Con la edad adulta se impone la paciencia y el goce anticipado de lo que vendrá. Ya no se persigue al autor como podenco a la liebre y se le da cuerda suficiente sabiendo que en cualquier momento se restablecerá la relación. Es así como un autor deviene un autor refugio.
Los autores refugio son como el piso franco que nos acoge cuando el ambiente es hostil o no lo suficientemente propicio. Cada piso franco, cada autor refugio, tiene su momento y su razón de ser y hay que utilizarlo mediando periodos de tiempo y en el momento adecuado para no quemarlo y para que su efecto recuperador sea efectivo.
Por eso a un autor refugio hay que dejarle siempre un libro de ventaja, mínimo; de lo contrario, yendo a su ritmo no hay capacidad de maniobra y perderlo equivale a suprimir uno de los puntos de apoyo que sustentan nuestro equilibrio mental de lector y con eso no se juega.
Pocos hay como para perderlos por un error de cálculo.
Los mejores autores refugio son los que se descubren cuando ya tienen producción suficiente. El primer contacto es de duda pero si se activa la química suspiramos aliviados sabiendo que tenemos por delante una relación longeva. Que podremos ir picoteando sin prisas sabiendo que a cada retomar el contacto no habrá más que la sensación cómoda del reencuentro deseado.
Tengo varios autores refugio, pero mi preferido es sin duda alguna Michael Connelly.
De Michael Connelly lo he leído desde que descubrí El Eco Negro en 1997 y tuve la impresión de que estaba ante algo distinto. Algo grande.
Si tuviera que postear sobre Hyeronimus Harry Bosch no sabría por donde empezar, veinte libros leídos, tantas bromas sobre su nombre, tanto jazz escuchado, tantas cervezas vaciadas, tantas miradas perdidas entre la bruma del Valle de San Fernando, tantos viajes intempestivos, tantos superiores a quienes aguantar y reportar, tantos desaires soportados, tantos disparos incorporando banda sonora, tantos compañeros codo a codo resolviendo tantos casos, tantos fantasmas que despejar, tantas pérdidas humanas de gente desconocida y de gente querida, tanto empeño por, a pesar de todo y de todos, seguir luchando para seguir adelante.
Tantos crossovers, con Terry McCaleb, con Michael Haller, con Rachel Walling, protagonistas de otras novelas tan enriquecedores de la obra de Michael como de la vida de Harry.
Sean prudentes y procúrense varios pisos francos, dispongan en cada uno de ellos una botella de su vino preferido y un autor refugio. Y deseen que llueva a cantaros para no tener que salir y poder beberse una buena aventura de un tirón. El vino a sorbos.
Hay tantos que han escrito ya tanto y tan bien sobre Michael Connelly y Harry Bosch que a ellos les remito para mayor detalle y amplitud de datos:
En el blog Mis Detectives Favoritos como siempre un cuidadoso estudio del personaje y del autor pinchando aquí.
En Elemental Querido Blog tienen este magnífico e imperdible alter ego donde encontrar todo sobre Harry Bosch http://woodrowwilsondrive.es/index.html
Y cuando se establece un entendimiento con un autor se devora toda su obra con avidez lo que genera largas esperas hasta la nueva publicación, en las que la falta de contacto se torna insoportable y el síndrome de abstinencia tan brutal que nos arroja sobre cualquier novelucha de tres al cuarto que se nos ponga por delante. Es lo que se conoce como promiscuidad literaria.
Con la edad adulta se impone la paciencia y el goce anticipado de lo que vendrá. Ya no se persigue al autor como podenco a la liebre y se le da cuerda suficiente sabiendo que en cualquier momento se restablecerá la relación. Es así como un autor deviene un autor refugio.
Los autores refugio son como el piso franco que nos acoge cuando el ambiente es hostil o no lo suficientemente propicio. Cada piso franco, cada autor refugio, tiene su momento y su razón de ser y hay que utilizarlo mediando periodos de tiempo y en el momento adecuado para no quemarlo y para que su efecto recuperador sea efectivo.
Por eso a un autor refugio hay que dejarle siempre un libro de ventaja, mínimo; de lo contrario, yendo a su ritmo no hay capacidad de maniobra y perderlo equivale a suprimir uno de los puntos de apoyo que sustentan nuestro equilibrio mental de lector y con eso no se juega.
Pocos hay como para perderlos por un error de cálculo.
Los mejores autores refugio son los que se descubren cuando ya tienen producción suficiente. El primer contacto es de duda pero si se activa la química suspiramos aliviados sabiendo que tenemos por delante una relación longeva. Que podremos ir picoteando sin prisas sabiendo que a cada retomar el contacto no habrá más que la sensación cómoda del reencuentro deseado.
Tengo varios autores refugio, pero mi preferido es sin duda alguna Michael Connelly.
De Michael Connelly lo he leído desde que descubrí El Eco Negro en 1997 y tuve la impresión de que estaba ante algo distinto. Algo grande.
Si tuviera que postear sobre Hyeronimus Harry Bosch no sabría por donde empezar, veinte libros leídos, tantas bromas sobre su nombre, tanto jazz escuchado, tantas cervezas vaciadas, tantas miradas perdidas entre la bruma del Valle de San Fernando, tantos viajes intempestivos, tantos superiores a quienes aguantar y reportar, tantos desaires soportados, tantos disparos incorporando banda sonora, tantos compañeros codo a codo resolviendo tantos casos, tantos fantasmas que despejar, tantas pérdidas humanas de gente desconocida y de gente querida, tanto empeño por, a pesar de todo y de todos, seguir luchando para seguir adelante.
Tantos crossovers, con Terry McCaleb, con Michael Haller, con Rachel Walling, protagonistas de otras novelas tan enriquecedores de la obra de Michael como de la vida de Harry.
Es tanto que definitivamente no sabría por donde empezar. Solo les diré que quien ame la novela negra, el género interrobang en toda su extensión y no conozca a Harry Bosch se está perdiendo algo grande. Muy grande.
Sean prudentes y procúrense varios pisos francos, dispongan en cada uno de ellos una botella de su vino preferido y un autor refugio. Y deseen que llueva a cantaros para no tener que salir y poder beberse una buena aventura de un tirón. El vino a sorbos.
Hay tantos que han escrito ya tanto y tan bien sobre Michael Connelly y Harry Bosch que a ellos les remito para mayor detalle y amplitud de datos:
En el blog Mis Detectives Favoritos como siempre un cuidadoso estudio del personaje y del autor pinchando aquí.
En Elemental Querido Blog tienen este magnífico e imperdible alter ego donde encontrar todo sobre Harry Bosch http://woodrowwilsondrive.es/index.html
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viernes, 20 de abril de 2012
El mensaje que llegó en una botella
Nada es casualidad, todo está escrito en el Génesis. Los caminos del señor son inescrutables. Dios escribe recto con renglones torcidos. A Dios rogando y con el mazo dando. Dios castiga y no da voces. Vivir a la sombra del señor tiene su precio.
Cienciología, Iglesia Madre, Testigos de Jehová, Iglesia de Glorificación, Casa de Cristo... la oferta de congregaciones religiosas, sectas, comunidades, es tan amplia como para surtir los estantes de la sección confesional de cualquier hipermercado.
Todas pugnan por atribuirse ser la confesión veraz, la única, el camino directo hacia la salvación eterna. Todas aseguran, como el mejor detergente, limpiar los pecados, incluso los más vergonzosos y dejar el alma inmaculada.
Los pequeños, los jóvenes, de mente despierta y aún no alienada son los más proclives a necesitar enderezamiento. La ropa sucia se lava en casa y no solo con jabón, también se usan las penitencias, los ayunos y los golpes con la mano, el puño y con cinturón. O se reconduce al cordero descarriado o se le repudia para siempre del rebaño.
Ese ensimismamiento corporativista no deja que salga al exterior lo que sucede en el interior de la congregación y así la criminalidad no se denuncia y esta novela tiene su razón de ser.
En El mensaje que llegó en una botella hay eso y más envuelto en novela negra. Hay evidencia de que una mente maleada o un cuerpo vejado siempre recuerdan y que el modo de exorcizar su sufrimiento, generalmente es en el sufrimiento de otros. Para sus protagonistas las apariencias pesan más que las verdades.
Nos adentramos de nuevo en esa Dinamarca que tiene poco de Sirenita de Copenhague y mucho de rural y cerrajón de mente. Su autor Jussi Adler-Olsen nos presenta un mundo alejado de los cuentos de Andersen; un mundo donde al mal no se le combate aludiendo a la bondad ya que esa palabra no existe en su vocabulario.
Todo empieza con un mensaje, escrito con sangre, encontrado en una botella. Un objeto recuperado del mar por la policía escocesa que tiene todas las trazas de contener un acto criminal relacionado con Dinamarca por lo que lo envían al Departamento Q de las fuerzas policiales de este país para que prosigan la investigación.
Descifrar el texto resulta un complejo rompecabezas que atrapa las mentes inquietas de los componentes del Departamento, iconoclastas donde los haya, y entre el trabajo acumulado en otros casos encuentran el tiempo suficiente para dedicarle su atención.
La novela transcurre como agua de fiordos con remansos que cuando ve los rápidos al fondo empieza a coger velocidad y ya no hay quien la pare. Resulta imprevisible saber cuando cambiará la corriente del mismo modo que no sabemos hacia donde nos conducirá el argumento.
Es una novela que ofrece al lector ir siempre un paso por delante de la investigación de la mano del asesino con lo que resulta una lectura taquicardica y apasionante: hay que bailarla a ritmo de thriller.
El autor, con un dominio absoluto de la colocación de la cámara, nos ofrece el privilegio de ponernos en el punto de vista criminal, en el de víctima y en el de investigador lo que psicológicamente resulta muy estimulante para entender el modo de pensar y el comportamiento de cada cual.
Es la tercera novela; el tercer caso con el mismo equipo. Carl, Assad y Rose y a ratos Yrsa son el equipo perfecto para no aburrirse. Tres caracteres, tres formas de vida, tres comportamientos tan dispares trabajando juntos, pero teniendo clara su función en el cuerpo de policía al que se entregan en cuerpo y alma.
Sus puyas, su humor, su ironía, presentes en todos sus casos por espeluznantes que sean, resaltan ante la insensibilidad del asesino como una mancha amarilla sobre alquitrán. Como la luz al final de un túnel, negro como el alma del perseguido.
Cienciología, Iglesia Madre, Testigos de Jehová, Iglesia de Glorificación, Casa de Cristo... la oferta de congregaciones religiosas, sectas, comunidades, es tan amplia como para surtir los estantes de la sección confesional de cualquier hipermercado.
Todas pugnan por atribuirse ser la confesión veraz, la única, el camino directo hacia la salvación eterna. Todas aseguran, como el mejor detergente, limpiar los pecados, incluso los más vergonzosos y dejar el alma inmaculada.
Los pequeños, los jóvenes, de mente despierta y aún no alienada son los más proclives a necesitar enderezamiento. La ropa sucia se lava en casa y no solo con jabón, también se usan las penitencias, los ayunos y los golpes con la mano, el puño y con cinturón. O se reconduce al cordero descarriado o se le repudia para siempre del rebaño.
Ese ensimismamiento corporativista no deja que salga al exterior lo que sucede en el interior de la congregación y así la criminalidad no se denuncia y esta novela tiene su razón de ser.
En El mensaje que llegó en una botella hay eso y más envuelto en novela negra. Hay evidencia de que una mente maleada o un cuerpo vejado siempre recuerdan y que el modo de exorcizar su sufrimiento, generalmente es en el sufrimiento de otros. Para sus protagonistas las apariencias pesan más que las verdades.
Nos adentramos de nuevo en esa Dinamarca que tiene poco de Sirenita de Copenhague y mucho de rural y cerrajón de mente. Su autor Jussi Adler-Olsen nos presenta un mundo alejado de los cuentos de Andersen; un mundo donde al mal no se le combate aludiendo a la bondad ya que esa palabra no existe en su vocabulario.
Todo empieza con un mensaje, escrito con sangre, encontrado en una botella. Un objeto recuperado del mar por la policía escocesa que tiene todas las trazas de contener un acto criminal relacionado con Dinamarca por lo que lo envían al Departamento Q de las fuerzas policiales de este país para que prosigan la investigación.
Descifrar el texto resulta un complejo rompecabezas que atrapa las mentes inquietas de los componentes del Departamento, iconoclastas donde los haya, y entre el trabajo acumulado en otros casos encuentran el tiempo suficiente para dedicarle su atención.
La novela transcurre como agua de fiordos con remansos que cuando ve los rápidos al fondo empieza a coger velocidad y ya no hay quien la pare. Resulta imprevisible saber cuando cambiará la corriente del mismo modo que no sabemos hacia donde nos conducirá el argumento.
Es una novela que ofrece al lector ir siempre un paso por delante de la investigación de la mano del asesino con lo que resulta una lectura taquicardica y apasionante: hay que bailarla a ritmo de thriller.
El autor, con un dominio absoluto de la colocación de la cámara, nos ofrece el privilegio de ponernos en el punto de vista criminal, en el de víctima y en el de investigador lo que psicológicamente resulta muy estimulante para entender el modo de pensar y el comportamiento de cada cual.
Es la tercera novela; el tercer caso con el mismo equipo. Carl, Assad y Rose y a ratos Yrsa son el equipo perfecto para no aburrirse. Tres caracteres, tres formas de vida, tres comportamientos tan dispares trabajando juntos, pero teniendo clara su función en el cuerpo de policía al que se entregan en cuerpo y alma.
Sus puyas, su humor, su ironía, presentes en todos sus casos por espeluznantes que sean, resaltan ante la insensibilidad del asesino como una mancha amarilla sobre alquitrán. Como la luz al final de un túnel, negro como el alma del perseguido.
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